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TEMAS BLOG OFICIAL DE LA POETA Y ESCRITORA andaluza Carmen Camacho ©2017

cuentos

Cuello De Camisa

Cuello De Camisa

 

Un cuento de Hans Christian Andersen

 

Érase una vez un caballero muy elegante, que por todo equipaje poseía un calzador y un peine; pero tenía un cuello de camisa que era el más notable del mundo entero; y la historia de este cuello es la que vamos a relatar. El cuello tenía ya la edad suficiente para pensar en casarse, y he aquí que en el cesto de la ropa coincidió con una liga.

Dijo el cuello: “Jamás vi a nadie tan esbelto, distinguido y lindo. ¿Me permite que le pregunte su nombre?”

“¡No se lo diré!” respondió la liga.

“¿Dónde vive, pues?” insistió el cuello.

Pero la liga era muy tímida, y pensó que la pregunta era algo extraña y que no debía contestarla.

“¿Es usted un cinturón, verdad?” dijo el cuello, “¿una especie de cinturón interior? Bien veo, mi simpática señorita, que es una prenda tanto de utilidad como de adorno.”

“¡Haga el favor de no dirigirme la palabra!” dijo la liga. “No creo que le haya dado pie para hacerlo.”

“Sí, me lo ha dado. Cuando se es tan bonita,” replicó el cuello, “no hace falta más motivo.”

“¡No se acerque tanto!” exclamó la liga. “¡Parece usted tan varonil!”

“Soy también un caballero fino,” dijo el cuello, “tengo un calzador y un peine.” Lo cual no era verdad, pues quien los tenía era su dueño; pero le gustaba vanagloriarse.

“¡No se acerque tanto!” repitió la liga. “No estoy acostumbrada.”

“¡Qué remilgada!” dijo el cuello con tono burlón, pero en éstas los sacaron del cesto, los almidonaron y, después de haberlos colgado al sol sobre el respaldo de una silla, fueron colocados en la tabla de planchar; y llegó la plancha caliente.

“¡Mi querida señora,” exclamaba el cuello, “mi querida señora! ¡Qué calor siento! ¡Si no soy yo mismo! ¡Si cambio totalmente de forma! ¡Me va a quemar; va a hacerme un agujero! ¡Huy! ¿Quiere casarse conmigo?”

“¡Harapo!” replicó la plancha, corriendo orgullosamente por encima del cuello; se imaginaba ser una caldera de vapor, una locomotora que arrastraba los vagones de un tren.

“¡Harapo!” repitió.

El cuello quedó un poco deshilachado de los bordes; por eso acudió la tijera a cortar los hilos.

“¡Oh!” exclamó el cuello, “usted debe de ser primera bailarina, ¿verdad? ¡Cómo sabe estirar las piernas! Es lo más encantador que he visto. Nadie sería capaz de imitarla.”

“Ya lo sé,” respondió la tijera.

“¡Merecería ser condesa!” dijo el cuello. “Todo lo que poseo es un señor distinguido, un calzador y un peine. ¡Si tuviese también un condado!”

“¿Se me está declarando, el asqueroso?” exclamó la tijera, y, enfadada, le propinó un corte que lo dejó inservible.

“Al fin tendré que solicitar la mano del peine. ¡Es admirable cómo conserva usted todos los dientes, mi querida señorita!” dijo el cuello. “¿No ha pensado nunca en casarse?”

“¡Claro, ya puede figurárselo!” contestó el peine. “Seguramente habrá oído que estoy prometida con el calzador.”

“¡Prometida!” suspiró el cuello; y como no había nadie más a quien declararse, se las dio en decir mal del matrimonio.

Pasó mucho tiempo, y el cuello fue a parar al almacén de un fabricante de papel. Había allí una nutrida compañía de harapos; los finos iban por su lado, los toscos por el suyo, como exige la corrección. Todos tenían muchas cosas que explicar, pero el cuello los superaba a todos, pues era un gran fanfarrón.

“¡La de novias que he tenido!” decía. “No me dejaban un momento de reposo. Andaba yo hecho un petimetre en aquellos tiempos, siempre muy tieso y almidonado. Tenía además un calzador y un peine, que jamás utilicé. Tenían que haberme visto entonces, cuando me acicalaba para una fiesta. Nunca me olvidaré de mi primera novia; fue una cinturilla, delicada, elegante y muy linda; por mí se tiró a una bañera. Luego hubo una plancha que ardía por mi persona; pero no le hice caso y se volvió negra. Tuve también relaciones con una primera bailarina; ella me produjo la herida, cuya cicatriz conservo; ¡era terriblemente celosa! Mi propio peine se enamoró de mí; perdió todos los dientes de mal de amores. ¡Uf!, ¡la de aventuras que he corrido! Pero lo que más me duele es la liga, digo, la cinturilla, que se tiró a la bañera. ¡Cuántos pecados llevo sobre la conciencia! ¡Ya es tiempo de que me convierta en papel blanco!”

Y fue convertido en papel blanco, con todos los demás trapos; y el cuello es precisamente la hoja que aquí vemos, en la cual se imprimió su historia. Y le está bien empleado, por haberse jactado de cosas que no eran verdad. Tengámoslo en cuenta, para no comportarnos como él, pues en verdad no podemos saber si también nosotros iremos a dar algún día al saco de los trapos viejos y seremos convertidos en papel, y toda nuestra historia, aún lo más íntimo y secreto de ella, será impresa, y andaremos por esos mundos teniendo que contarla.


FIN

Sobre Antonio Gamoneda (Premio Cervantes 2007)

Sobre Antonio Gamoneda  (Premio Cervantes 2007)

Un ángel gótico

inmóvil, claramente

inhumano en la

pura catedral

vive un ángel.

Un ángel no tiene ojos.

Un ángel no tiene sangre.

Él no vive en la vida, él no vive

en la muerte, él está

vivo en la belleza”

(Gamoneda Antonio)

Dijo en su discurso... existe una «cultura de la pobreza» de la que formo parte y que es diferenciable de la que «prospera a partir de una situación privilegiada». «Un estadio pasional del pensamiento nacido en la pobreza y servido por el infortunio», y en el que colocó a François Villon, César Vallejo o el propio Cervantes.

«Vengo de la penuria y del trabajo alienante. Mis fuentes, en lo que concierne al saber, a la vigilia de la sensibilidad y al acendramiento de la conciencia son de baja extracción», continuo el autor de 'Blues castellano' y 'Lápidas'.

«Hablar desde el interior de la pobreza no es lo mismo que solidarizarse con ella», advirtió de una experiencia «que me une con millones de seres humanos».

Hablo el poeta luego las penurias de la vida de Cervantes, genial creador «cuya obra fue hecha precisamente desde la pobreza». Una pobreza «que se ha considerado en su vida, pero que quizá no se ha estimado como causa de peculiaridad en su obra». «Nosotros 'los de la pobreza' no tuvimos libros, no fuimos a la universidad. Esta diferencia con los creadores cultos a partir de una situación social no es ni a favor ni en contra. Esta diferencia la procurará el talento», concluyo el poeta del 'Libro del frío'.

« Soy un poeta de barrio o de provincias, cuya poesía «en el sentido más elevado del término, destaca por una sobresaliente exigencia estética y una capacidad ilimitada para recrear realidades y trasmitir emociones».

su voz se quebró por la emoción en unas cuantas ocasiones, evococando a sus padres y sus muy modestos orígenes en un barrio obrero de León durante la Guerra Civil. Aclaró el poeta Gamoneda que, en la vida y en la literatura, él procede de la pobreza, y que esa pobreza fue el un poderoso motor creativo para él. Como lo fue para su egregio antecesor, Miguel de Cervantes Saavedra, a quien reivindicó como el creador del pensamiento poético moderno.

Defiende el poeta la existencia de una «cultura de la pobreza» de la que soy parte y que es diferenciable de la que «prospera a partir de una situación privilegiada». «Un estadio pasional del pensamiento nacido en la pobreza y servido por el infortunio», dijo, y en el que colocó a François Villon, César Vallejo o el propio Cervantes.

«Vengo de la penuria y del trabajo alienante. Mis fuentes, en lo que concierne al saber, a la vigilia de la sensibilidad y al acendramiento de la conciencia son de baja extracción», expuso el autor de 'Blues castellano' y 'Lápidas'.

«Hablar desde el interior de la pobreza no es lo mismo que solidarizarse con ella», clamo el poeta al referirse a una experiencia «que me une con millones de seres humanos».

Antonio Gamoneda.

Premio Cervantes 2007.

...La poeta de la pobreza lloro emocionada al escuchar las palabras del maestro Antonio Gamoneda y se sintió mucho menos sola; ¡poeta que no!, que no, que tú no eres ni quieres ser importante, ni tampoco la vanguardia, ricos, con suerte y doctorados. Durante toda la noche soñé con tanques blindados en un macabro libro de hazañas bélicas sobre tableros de ajedrez a propósito de valientes golondrinas. No llores poeta por los que pretenden que el perfume de tu inocencia sea negociable y espúrea ¡eso quieren¡, no llores por los poetas pobres como tu, piensa poeta que vuestros versos alguna vez sirvieron para que un niño levantara la cabeza de su libro de historia, cuando estudiaba la lección que decía “los primeros pobladores de España eran íberos”, y el niño levanto la cabeza otra vez miro el cielo a través de los cristales sucios de su vieja aula... por el azul infinito cruzaban unas valerosas golondrinas.

©Carmen María Camacho Adarve

Disparando versos

Disparando versos

Abro los postigos a la nostalgia, la realidad golpea los cristales, a veces, lleva en su bolso una cuenta olvidada, tres monedas y una manzana. Estoy detenida entre versos de en un poema ácido, que nació al verme engañada por reptiles humanos.

 

He cerrado las ventanas por desencanto, el piso tiene aire de invierno.

Y los personajes de mis cuentos, escondidos en las repisas de libros, Hacen guiños a la mañana, Opinando luz, ignorando mi abandono.

Cruzo rápido la calle, evitando la primavera; De un marzo delirante, ensimismada en el silencio de mi alma, disparo versos con los ojos y decido pasar inadvertida más que antes.

©Carmen María Camacho Adarve

 

 

DOS avestruces

DOS  avestruces

Hasta el olivarito del valle acompañé a esta buena serrana y le eché el brazo encima como si fuera mi hermana.”

Una señorita solterona de Sevilla tenía un cortijo. Era su segunda vivienda. Cuando llegaba "la calo" huía al cortijo como alma que lleva el diablo a pasar el verano. Un día el manijero del cortijo le regalo dos avestruces y creía, vaya a saber por qué, que una de ellas, ¿cuál de las dos? Era el demonio en forma de avestruz. Como la señorita, que vestía de negro y rezaba el rosario de azabache, no podía vigilarlas continuamente, -volvió loco al manijero- el hombre ya tenia bastante con trabajar y cuidar la hacienda.

Me contrató a mí, que soy trabajador, -de todo lo que salga- para que vigilase de noche. «Como todo el mundo sabe», me explicó, la señorita, «una de estas dos avestruces es el demonio.

Cuando usted vea que a una de ellas le empiecen crecer, sobre sus alitas, dos alas escamosas y de dragón, no deje de avisarme, porque ésa, sin duda alguna, es el demonio. Entonces haremos una lumbre bien grande y la quemaremos viva para terminar así con la maldad sobre la faz de la tierra». Durante las primeras noches me mantuve despierto, vigilando a las avestruces: qué animales simples y muy sosos. Luego mi celo me pareció injustificado y, apenas la solterona se acostaba, el manijero se iba al pueblo a su casa, yo me envolvía las piernas en una manta y, encogido en una silla de enea del huerto, dormía la noche entera. Nunca pude averiguar cuál de las dos avestruces era el demonio. Entonces le dije a la señorita que: dejaba el trabajo. Se que es una locura, -añadí- en esto tiempos que corren, desaprovechar un trabajo, sufro en mis carnes, la precariedad de empleo. Pero me resulta inoperante pasar las noches en vela.

©Carmen María Camacho Adarve

 

LA DUDA

LA DUDA

LA DUDA

Me llamo Carmen María Sabina todo empezó

Sobre las diez de la mañana. Estaba sentada en el balcón, desayunando y leyendo, la prensa sobre un caso de usurpación de personalidad: -sentí pena- , por el triste asunto y el calvario de aquella pobre mujer.

Note de repente que alguien me estaba mirando.

Levante la vista del periódico y mire a uno de los balcones del edificio de enfrente, a la misma altura que la de mi piso, había un chico apoyado en la baranda de su balcón. Lo salude con la mano. El me devolvió el saludo con el brazo y abandonó el balcón.

Entrando en las posibles derivaciones, -concluí-que, con toda seguridad. Me vigilaba.

Por las rendijas de la persiana de su piso. No puedo confirmar nada: el sol me deslumbraba, reformándome el punto de vista de balcones y ventanas como rectángulos iguales siniestros y oscuros.

No habría leído trece líneas cuando reapareció Con otro atuendo.

El chico, estaba ahora sentado en una hamaca, bajo mi parecer, leía -o fingía leer- un libro. Yo no podía distinguirle bien los rasgos, pero sí una silueta: delgada. Su pelo, rizado y pelirrojo, recogido en una coleta. En conjunto, me pareció de líneas armoniosas, de unos treinta y cinco o treinta y siete años. « ¿Quién puede ser?», me dije. “Seguro que lo habré visto alguna vez en el supermercado...”

Se me ocurrió una idea. Salí del balcón, fui al salón, lo espié a través de la persiana: de manera inocente, el miraba hacia mi piso. Entonces regrese corriendo al balcón y, ¡oh, meigas!, la pille en su postura de culpa.

Saludé con ademán resuelto y ostentoso. El no tuvo más remedio que devolverme el saludo. Hice intentos vanos para iniciar una conversación. Desde luego era imponible ya que, no íbamos a gritar de balcón a balcón. Me llevé entonces el pulgar derecho a la oreja y el meñique a la boca hice un movimiento oscilante, como todo el mundo sabe, significa si podía llamarlo por teléfono. El Abriendo las manos mientras hacia interrogaciones con los hombros, repetía, una y otra vez, y otra vez más, que no entendía nada. ¡Pero! ¿Cómo no iba a entenderme?

Entre, agarre el teléfono móvil y regresé con él al balcón. Enarbolándolo en todas direcciones, alzándolo con ambas manos por encima de la cabeza. «Y, tontito, ¿te enteras o no te enteras?» Sí, se enteraba: ya que con una sonrisa desproporcionada me respondió afirmando con un gesto.

Muy bien: ya tenía autorización para telefonearle. Sólo que ignoraba su número. Era menester preguntárselo mediante mímica.

Recurrí a gestos y ademanes extraños: cualquiera me habría tomado por una loca. Ya se que la pregunta era complicada, pero era su obligación adivinar qué necesitaba saber yo.

Estoy segura que había mala voluntad de su parte; pretendía divertirse un poco conmigo.

En el mismo momento en que yo aburrida me disponía a darme por vencida, el comprendió.

Con el índice escribió unos números en el aire que, al principio, no entendí. Mas tarde me di cuenta de que el escribía para su propia lectura y de que los rasgos que yo veía, por ejemplo, como un final debían entenderse, pues, como inicial. Realicé la interpretación completa y obtuve las ocho cifras que me pondrían en comunicación con el vecino de enfrente.

Tome el teléfono y marque. Al primer zumbido, respondieron:

- ¡Sí...! ¿Dígame? -retumbo- en mi oído una gruesa voz de mujer.

Sorprendida por el rumbo que tomaba el asunto, dude un instante, pensando en las palabras mas acertadas que diría.

-¿Quién es? -alego el vozarrón- , ya con un matiz de rabia y de impaciencia.

-Ehhh... —musité, amedrentada—. ¿Hablo con...?

— ¡Hable mas fuerte! —me espeto, de un modo intolerable—. ¡No le oigo! ¿Por quién pregunta?

Hablaba con el tono que normalmente se emplea para decir tonto del haba. Balbuceé:

-Esto... Con ese chico...

-¿Qué chico?- ¿De quien me está hablando?

Una certera amenaza acechaba ya en el vozarrón aguardentoso.

¿Cómo explicar algo a quien no quiere entender?

-Esto... Con el chico del balcón, eh... el balcón del balcón... de enfrente, del mío -mi voz era un hilillo casi inaudible.

No se apiadó. Todo lo contrario, se puso más furiosa mucho más:

-¡No moleste, por favor! ¡Somos personas de orden que trabajan!

Un rotundo pí, pí, pí... cortó la comunicación. Azorada, quedé sin fuerzas- pero pude gritar-como si pudiera oírme ¡¡¡la madre que te parió!!!

Luego dedique durísimos improperios contra aquel muchacho lelo que no había tenido la precaución de atender el mismo mi llamada.

Rápidamente me culpabilice, por haber llamado tan rauda. Por la prontitud con que la del vozarrón aguardentoso atendió, deduje que tendría el teléfono en su mano, o en un bolsillo. Me concentre en imaginármela, atribuyéndole rasgos odiosos: seguro pensé; era una amargada, de mal genio. ¡«Somos personas que trabajan»!, me había dicho. ¿Y a mí qué me importa? Todo el mundo trabaja: no había nada inusual en ello. ¿O yo vivía de las rentas?

El caso era que esa mujer de voz estentórea me había derrotado telefónicamente. Me sentí deprimida y con siniestros pensamientos de venganza.

Mas tarde volví al balcón, sea, como, como, sea, estaba resuelta a preguntar al chico su nombre. El no estaba. Con mi presencia de ánimo renovada, también con cierto temor, marqué los ocho números. Al primer tono de llamada; escuche:

-¡¡¡Digame...!!!

Espantada, corté la comunicación.

-Que lo parió- dije entre dientes, con rencor y con tristeza, y, al conjuro de esta frase, se me ocurrió una idea que juzgué muy buena.

Pensé: «Esa mujer abominable de enfrente se permite tiranizarme sólo porque a mí me falta un ínfimo dato: el nombre de la persona con quien quiero hablar. < Entonces, tengo que conseguirlo.>

Después pensé: «Los números de teléfono están ordenados por orden alfabético en la guía de empresas. La juntas Autonómicas y sus miles de delegaciones y subdelegaciones son grandes empresas tienen la Guía. Yo tengo un amigo que trabaja en un gabinete de una subdelegación...

Y llamé a Pedro:

- querida Carmen María -respondió, al oír mi voz-, me hallo en extremadamente, alegre y confortado al oír tu voz...

- Gracias, gracias, Pedro. Escúchame...

—... su voz de joven despreocupado, alegre, libre de obligaciones, deberes, deudas, y responsabilidades. ¡Que Felicidad! -pensé-, no saber lo que es tener problemas todo tipo de problemas. Que Feliz se debe ser, cuando uno puede tomar la vida como un devenir afortunado y no permitir que ningún hecho exterior perturbe la paz de tan regalada existencia. ¡Que felicidad!, nadar en la abundancia económica trabajando sólo dos o tres horas al día.

Después de regalarme todas las venturas que se le ocurrieron, continuó diciéndome, de forma trágica y a la defensiva, - para hacerme creer que el también padecía lo suyo y con todas las calamidades del universo visible e invisible:

- yo, Carmen María, la modesta, la pobre poeta, a la que robaban sus versos, ínfima en el mundo de la vanguardia donde estaba todo el pastel repartido entre unos pocos, siempre los mismos pocos. Pedro, continúo, como ayer y como mañana, como anteayer y como pasado mañana, como hoy con su pesado, molesto y gravoso cajón de miserias, desdichas y tristezas, a través de este angustioso, horroroso valle de lágrimas que, a modo de infierno, lo vapulea, ultraja y humilla sin cesar...

Esta historia ya la había oído miles de veces.

-¿Pero no te habían ascendido y ahora que eres el jefe de gabinete de Cultura ganas mucho mas, no?

- Sí, es cierto – admitió- . Gano tres veces más que antes, tengo un cargo jerarquizado y soy el único responsable.

-Sin embargo-, el pesado, y gravoso cajón, de miserias, desdichas, tristezas y desgracias, continúa existiendo. Y yo con mi cruz arrastrándola, desfalleciente, enfermo y quien sabe si con un pie ya en la tumba, por culpa de este, cruel y maligno mundo...

Me distraje un poco mientras terminaba con sus quejas. De repente:

-mucho gusto en hablar contigo tengo trabajo. Hasta luego y saludos cordiales. Cortó la comunicación. Indignada, volví a llamarlo:

-¡Oye, Pedro! ¿Por qué me as colgado?

—Ah —dijo—. ¿Tú querías decirme algo?

—Necesito que me busques en la Guía de empresas a qué apellido corresponde el siguiente número de teléfono...

- un segundo. Voy a buscar un bolígrafo. Fue preciso esperarlo.

-El número - dijo, al cabo de varios minutos- corresponde a un tal Carmelo Sabina. Con B y sin acento en la I. ¿Para qué lo quieres?

- Muchas gracias. Otro día te lo explico. Adiós.

-Adiós, Adiós- respondió.

Ahora sí: que si, ¡lo había conseguido¡ Con mi presencia de ánimo recobrada de nuevo, volví a marcar el número del muchacho.

—¡¡¡Diga...!!! —tronó el vozarrón.

Sin vacilar, con voz sonora y bien modulada, articulé:

-Por favor, puedo hablar con el señor Carmelo Sabina.

-¿De parte de quién?

Que pregunten de parte de quién es una costumbre que no me gusta nada. Para confundirla, le dije:

-De parte de PETOSKI KAFKANIANO

-¡Pero! -estalló-. ¡La familia Sabina hace como tres años que no vive aquí! ¡Siempre están molestando con ese maldito, señor!

—Y si no vive más ahí, ¿para qué me preguntó de par...?

En la mitad de la frase me interrumpió su furioso clic: ni siquiera me había permitido expresar esa mínima protesta ante su despotismo. ¡Ah, pero eso no iba a quedar así! Me precipité sobre el teléfono como quien busca una escopeta:

-¡¡¡Sííí...!!!

Con pronunciación pésima pronunciación de extranjera, pregunté:

¿ Pod favod con de family Dabinad?

-¡no,no,no señor! ¡La familia SABINA hace más de siete años que no viven aquí!

-Ah... Qué suedte: estoy habdando con ed señad Sabina... ¿Cómo edta?

- ¡Entiéndame! - estaba hecha una fiera-. ¡La familia Sabina hace veinte años que no vive aquí!

-¿Cómo está usté, señad Dadibad? - insistí, amablemente-. ¿Y su señod? ¿No se recuedda de mí, señad Dabinad?

-¿Pero quién es usted? -el monstruo, además de horripilante, era curiosa.

Carmen Maria Sabina, señad Dadibad.

-¿Carmen María Sabina? -repitió, con rabia-. ¿Qué Carmen María?

-Dadmen Madia Dadibad, señad Dadibad: Doi, Dadmen Madia que de escuendió debajod de camad

-¿¡Cómo...!? -no me había entendido bien: yo estaba partida de risa.

Aquello fue una especie de bomba bacteriológica:

-¡¡¡Pero no molestes, idiota, haz el favor!!! ¿¡Por qué no te pegas dos tiros por si te falla el primero?

-Podque no puedo. Tengo una puntedía mada. údtima vez que quise pegadme un tido en da cabeza, maté sin queded a una avestruz en Audtraliad.

Silencio sepulcral, se ahogaba, aspiro, y en una sola bocanada, todo el oxígeno de la atmósfera terrestre.

Yo, muy atenta esperaba.

Entonces, ahogándose en su propia cólera, lanzó sobre mí, a gritos, una carga de artillería pesada donde cada palabra, impaciente por ser proferida, se tropezaba con las demás:

-¡¡¡¡ idiota, parada mental!!!, parásita de mierda, inútil, inservible, tonta!!!!

Cortó la comunicación de un golpe violentísimo. Una lástima: me hubiese encantado que me siguiera insultando roja transpirada, con el teléfono averiado a causa de los golpes...

Me sentí contentísima ya no me importó no haber podido hablar con el chico del balcón.

...Continuara... 

©Carmen María Camacho

 

Palabras no elegidas

Palabras no elegidas

PALABRAS NO ELEGIDAS

Ella, leía en la cama. El
forzó la puerta. Entró al dormitorio una pequeña habitación le quito el libro, lo abrió y leyó... palabras demenciales, fantasías, tentaciones, inevitables cinismos, oscuros deseos.

Loco, de indignación, de rabia, y dolor con el libro en la mano
fue reprochándole: cada página, palabra, por palabra.

-“Esa es la mujer que no soy" –dijo- "esas
eran hasta hoy mis palabras no elegidas. Yo soy el perfecto amor, soy como tú me ves, como tú me haces. Ahora que dudas, ya no me veras igual, ya no me harás igual.

Por ti, “empezaré a parecerme a la mujer
de ese libro..."

El trató de defenderse, sólo lograba, palabras palabras, palabras, nuevas de reproches. Y ese día se dejaron... para siempre.

El vivió hasta el final de sus días sin
decidirse: entre la duda, el arrepentimiento, o la ira.

En ella perduró; la mujer de palabras demenciales de oscuros deseos e inevitables cinismos.

Cash Hurt

Johnny Cash "Historia"

La mejor historia... Me has hecho llorar viejo amigo. Gracias.




©Carmen María Camacho

CARLA & CARLA (articulo perdido en avería de blogia y recuperado por la webmaster)

CARLA & CARLA (articulo perdido en avería de blogia y recuperado por la webmaster) Todo empezó la tarde que recibí la llamada en mi teléfono móvil, de mi editor, cuyo nombre, por seguridad, prefiero mantener en el anonimato. Me comunico de manea apresurada haber recibido en la editorial un manuscrito mío y los correos de respuesta para las correcciones, eran de otra autora que se llamaba como yo, poeta, y de la misma ciudad. No di mayor importancia al asunto. Al poco tiempo de la extraña noticia comencé a observar a una mujer que vivía frente a mi casa y que se comportaba como yo. En aquel momento no le di demasiada importancia, pero más tarde comencé a recelar de su comportamiento tan parecido al mío y acabé convencida de que escondían algo oscuro. Desgraciadamente estaba muy lejos de sospechar la auténtica verdad. Si entonces hubiese sabido la gravedad de lo que se desarrollaba tan cerca de mí, tal vez habría actuado de otra forma. Pero de haber contado a alguien mis sospechas, nadie me hubiese creído y habría hecho el ridículo más espantoso. Mejor empezaré por el principio.
Aparentaba mi edad el parecido a mi no dejaba ninguna duda al respecto. Las dos éramos muy delgadas, la nariz respingona, los ojos azules y la estatura era aproximada ella un poco mas alta. Llevaba siempre el pelo largo y suelto de color rubio. Vestía ropas de colores oscuros y se adornaba, bolsos o fulares igual a los míos. Para cualquier observador habría pasado por mí. Como ya he dicho, al verla la primera vez no le di importancia, pero tuve un presentimiento extraño que me hizo observarla cuando me cruzaba con ella, o al verla pasar bajo mi balcón. Mis recelos aumentaron cuando comencé a coincidir con ella en la calle al salir a trabajar muy temprano o cuando volvía a casa de madrugada. Una vez ella estaba dibujando un itinerario en el aire, como si realizase un ritual. Cada noche salía y recorría las calles parloteando en una jerga extraña, sin ropas de abrigo, a pesar de las inclemencias del frió invierno. A veces se quedaba parada en una esquina mirando al infinito mientras; hablaba a gritos de esquina a esquina con su igual invisible (que era yo). Las conversaciones parecían ser en castellano, pero nunca fui capaz de comprender lo que decían. Daba la impresión de que esperaba la llegada de alguien que, noche tras noche, no llegaba.
Durante el día también salía, paseaban por el barrio mirando escaparates, charlando o discutiendo con mi fantasma, como si fuésemos dos vecinas más. Y, desde aquel momento empecé a ver siempre a su lado al mi espectro.
Al verlas tan a menudo el presentimiento de que algo ominoso se cernía sobre mi se fue fortaleciendo la gente nos confundía. Poco a poco mis sospechas aumentaron cuando las llamadas para dar recitales, presentaciones de libros, conferencia, – que yo no había concertado -. Comencé a vigilarlas en secreto. Cuando me iba a trabajar salía un rato antes y me quedaba escondida escuchándolas, intentando comprender sus chácharas y anotando sus movimientos, a fin de encontrarle sentido a sus idas y venidas por las calles. Al poco tiempo creí descubrir su estrategia, un plan sutil y probablemente despiadado. Fui madurando la teoría de que era una bruja y que realizaba encantamientos malignos. Me la imaginaba añadiendo exóticos ingredientes a una gran olla hirviente, tal vez preparando una poción maligna para hechizar a incautos y atraerlos a su guarida y convencerlos que era yo. Según leí una vez, se puede distinguir a una bruja por una marca que llevan en un ojo. Todo eso me preocupaba tanto que comencé a padecer insomnio.
Durante lo poco que conseguía dormir soñaba que la mujer igual a mi invocaba un espíritu infernal, un ser aterrador que aparecía rodeado de sus diabólicos acólitos, un ejército de seres abominables horriblemente deformes. Monstruos con terribles garras. A una orden de su ama se abalanzaban contra los indefensos seres humanos, y después les borraba la percepción de las cosas. Veía a los engendros saliendo de los infiernos y sembrando la Tierra de espíritus malignos, transformando nuestro mundo en un pandemonio de depravación ajustado a sus siniestras necesidades. Luego, una vez aniquilado hasta el último ser humano, luchaban entre ellos en terroríficas batallas, en las que no había ninguna regla ni bandos definidos, sólo una orgía de destrucción.
Un tremendo dolor de cabeza me taladraba el cráneo al despertar, como si me hubiesen metido una barrena por la nuca hasta sacarla por la frente. En el trabajo me desconcentraba debido a la falta de sueño; comencé a recibir las broncas de mi editor y el desprecio de mis coetáneos. Mi familia empezó a preocuparse por mí, insistiendo en que fuese a ver al médico, pero no les hice caso, me encontraba perfectamente.
Para evitar las pesadillas pasaba las noches apostada en el balcón con unos prismáticos, un micrófono direccional y una cámara con teleobjetivo, cargada con película de alta sensibilidad. Después de un par de horribles catarros, debidos al frío nocturno, conseguí descubrir una pauta en sus movimientos. Sus paseos siempre eran de noche y según la hora, la época del año, la fase de la luna y la humedad del aire, variaban su recorrido en un complejo patrón que sólo yo fui capaz de descifrar. Estaba claro era hechicera y que ejecutaba algún ritual mágico con aviesas intenciones.
Pedí a mi editor tres meses para viajar en busca de investigación ara mi próximo libro y comencé a investigar por las bibliotecas, buscando antiguos libros de magia y ocultismo. En uno de ellos el alquimista Paracelso explicaba la forma de crear un homúnculo. La receta para crearlo consistía en colocar en una bolsa huesos, esperma, fragmentos de piel y pelo de cualquier animal. Todo esto había de enterrarse rodeado de estiércol de caballo durante cuarenta días, tiempo en el cual el embrión estaría formado. Deseché la idea al tener en cuenta la dificultad de encontrar estiércol de caballo en el barrio… aunque me quedó la duda de si para el diabólico experimento valían también los excrementos de perro que, abundan por las calles.
Después estudié un tratado sobre esoterismo y adivinación de Hermes. Había fallado en mis intentos de colocar cámaras ocultas en su casa y no podía verla para comprobar si echaba las cartas o leía los posos del café, por lo que tuve que probar otra cosa.
Lo intenté con la astrología. Desconocía el signo zodiacal de mi doble pero, fuese cual fuese, procuraba evitar al cartero que era Cáncer y al barrendero, que era Libra. En cambio, cuando hacían la compra en el supermercado, siempre se ponían en la cola de la caja número tres, atendida por un dependiente llamado Juan, que era Acuario. Salvo la coincidencia con las fases de la luna, no le encontré ningún sentido.
También me fallaron el Feng Shui y la astrología china, pues tras muchos estudios, cálculos y cábalas, descubrí que estábamos en el año del la cabra loca. Me pareció algo confuso y cambié la línea de investigación. Busqué en la Biblia. Tras leer el capítulo de las Revelaciones, también llamado Apocalipsis.

En ninguna biblioteca hallé el códice de bacón; querían hacerme creer que era un libro ficticio, pero estaba claro que mentían. Inasequible al desaliento seguí buscando en librerías de ocultismo menos sospechosas de pertenecer a los Iluminati. Mientras tanto mi vecina continuaban con sus recorridos y jaculatorias por el barrio.
Por fortuna todo acabó una noche de invierno, fría y lluviosa, en la que me encontraba apostada en la azotea, justo sobre mi casa, vigilándola. Iba cubierta con un impermeable negro, para pasar desapercibida, y equipada con mi visor nocturno de gran resolución. Me había costado más de tres mil euros y una espantosa discusión con mi pareja, pero valió la pena. Ellas se encontraban, paradas en la calle. Miraban hacia lo alto, al cielo nubloso que comenzaba a descargar gotas de lluvia frías como de hielo. Nunca la había visto tan quieta, y esta vez no parloteaba ni gesticulaba, simplemente permanecía en pie, con la vista clavada en el trozo de cielo que se divisaba entre los edificios. Entonces levanté la mirada hacia las nubes y la vi. A simple vista no hubiese podido distinguir nada, pero mi visor nocturno me permitió observar todos los detalles.
Era una nave espacial inmensamente grande y oscura, y no reflejaba la iluminación de las calles. Fue abriéndose paso a través de las nubes negras con tal suavidad que no se vieron perturbadas por la intrusión. Empezaba a comprender que la mujer igual a mí, a pesar de su aspecto inofensivo, era la avanzadilla de un ejército invasor alienígena. Esa era mi próxima línea de investigación, ya me había suscrito a varias revistas de parapsicología y había comprado las obras completas de Isaac Asimov.
Mi mente comenzó a funcionar a toda velocidad; no sabía que hacer.
Desde mi atalaya esperé que, de un momento a otro, comenzase el ataque, que desatasen una lluvia de lenguas de fuego que fundirían los edificios con grandes explosiones. La nave parecía no tener fin; mirase donde mirase ocultaba el cielo. Debía tener más de 30 kilómetros de diámetro, en el caso de que fuera circular. Estaba ensimismada con la majestuosa nave y en realidad me había olvidado del porqué de mi presencia allí arriba, cuando todo ocurrió muy deprisa. Estuve a punto de perder el control de mis nervios cuando desde la parte central emergía un cegador rayo de luz. Alcé el visor bruscamente y, cuando mi vista se acomodó de nuevo, pude observar anonadada como el haz iluminaba a mis dos vecinas. No sé si en esos momentos dejé de respirar o tal vez fue la impresión, pero sentí un repentino mareo cuando, allí paradas en medio del círculo luminoso, se fueron desvaneciendo hasta desaparecer; como disueltas en el aire.
El brillante haz de luz se apagó, dejándome de nuevo en la oscuridad. Abatí el visor ante los ojos y vi que la nave comenzaba a elevarse atravesando el mar de nubes con suavidad; luego desapareció entre las sombras. El corazón me latía arrítmicamente, las piernas se me aflojaron y caí de rodillas en el suelo húmedo. Al fin comprendí lo que había pasado. Mi otra cual gota de agua a mi era del planeta Marte perdida y sus idas y venidas eran la angustiosa espera del rescate. Qué estúpida había sido al no darme cuenta; si lo hubiese sabido antes tal vez podría haberle ofrecido mi amistad; seguro que se sentía muy sola desdoblada en un cuerpo que no le pertenecía para no llamar la atención. En la misión de estudiar, la mente y su proceso creador de una poeta terrestre.

Ya han pasado algunos meses y ha llegado otro invierno. Mi familia, mi pareja, el mundo de la cultura, me han abandonado y los vecinos huyen de mí, dicen que estoy loca, pero no me importa. Ya no trabajo, finjo tener una enfermedad mental y he conseguido una pensión vitalicia que me permitirá seguir vigilando. Utilizo los prismáticos de día y el visor nocturno por la noche; busco otros extraterrestres entre mis vecinos. Grabo en vídeos digitales los movimientos de la gente del barrio y luego estudio sus pautas. Esta vez no me engañarán. Empiezo a sospechar de un tipo de sorprendente parecido a George Bush pasa a menudo frente a mi casa. Tengo que dejar de escribir, ya casi es la hora a la que va al supermercado a contactar con otros seres de su especie. Hoy probaré mi disfraz de presidente, el traje negro impecable me cae muy bien y la peluca blanca nívea me da un aire realmente intelectual.
Seguiré con mis investigaciones.

©Carmen María Camacho


El Duende de las Buenas Razones

El Duende de las Buenas Razones

El Duende de las Buenas Razones


 Al espantapájaros alguien le había puesto un corazón.

No era sólo un muñeco de paja, de traje raído y sombrero ladeado que ahuyentaba a los pájaros.

 Era casi una persona.
 
  El Duende de las Buenas Razones quiso que aquel fantoche clavado en mitad del campo tuviera sentimientos.

De este modo, el espantapájaros supo lo que era sufrir, porque aquel corazón que le había regalado el Duende tenía una especial ternura hacia los pájaros.

Y sin embargo su misión era ahuyentarlos y que no comieran en los sembrados.

  El Duende, que creía una “Buena Razón”, que todos tuvieran un corazón en el pecho, le había hecho un espantapájaros triste sin sentimientos.
 
 El espantapájaros hubiera estado asustando a los pájaros que se aproximaban a los sembrados y así estaría cumpliendo su deber.

  Pero aquel corazón que latía bajo la chaqueta vieja deseaba que las aves se posaran en sus hombros, que le hablaran de sus largos viajes por el cielo.

  Y sin embargo, ni un solo pájaro se posaba sobre él.

-Duende de las Buenas Razones, ¿qué has hecho de mí?,-gemía-
-¿Quién te mandó darme un corazón?.

Nadie había pedido un corazón para el espantapájaros.

  El Duende de las Buenas Razones, que creía saber lo que debía hacer, se había equivocado.

 Nadie está en posesión de la verdad.

A partir de ese momento,
 El Duende supo que no era más sabio que cualquier otro duende y decidió llamarse,
 Desde entonces,
 El Duende de las Equivocaciones.

Suerte

Suerte

  A pesar de ser un campesino muy pobre, tenía un

  caballo extraordinario, tan fino que el señor

  del castillo quería comprárselo, pero el viejo

  labriego se rehusaba a vendérselo.

  -Para mí, este caballo no es solamente un animal,

  es un amigo. ¿Cómo puedo vender yo a un amigo?

  Una mañana el labrador entró al establo y no

  encontró a su caballo. Al enterarse, los

  vecinos le dijeron:

  - Te lo advertimos. Debiste haber vendido el

  caballo, te negaste y ahora te lo robaron.
  !Qué mala suerte tienes!


  El viejo hombre les respondía:

  - ¿Mala, o más bien buena suerte?

  Todos se burlaban de él.

  Dos semanas después, el caballo regresó

  seguido de una manada de potros salvajes.

  Su corcel había escapado detrás de una hermosa

  yegua y retornaba ahora con la manada entera

  siguiéndolos.

 

- ¡Qué suerte! -exclamaron los vecinos.

  El viejo hombre inició entonces con su hijo

  la tarea de domar los caballos. Una semana más

  tarde, el muchacho se rompió una pierna entrenando
  a los potros.


  - ¡Qué infortunio! ¿Quién lo va a relevar,si no tiene
 

  tiene cómo contratar a un reemplazo

 -comentaron los vecinos.
 

  El anciano les contestó:

  - ¿Mala, o buena suerte?


  Pasaron unas semanas, cuando de repente el ejército

  real llegó al pueblo y enlistó a los jóvenes en sus
  filas.

  Todos fueron enrolados excepto el hijo del viejo,

  quien no les interesó, porque tenía una pierna

  fracturada.

  - ¡Qué suerte tienes! -le dijeron los vecinos

  llorando-. A nuestros hijos se los llevaron a la

  guerra y probablemente morirán, mientras tu hijo

  permanecerá contigo.

  Conmovido, el viejo hombre replicó:

- Buena o mala suerte, ¿quién sabe?

 

            

cuento psicológico

cuento psicológico

EL DIVÁN

 

 Sintió rabia al cerrar la puerta de su consulta.  Aprovecharía el fin de semana para desocuparla.
 Debía varios meses de alquiler y los de el banco ya no le daban mas créditos.
Al bajar las escaleras se cruzó con la bruja Lila (así se anunciaba en prensa).  Se saludaron cortésmente y empezó a reflexionar sobre el éxito de la bruja.


Sabía que cobraba la mitad de su tarifa por sesión, sabía que algunos casos los solucionaba en muy poco tiempo...
Y sabía que ya había ganado más de un pleito por intromisión profesional y por prácticas de medicina ilegal.


 ¿Que era lo atraía a las personas de todas clases sociales a la consulta de una bruja?

El fin de semana fatídico llegó y el terapeuta daba las últimas instrucciones a los del camión de mudanzas para trasladar los muebles de su despacho.
  Cuando vio acercarse a la bruja, acompañada por el administrador de la finca.
 Supo que esa misma tarde su despacho seria alquilado por la bruja Lila.
Llegó un momento en que el terapeuta y la bruja quedaron solos en el
Principal, y salio la proverbial curiosidad femenina.

-¿Y por que deja tan buen sitio?, ¿se muda a uno mejor?

-En realidad dejo las terapias por
que los pocos pacientes que me quedan, se apoyan mas en la santería que en la sabiduría –dijo- siendo intencionadamente irónico ya ve usted el éxito que tiene,  ¿Podría explicármelo?  –La espeto con sequedad-

 

  -trabajo muy duro en mi consulta y todo lo que soy se lo debo a un curandero que fue mi maestro es el quien hace las curaciones y los milagros.


-¿Milagros?  ¿y por que no me lo dijo  antes?  ¡Yo necesito un milagro
 Ahora!-  su tono continuaba siendo irónico, aunque estaba nervioso,
Con los ojos oscuros de la mujer morena entrada en años, pero que evidenciaba vitalidad y energía.


-¿Y no le parece ya un milagro, aunque intuyo que son mas, que usted este aquí?  Le dijo la mujer.

 Minutos mas tarde, el terapeuta supo que su consulta sería a partir del lunes, una sala de relajación para los clientes de Lila
Tras sus milagros debían acostarse un buen rato.  No se despidió sin recibir una tarjeta de la mujer que lo despidió con dos besos en las mejillas dejándolo lleno de ideas confusas.


El terapeuta en su casa, trató de mostrarse optimista.

A media noche del lunes, el terapeuta dormía pesadamente por unos tequilas consumidos a manera de cena.
 La música de un cd pirata y la luz de la lámpara de la mesa
De trabajo arrojaban su presencia en el dormitorio que desde hacia semanas era el único testigo de sus noches solitarias.
 Los sueños del terapeuta no fueron placenteros ni su
Organismo toleraría mas bebidas alcohólicas; a la mañana siguiente el terapeuta se cuestiono en sus propios términos.
 
 Derrumbado, tuvo que recogerse a si mismo, y subirse en un taxi para acudir al servicio de urgencias del hospital mas cercano se encontraba bastante mal.

  El psicoanalista sufría de:
Hipertensión, colesterol malo, ulcera de estomago y “algo mas” lo sabremos una vez que tengamos todos las analíticas, -le dijo el doctor-
 Su tarjeta de crédito había sido anulada, sus otras tarjetas estaban
Suspendidas y solo gracias a la cuenta de "su" círculo psicoterapéutico pudo salir airoso de la clínica.  Lo peor fue que a pocos metros de la salida el terapeuta perdió la conciencia, por una subida fuerte de la tensión arterial además de la cifra astronómica de la factura.


En su inconciencia, se vio en los brazos e una bella mujer; todos sus colegas lo rodeaban con empatía.
 
 El se sentía seguro y sereno, y de repente una inmensa montaña surgía de la nada amenazando con aplastarlos a todos.

 El terapeuta quiso escapar...
  Al agitarse, se precipitó a tierra; al incorporarse 
 Vio horrorizado a sus maestros e ídolos transformarse en roca primero y polvo después.
 

El terapeuta fue dado de alta esa misma tarde, bajo los efectos de un fuerte   sedante se marcho a su casa e intento dormir.

 Lleno de frustración, necesidades y dos o tres términos más, hasta que lo venció el sueño sumergido en su inconsciente.

 Mientras analizaba lo que debía hacer un hombre de cuarenta años,
 Padre de dos niños hiperactivos, con problemas en la
Universidad -por el debate y guerra truculenta entre psicoterapeutas de distintas escuelas...
Para sobrevivir un divorcio inminente.

Nada mejoró para el terapeuta:  su mujer habló de divorcio, planteó fechas, responsabilidades legales.

 El terapeuta ansiaba lo que se negaba a asumir de la enfermedad, del bolsillo, del dolor de la pérdida, de la cabeza, como cualquier vecino más, su ser sufría y carecía de  sentido teorizar sobre ello:  sufría, y sufría a su manera.

  El terapeuta decidió consultar con Lila, la
Bruja de los milagros.

Tal vez esta consulta pueda ser el inicio de una nueva vida total tampoco –se dice- tengo mucho que perder.

¿Lo recodáis?

¿Lo recodáis?

LA BELLA DEL BOSQUE DURMIENTE
de Charles Perrault

 

Érase una vez un rey y una reina que estaban muy tristes por no tener hijos, y su tristeza era tan inmensa que no hay palabras para describirla.

Por ese motivo fueron a tomar las aguas a muchos balnearios, hicieron votos, ofrendas, en fin, todo lo que se podía hacer se hizo y no sirvió para nada, de momento, hasta que un buen día, la reina tuvo una niña, y se dice que en el magnífico bautizo, se le dio a la princesita, por madrinas, a cuantas hadas se pudieron encontrar en el reino (que en esta ocasión fueron siete), con objeto de que cada una de ellas le concediese un don, como era la costumbre de las hadas en aquellos tiempos, y la princesa tuviese, por este medio, todas las perfecciones imaginables.

Después de la ceremonia del bautismo, el acompañamiento fue al palacio del rey donde hubo un gran festín para las hadas.

Se puso delante de cada una de ellas un lujoso cubierto, dentro de un estuche de oro macizo, donde había una cuchara, un tenedor y un cuchillo de oro fino guarnecido de diamantes y de rubíes.

Cuando ya cada comensal tenía su lugar en la mesa, se vio entrar a una vieja hada a quien no habían invitado pues hacía más de cincuenta años que no salía de un torreón y por esto la creían muerta o hechizada.

El rey hizo poner otro cubierto, pero no hubo procedimiento de conseguirle un estuche de oro macizo, como a las demás porque no se habían encargado hacer más que siete para las siete hadas.

La anciana creyó que se la despreciaba, y gruñó algunas amenazas entre dientes. Una de la jóvenes hadas que se encontraba detrás de ella, la escuchó y juzgando que podría otorgar cualquier don enojoso a la princesita, apartóse, apenas concluyó el banquete, escondiéndose detrás de los tapices a fin de hablar la última y de esta manera poder reparar en lo posible el mal que la anciana le hubiese hecho.

Mientras tanto las hadas comenzaron a otorgarle sus dones a la princesa. La primera le dio por don el ser la más bella del mundo, la segunda le auguró que tendría el espíritu angelical, la tercera que poseería una gracia admirable en todo aquello que hiciera, la cuarta que danzaría perfectamente bien, la quinta que cantaría como un ruiseñor, y la sexta que tocaría toda suerte de instrumentos musicales a la perfección.

Al llegarle el turno a la vieja hada, esta dijo, balanceando la cabeza más de despecho que por la edad, como la princesa se atravesaría la mano con un huso, y que a causa de ello moriría.

El terrible don hizo temblar a todos los presentes, y no hubo nadie que no llorase. En esos momentos, el hada que se había escondido, surgió de detrás de los tapices, y dijo en alta voz estas palabras:

-Tranquilizaos, majestades, vuestra hija no morirá; cierto es que no tengo bastante poder para destruir enteramente lo que mi anciana hermana ha hecho, mas os aseguro que la princesa al atravesarse la mano con un huso, en lugar de morir, caerá solamente en un profundo  sueño que durará cien años, al final de los cuales el hijo de un rey vendrá a despertarla.

El rey, para tratar de evitar la desgracia anunciada por la vieja hada, hizo publicar prestamente un edicto, por el cual se prohibía a todos hilar con husos, o tener ruecas en su casa, bajo pena de muerte.

Al cabo de quince o dieciséis años, el rey y la reina fueron a una de sus mansiones de verano y sucedió que la joven princesa correteando un día por el palacio, y subiendo de habitación en habitación, llegó hasta arriba en donde había un desván, en el cual una viejecita estaba sola hilando con su rueca. (...)

.Esta anciana no había oído hablar de la prohibición del rey de hilar con rueca.

-¿Qué hacéis vos, buena mujer? –quiso saber la princesa.

-Yo hilo, hermosa niña –le respondió la viejecita que no la conocía.

-¡Ah, que bonito es!- exclamó la princesa- ¿Cómo lo hacéis?, dádmelo pues quiero ver si yo también sé hacerlo.

No bien la princesa hubo cogido el huso, lo que hizo con un gesto vivo y un poco atolondrado -por otra parte la voluntad de las hadas lo ordenaba así-, se atravesó la mano cayendo desvanecida.

La buena vieja, muy asustada, gritó pidiendo socorro y llegaron servidores de todas partes, unos le echaron agua en el rostro a la princesa, otras le soltaron el corpiño, otros le dieron masaje en las manos, otros le frotaron las sienes con agua de la Reina de Hungría, pero nada le hizo recobrar el conocimiento. Entonces el rey, que había subido al escucharse el alboroto, se acordó de la predicción de las hadas, y juzgando que el momento anunciado por ellas había llegado, ordenó:

-Colocad a la princesa en la más bella estancia de palacio, sobre un lecho de colcha bordada en oro y plata.

Se hubiera dicho que parecía un ángel de lo bella que estaba, pues su desvanecimiento no había borrado los vivos colores de su tez; sus mejillas permanecían encendidas y sus labios como el coral, tenía los ojos cerrados, mas oíasela respirar dulcemente, lo cual indicaba que no estaba muerta. El rey mandó que la dejasen dormir hasta que su hora de despertar hubiese llegado.

El hada bondadosa que le había salvado la vida, condenándola a dormir cien años, estaba en el reino de Mataquin, a doce millas de allí, cuando se produjo el accidente de la princesa, pero ella fue advertida al instante por un enanito que tenía botas de siete leguas (se trata de esas botas que hacen siete leguas de un solo paso).

El hada partió enseguida y se la pudo ver al cabo de una hora llegar en un carro de fuego, arrastrado por dragones, y el rey en persona la ayudó a descender del carruaje.

El hada aprobó todo lo que el monarca había hecho, pero como era muy previsora, pensó que cuando la princesa se despertase, sentiríase apurada al estar completamente sola en el viejo castillo.

He aquí lo que el hada hizo entonces: tocó con su varita todo cuanto estaba en palacio (menos al rey y a la reina), amas de llaves, damas de honor, camareras, gentiles hombres, oficiales, mayordomos, cocineros, pinches, galopines, guardias suizos, pajes, lacayos, junto con los palafreneros, los mozos de los establos, y a Pouffe, la pequeña perrita de la princesa, que se hallaba acurrucada a su lado sobre el lecho.

En el momento en que el hada les tocó, todos se durmieron, para no despertarse más que en el momento en el cual lo hiciera su dueña, a fin de estar dispuestos a servirla en cuanto ella los necesitase, e igual sucedió con los asadores que se encontraban encima del fuego llenos de perdices y faisanes, pues se unieron en el sueño, inmovilizándose, como también las llamas.

Todo se hizo en un momento; el hada no tardó nada en realizar su quehacer. Entonces el rey y la reina, después de haber besado a su querida hija sin que ella de despertase, salieron de allí e hicieron publico que nadie podía acercarse al castillo. Aunque esta advertencia no fue necesaria, pues, en cosa de un cuarto de hora, crecieron alrededor del parque una enorme cantidad de árboles grandes y pequeños, de zarzas y de espinos entrelazados los unos con los otros, que bestia ni hombre no habrían podido atravesar.

A la salida no se veía más que la punta de las torres del castillo, y esto desde muy lejos, entonces nadie dudó que el hada había hecho bien su trabajo, a fin de que la princesa, durante el largo sueño, no tuviese nada que temer de los curiosos.

Al cabo de cien años, el hijo del monarca que reinaba entonces y que era de otra estirpe diferente a la de la princesa dormida, fue de caza por aquellos lugares y preguntó de quién era ese gran bosque entrelazado y espeso que se divisaba en lo alto de la montaña, y cada uno le respondió según lo que había oído hablar.

Los unos decían que era un viejo castillo donde vivían los espíritus; otros, que todos los brujos de alrededores lo habían convertido en su morada.

Aunque la opinión más común era que un ogro habitaba allí y que se llevaba a cuantos niños podía atrapar, para comérselos a su gusto y sin que nadie pudiera seguirle, siendo el único que podía hacerse un pasadizo a través del bosque.

El príncipe no sabía a quien creer, cuando un viejo campesino tomó la palabra diciéndole:

-Alteza, hace ya más de 50 años, escuché decir a mi padre que se encontraba en el castillo una princesa, la más bella del mundo, que debía dormir cien años y a quien despertaría de su sueño el hijo de un rey al que estaba destinada.

El joven príncipe, al oír aquellas palabras, se sintió entusiasmado creyendo sin dudarlo que él pondría fin a tan largo sueño, y llevado por el amor y por la gloria de la empresa, resolvió  comprobar sobre el escenario de los hechos lo que había de verdad en la extraña leyenda.

En cuanto avanzó en dirección al bosque, todos los altos árboles, las zarzas y los espinos se apartaron para dejarle pasar y pudo ir hacia el palacio que se divisaba al extremo de una gran avenida. Entrado en ésta, lo que le sorprendió fue que nadie había podido seguirle, porque los árboles se volvían a entrelazar a su paso.

Continuando su camino, un príncipe joven y enamorado es siempre valiente, entró en un gran patio donde todo lo que vio era capaz de helar de espanto. Reinaba un silencio estremecedor, la imagen de la muerte se presentaba por doquier pues no se mostraban a su vista más que cuerpos tendidos de hombres y de animales que parecían muertos. Por la nariz enrojecida y el rostro congestionado de los Suizos, reconoció que éstos no estaban más que dormidos, y sus vasos, donde aún había algunas gotas de vino, revelaban también que se habían dormido bebiendo.

El príncipe atravesó un gran patio pavimentado en mármol, subió por las escalinatas, entró en la sala de los guardias, que se hallaban alineados en fila, el arma sobre el hombro, mientras roncaban a más y mejor.

Cruzó muchas estancias plenas de gentiles hombres y de damas, durmiendo todos, los unos de pie, los otros sentados y entrando en una sala dorada, contempló sobre un lecho, cuyos cortinajes estaban descorridos, el más hermoso espectáculo que jamás viera: una princesa que parecía tener 15 o 16 años y que resplandecía con algo parecido a una divina luminosidad. Entonces se acercó temblando de admiración y se arrodilló a su lado.

Y, como el termino del encantamiento había llegado, la princesa despertó, y, mirándole con los ojos más tiernos que un primer encuentro parecía permitir, le dijo:

-¿Sois vos, príncipe mío?, bien que me habéis hecho esperar.

El príncipe, fascinado al escuchar tal bienvenida y todavía más de la manera que fue pronunciada, no sabía como testimoniarle su alegría y su reconocimiento, y le aseguró que la amaba más que a sí mismo.

Sus palabras fueron torpemente dichas, pues a poca elocuencia mucho amor. El príncipe se mostraba más tímido que ella, y esto no debe sorprendernos; la princesa tuvo tiempo de soñar lo que le iba a decir pues existe cierta sospecha (la historia de eso nada cuenta), de que la bondadosa hada, durante los cien años que permaneciera dormida, le había procurado el placer de los sueños agradables.

En fin, que transcurrieron cuatro horas hablando entre ellos y no se habían dicho todavía la mitad de las cosas que se tenían que decir.

Mientras, todo el palacio se había despertado con la princesa, cada uno reanudando el desempeño de su trabajo, y ya que ellos no estaban enamorados, se morían de hambre. La dama de honor, hambrienta como los otros, se impacientó, y dijo en voz alta a la princesa, que la comida estaba servida.

El príncipe ayudo a la joven a levantarse; esta se hallaba ataviada con gran magnificencia, pero él se guardó bien de decirle que iba vestida como su abuela, aunque no estaba menos bella por eso. Ambos entraron en un gran salón de espejos, cenando atendidos por los servidores de la princesa.

Los violines y los oboes ejecutaban antiguas piezas de manera excelente y eso que habían permanecido cien años inactivos, y, después de cenar, sin perder tiempo, el gran capellán los casó en la capilla de palacio. Los dos poco durmieron, la princesa no tenía una gran necesidad, y el príncipe la dejó de buena mañana para volver a su reino, donde su padre debía estar preocupado por él.

El príncipe le dijo que cazando perdióse en el bosque y que había dormido en la choza de un carbonero que le había hecho comer pan negro y queso. Su padre el rey, que era un buen hombre fácil de convencer, le creyó, pero no así su madre.

Viendo la reina que el príncipe se iba casi todos los días de caza, y que tenía siempre una razón para excusarse cuando había dormido fuera dos o tres noches, ella no dudó ni un momento que su hijo tenía algún amorío.

El joven y la princesa vivieron juntos un par de años y tuvieron dos hijos, al primero, que fue una niña, la llamaron Aurora, y al segundo, un varón, le dieron el nombre de Día, porque era todavía más hermoso que su hermana..

La reina quiso muchas veces arrancarle el secreto de tantos misterios a su hijo, pero él no osó jamás confiárselo, ya que temía por aquellos a quienes amaba; su madre era de raza ogresa y el rey se había casado con ella a causa de su fortuna y se decía por lo bajo en la corte, que la reina poseía las inclinaciones de los ogros, ya que viendo a los niños pequeños, lo pasaba muy mal teniendo que reprimir sus instintos, por este motivo el príncipe no quiso nunca decirle que se había casado y tenía dos hijos.

Pero cuando el rey su padre murió, lo que tuvo lugar también al cabo de dos años, el príncipe ocupó el trono, declarando entonces públicamente su matrimonio, y con gran ceremonia fue a buscar a la reina su esposa, al castillo, para después llevarla con gran pompa a la capital en donde ella entró en la ciudad con cada uno de sus hijos a ambos lados.

Algún tiempo después el joven soberano fue a hacer la guerra al emperador Cantalabuffe, su vecino, dejando la regencia del reino en manos de la reina madre, y encomendándole vivamente a su esposa e hijos.

El joven rey debía estar en la guerra todo el verano, y en cuanto partió, la reina madre envió a su nuera y a los niños a un palacio en el campo entre los bosques, para poder llevar a cabo, más a su gusto, los horribles propósitos que la dominaban.

Unos cuantos días después, ella fue a ese palacio y le dijo cierta tarde a su maestresala:

-Quiero comerme mañana para almorzar a la pequeña Aurora.

-¡Ah, Señora! –gimió el pobre hombre.

–¡Yo lo mando –dijo la reina madre (y lo dijo en el tono de una ogresa que tiene el deseo de comer carne fresca)-, y me la quiero comer con salsa!

El maestresala, comprendiendo que no podía desobedecer a la ogresa, cogió un gran cuchillo, y subió a la habitación de la pequeña Aurora.

Ella, que tenía entonces 4 años, se le acercó saltando y riendo y se le echó al cuello pidiéndole bombones. Él se puso a llorar, cayéndosele el cuchillo de las manos, y marchó al corral a sacrificar un cordero, aderezado con una salsa tan excelente que su ama aseguró satisfecha, no haber comido nunca nada semejante.

El maestresala escondió a la pequeña Aurora en su propio hogar, cercano al palacio, dejándola al cuidado de su esposa..

Ocho días después, la malvada reina le volvió a decir:

-Quiero comerme para la cena al pequeño Día.

El maestresala no replicó; resuelto a engañarla como la primera vez, fue a buscar al pequeño Día, que no tenía más que tres años, y le encontró con un florete en la mano jugando a cruzar las armas con un mono amaestrado. De nuevo se lo entregó a su esposa que lo llevó al mismo escondite de la pequeña Aurora, y el buen hombre le dio a la ogresa, en lugar del niño, a un pequeño cabritillo muy tierno, que la ogresa encontró de lo más apetitoso.

Todo había ido muy bien hasta entonces, pero un día la perversa reina le dijo al maestresala:

-Quiero comerme a la reina en la misma salsa que a sus hijos.

Y fue entonces cuando el pobre hombre desesperó de poder seguir engañándola. La joven reina tenía 20 años pasados, sin contar los cien que estuvo durmiendo, su piel era un poco dura, aunque bella y blanca; ¿cómo iba a encontrar en el corral manjar semejante?

El atribulado servidor tomó entonces la decisión, para salvar la vida, de matar a la reina, y subió a sus habitaciones con la intención de hacerlo, aunque furioso por ello. Entró con el puñal en la mano en la habitación de la joven reina., pero no queriendo sorprenderla, le transmitió con mucho respeto la orden que había recibido de la reina madre.

-Cumplid con vuestro deber –le contestó ella tendiéndole el cuello-, ejecutad la orden que os han dado, así iré a reunirme con mis hijos, mis pobres hijos que tanto he amado- pues ella les creía muertos desde que se los habían quitado sin decirle nada.

-¡No, no, Señora –le respondió el desdichado maestresala enternecido-, vos no vais a morir, y podréis volver a ver a vuestros queridos hijos, pero esto será en mi casa donde yo les he ocultado, y engañaré de nuevo a la reina, haciéndole comer una joven cierva en vuestro lugar!

La llevó, pues, a su casa, donde le dejó abrazar a los niños y llorar con ellos, preparando una cierva que la reina devoró en su cena, con el mismo apetito que si se hubiera tratado de su nuera.

La reina madre estaba bien contenta de su crueldad, y se preparaba para decirle al rey, cuando éste regresase, que unos lobos hambrientos se habían comido a la reina su esposa y a sus dos hijos.

Una tarde que rondaba como de costumbre por los corrales del palacio para olfatear carne fresca, escuchó en una salita al pequeño Día que lloraba porque la joven reina le quería castigar ya que no se había portado bien, y oyó también a la princesita Aurora que intercedía por su hermano. La ogresa reconoció la voz de la reina y de sus hijos y furiosa al descubrir el engaño, ordenó, a la mañana siguiente, con voz espantosa que hacía temblar a todo el mundo, que pusieran en medio del patio una enorme caldera que hizo llenar de sapos, víboras, de culebras y de serpientes, para meter a su nuera y a sus nietos, al maestresala, a su esposa y a los sirvientes de éstos.

La reina madre había dado la orden de llevarles con las manos atadas a la espalda, y ya estaban allí, y los verdugos se preparaban a tirarlos dentro de la cuba, cuando el rey, a quien nadie esperaba, entró en el patio a caballo.

El monarca había venido de improviso, y preguntó a todos sorprendido que significaba ese horrible espectáculo; nadie osaba decírselo, cuando la ogresa, rabiosa al ver lo que estaba viendo, se tiró ella misma de cabeza en la marmita y fue devorada en un instante por las alimañas que había hecho meter.

El rey no pudo impedir el sentirlo, después de todo era su madre, mas se consoló pronto con su bella esposa y sus hijos.

 


 

EL ESCONDITE

EL ESCONDITE

 EL ESCONDITE

 

 


Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los
sentimientos y cualidades de los hombres.

    - ABURRIMIENTO había bostezado por tercera vez.

 

    -LOCURA propuso:  ¿Vamos a jugar al escondite? 

   -INTRIGA levantó la ceja intrigada.

 

-CURIOSIDAD, sin poder contenerse
preguntó:  ¿Al escondite?  ¿Y eso cómo es?

-Es un juego —Explicó la LOCURA—, en que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón y vosotras os escondéis; y cuando yo haya terminado de contar, al primero que me encuentre pasara a ocupar mi lugar para continuar el juego.

 -ENTUSIASMO, bailó.

 

  -EUFORIA, lo siguió.

 

 -ALEGRÍA dio tantos saltos… y.


  -DUDA, se convenció

 

-APATÍA, a la que no le interesaba nada continuó bailando
 (Pero no todos quisieron participar).


-VERDAD, prefirió no esconderse... ¿para qué?  Si al final siempre la encontraban.

 

 -SOBERBIA, opinó que era un juego muy tonto, en el fondo
lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella.

  
-COBARDÍA, prefirió no arriesgarse...

UNO, DOS, TRES… comenzó a contar la LOCURA.



La primera en esconderse fue la PEREZA, que como siempre se dejó caer tras el primer obstáculo del camino.


-FE, subió al cielo.

-         ENVIDIA se escondió tras la sombra del TRIUNFO.


-TRIUNFO, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.


 -GENEROSIDAD casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio
que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos... ¿Un lago cristalino?

-Ideal para BELLEZA.

 

 ¿La hendidura  de un árbol?

Perfecto para TIMIDEZ.


 ¿El vuelo de la mariposa?

Lo más bello para VOLUPTUOSIDAD.


 ¿Una ráfaga de viento?

Magnífico para LIBERTAD.


Así terminó por ocultarse en un rayito de Sol.

-EGOÍSMO, en cambio encontró un buen sitio desde el principio del juego, cómodo y ventilado…
 
-MENTIRA se escondió en el fondo de los océanos… ¡bueno es mentira!, en realidad se escondió detrás del arco iris.

 

 -PASIÓN y DESEO, se ocultaron en el centro de los volcanes.

 

-OLVIDO... se olvido donde se escondió.


- LOCURA, contaba el final.


-AMOR, aún no había encontrado sitio para esconderse, pues
todo se encontraba ocupado… hasta que vio un rosal y estremecido se oculto entre sus rosas.

- LOCURA, terminó de contar y comenzó a buscar…  La primera en aparecer fue PEREZA.


 -PEREZA, sólo estaba escondida a tres pasos detrás de una piedra.

 

 Después se escuchó a FE.


-FE, discutía con DIOS en el cielo sobre Teología.

 

-PASIÓN y DESEO, seguían ocultas pero se oyeron vibrar en los volcanes. 
 -ENVIDIA, en un descuido encontró a VOLUNTAD...  y claro, así pudo deducir donde estaba TRIUNFO.


-EGOÍSMO no tuvo que buscarlo.  El solo salió disparado de su
escondite que había resultado ser un nido de avispas.  De tanto caminar tubo sed y al acercarse a beber agua al lago descubrió a…  BELLEZA.


 -DUDA, resulto difícil de encontrar, estaba sentada sobre una cerca, sin decidir aún de que lado esconderse.

-LOCURA, fue encontrando a todos:


-TALENTO, entre la hierba fresca;

  -ANGUSTIA, en una oscura cueva.


- MENTIRA detrás del arco iris, ¡mentira, si ella estaba en el fondo del mar!

-OLVIDO... que ya se había olvidado que estaba jugando al escondite.


-AMOR, no aparecía por ningún sitio...

 -LOCURA, buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyo del planeta, en las cimas de los montes y cuando iba a darse por vencida vio un rosal y las rosas…
 tomo   una horquilla y comenzó a mover las ramas
hasta que un doloroso grito se escuchó...

Las espinas habían herido en los ojos a AMOR.


 -LOCURA, no sabía que hacer para disculparse,
lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo...

Desde entonces... desde la primera vez que se jugó al escondite en la Tierra…


-AMOR, es casi ciego.

- LOCURA, Lo acompaña.

 


TIEMPO DE NAVIDAD

TIEMPO DE NAVIDAD

 TIEMPO DE NAVIDAD

 

 

Vivo en una gran avenida, repleta de gete, trafico, centros comerciales, tiendas, bares, una bulliciosa zona.  Ya luce toda ella brillantes guirnaldas de luces de colores, estrellas, renos, trineos, cuelgan por encima de los semáforos de extremo a extremo de la avenida.  Las tiendas todas están llenas.  En cada entrada un papa Noel, agitando una campanilla de abajo arriba en una mano enguantada en blanco, en la otra porta una cestita de caramelos que reparte a los viandantes al grito : ¡jul, jul, jul,¡ ¡feliz navidad¡ Asustando a muchos chiquillos y admirando a otros que no comprende, como papa Noel, es tan mágico que esta en todas partes. Hasta trepando por las ventanas se le puede ver.  Si es la magia de la navidad.

 

Entro en el centro comercial más populoso y más caro de la avenida.  Si no me equivoco, en la planta baja se vende ropa interior, productos de aseo y de higiene.  Pero no esta la han cambiado a la primera planta por la navidad todos los productos de primera necesidad han desaparecido como avergonzados ante tanto glamour, ellos no piden competir con tanto brillo y lujo.  Si puedo comprarme una braguitas llenas de diminutas lucecillas de miles de colores que se apagan y se encienden.  Y gorros de Santa con sus luces qué culmina con una luz mayor en el pompo blanco de la punta, da ráfagas de luz amarillenta con intermitencias como una ambulancia.

 

Suelen salir, adultos, jovenetes, niños, en Noche buena, (tras la cena navideña) con sus gorros de fieltro rojo, sus luces, y como guinda una pompa amarilla remata sus cabezas.  Llenan las aceras con sus gorritos con intermitencias, cuando se encuentra con otro grupo se gritan:  ¡jul, jul,  jul,  feliz navidad¡

 

Atravieso la planta baja y busco las escaleras mecánicas por megafonía no dejan de sonar villancicos, “Noche de paz”…

A mí derecha veo unas estanterías.  Hay lociones, champús, espuma de afeitar, cremas para la piel, artículos de bebe, papel higiénico, bastoncillos de algodón.  Todo mezclado de manera provisional.  Hago un giro y me meto por el pasillo de productos de limpieza; insecticidas, plumeros mágicos, bayetas.

 

Vuelvo a pensar, estoy en este mundo sin mi consentimiento.

 

-Me gustaría que justo aquí en medio del centro comercial se me acercará un ángel y me preguntase si es mi deseo estar en este mundo.  Y le haría muchas preguntas sobre que quiere decir con exactitud “el espíritu de la navidad” ¿Qué cosa es?  ¿En que consiste?

 

¿Se trata de comprar y comprar de forma convulsiva cosas incesarías en la mayoría de los casos?  Solo necesito un ridículo cepillo de dientes y es mas me están entrando ganas de no pasar por caja, y unas braguitas.  Claro que tendré que pararme entre cientos de modelos y escoger entre veinte antes de decidirme por el más barato.

 

Durante todo este tiempo no se me ha acercado el ángel nadie me ha apartado a un lado para preguntarme si alguna vez di mi aprobación para deambular por los centros comerciales y si realmente captó “el espíritu de la navidad “mi pregunta sigue sin respuesta tan sencilla como ¿tu realmente has escogido la navidad?

 

 Ahora veo aparecer una mujer joven apoyándose en dos muletas.  Coge dos paquetes enormes de pañales infantiles y sigue su camino.  Esta escena me devuelve a la realidad, como si al ver otra persona en peores circunstancias que las mías me conviértase en una mujer miserable por tener este tipo de pensamientos.  Despierta en mí la idea de portarme como una mujer buena saco del bolsillo de mi abrigo el cepillo de dientes con la intención de pagarlo.  La idea es aceptable a mi no me ha aclarado nada.

 

La mujer de las muletas se aleja.  Nuevamente desearía expresar mi falta de conformidad por estar en este mundo.  Hago cola en una de las cajas, disimulando saco el cepillo de dientes del bolsillo y lo llevo en la mano.  La cola avanza muy lentamente.

 

Al mirar a mí alrededor descubro a Miguel de la Rocha, un antiguo amigo, periodista sin trabajo, al que en una ocasión le preste una suma importante de dinero que nunca me devolvió, supongo que de esta forma se pierden muchas amistades.

 

Va desaliñado y con los zapatos polvorientos.  Se acerca hasta la sección de perfumería prueba diferentes colonias y perfumes; en las manos, en las muñecas, en los brazos.  Cada vez presiona un pulverizador distinto, ¡flux, flux¡

 

-¡Dios Santo¡ me digo…

 

Se ha transformado en un espectro.  Una de esas personas que se perfuman gratis en los centros comerciales un hombre pulverizador.  Probablemente nunca encontrara trabajo, ni podrá pagar sus deudas.

 

Si en este momento el me mirase, pensaría de mi, que soy piadosa.  No sucede.  Mi amigo no deja de abrir frascos de perfume rociándose toda la ropa.  No se percata que hay varias dependientas riéndose de el.  Debería protegerle, acercarme a las vendedoras y llamarles la atención.  No puedo.  Ya que también yo me estoy burlando en un el.  Desde los altavoces de arriba no deja de sonar “noche de paz”.   Vuelvo a entrar a otro centro comercial próximo para buscar chocolate a la taza quiero hacerme un chocolate en casa.  Un reponedor trabaja sin descanso en su expositor de productos navideños, dulces, Chocolates, mazapán, bolitas de coco.  Hay un letrero junto a la carnicería felicitando las fiestas y pidiendo a sus clientes que efectuaran ya sus pedidos ¡habían llegado los pavos navideños¡

 

Por los pasillos mas allá, al lado de la selección de los mejores cafés del mundo entero.  Quiero recordar que había un estante de chocolates a la taza.  Solo queda un paquete.  Antes de llegar a tocarlo un hombre malhumorado alarga la mano y desaparece el único paquete de repente.  ¡Ni siquiera se ha dado cuenta de mi presencia¡  No encuentro ni rastro de chocolate para hacerme una taza.

 

Los precios exorbitantes hacen que la gente de este centro comercial no compre en exceso.  Pero ello no hacia efecto en la velocidad a los que entraban y salían.  Cada producto era pulcramente examinado, cuando pasaba por caja, por una antipática cajera.  Eso si, como es época navideña cobran vida las sonrisas, entusiasmo, incluso memoria para recordar los apellidos de algunos clientes.

 

Imagino lo hermoso que seria poder saltar la Navidad, un tirón de almanaque y saltar al día doce de Enero.

 

Ni árboles ni compras ni regalos absurdos ni aglomeraciones ni propinas ni envolturas de papel brillante ni tráfico caótico ni muchedumbres ni polvorones ni fruta escarchada ni jamones innecesarios ni fiestas familiares ni de empresa ni de amigos.

 

¿Es posible disfrutar de la Navidad? Sin felicitaciones, sin fiestas, sin banquetes, sin regalos, innecesarios, y absurdos.  Si toda la serie de cosas que por alguna   extravagante  idea se asocia a la buena voluntad del corazón.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ESTRELLA

ESTRELLA

ESTRELLA DE NAVIDAD

Los copos de nieve tienen de forma  de estrella en Noche Buena.Como si el cielo viniera a abrir la tierra en un abrazo de paz y bien.En el corazón abierto de una estrella, nace el misterio  cálido de la Navidad  para encender  el fuego de los hogares de las gentes de "Buena Voluntad".

Nieva en Castilla,  la estrella se ha posado sobre un nido de cigüeñas, inesperado remate  en la torre de la iglesia.El adobe pardo de las casas se hace de oro, dentro de un cofre que guarda la joya mas hermosa del mundo.

En Andalucía, sobre el blanco milenario de la cal, surgen reflejos de plata con ecos de villancicos y un batir rítmico de palmas...

Nieva en los mares.La estrella se hace proa que inusualmente ilumina el navegar del pescador curtido de mar.

En la tierras llanas de Castilla-la Mancha y en el capricho geográfico  montaña.Montaña con sones de gaitas y tamboriles,con ritmo alegre de las palmas y castañuelas.Baílan  estrellas de nieve entre notas del "xistu," la temora, y de la dulzaina, saltando sobre los platillos alegres de panderetas.Humea el perol, un mantecado se deshace con pereza.

En el cielo, el manto de estrellas cubre todo el firmamento.Un villacinco perfora  el manto de  terciopelo  de la noche y se clava en un cielo lleno de luces junto a la cuna del Niño Dios.La notas  que va repitiendo la canción  de Navidad que canta el viento.

En la inmensa variedad  de colores, de luces, de costumbres y paisajes.Maneras de  decir  las mismas palabras, hay un lenguaje que dice las mismas cosas porque salen de los corazones.

Bajo el manto de estrellas de la nieve que ha unido cielo y tierra.Nos olvidamos de otras Navidades que tienen el color de la sangre por donde corren las guerras.

 

Publicado en el:  períodico IDEAL, especial NAVIDAD, 24 DICIEMBRE, 2005.

 

 

Por Navidad

Por Navidad A CASA POR NAVIDAD

En estos días de navidad se hacen muchas estadísticas algunas son curiosas, otras, repetidas todos los años.  Esta mañana he leído en la prensa una de ellas.  Decía que el groso de los clientes de centros comerciales va declinando desde la hora de apertura ya que los clientes ricos tienen la opción para elegir el tiempo dedicado a hacer las compras y van muy temprano evitando así las aglomeraciones y multitudes a la vez que consiguen los mejores productos, los mas frescos, en calidad, y en precio.  Los pobres compramos tarde ya casi a las horas de cierre, en lugares atestados conseguimos, carne, frutas, verduras vapuleados ya por todos y rebajados.

Pienso que esta estadística, la han debido sacar de algún periódico de Nueva York que allí funciona así la cosa en EE.UU.  Las grandes superficies, tiendas, supermercados, están abiertos al público las veinticuatro horas de todo el año.  Ciertamente la única correlación en cuanto a horarios y clientela (con España) es que de madrugada hay muchos mas lunáticos.

En las grandes ciudades  españolas no funciona.  Ya que en el momento que abren sus puertas a los insaciables comparadores, hay personas de todo los sexos, clase social, color, en común pueden tener algunas cosas, como que se agolpa la multitud, algunos con su desaliño, casi la mayoría con su impaciencia, a veces la aglomeración toma una aptitud aireada si el local tarda mas de la cuenta en abrir sus puertas, con frecuencia van lideradas por un comprador masculino esos que la policía califica como “hombres solitarios”  que suelen salir en la sección de sucesos implicados, en actos violentos.  También hay mujeres hurañas que explotan con suma facilidad –criaturas robustas- aferradas a sus carros como si fuesen a emplearlo como arma para derribar puertas he llegado a calificar esta peculiaridad como “la violencias de los carros”.  No dudo que los centros comerciales sobre todo en fechas navideñas son una bendición.  Gracias a ellos podemos dar de comer a toda la familia que vuelve a casa por navidad y todavía sobran provisiones para un mes todo eso a gran velocidad y si vas listo en una hora más o menos.

 Hay veces en que al estudiar los anaqueles llenos de estridentes productos me siento angustiosamente a punto de una lipotimia, (envueltos en una inusual y deslúmbrate neblina), entones es cuando empiezo a dar tumbos, desconcertado, apesadumbrado, abrumado, con una sensación de caerme al suelo en cualquier momento tomo apoyo en uno de estos gigantescos estantes y comienzo a divagar con el considerable riesgo de llevarme el carro de otra persona a veces con un muy enfadado bebé a bordo.

Para mi supone una desconcertante fecundidad de un voraz capitalismo, que es síntesis, tiene bastantes desventajas hay demasiadas opciones proporcionales a los metros cuadrados y el lujo del establecimiento llegándome a quedar atónito.  ¿Qué lleva en el carro ese ser enjuto y de aspecto muy serio?; seis botes grandes para desatascar grasa, cal, suciedad, de bajantes y sanitarios, diez tabletas de cholote blanco, una bolsa grande de bayetas, y cuatro cajas de latas de cerveza sin alcohol.  Puede tratarse de un “solitario” ¿ha cometido un crimen?  ¿y quiere deshacerse de los restos?. Para concluir montándose una juerga a base de chocolate blanco combinando la cerveza sin alcohol.

La cajera va pasando por la cinta registradora el contenido de este “inquietante carro” sin el menor gesto de estremecimiento.  El hombre paga con un billete de cincuenta euros.

Afuera en las calles corre un viento gélido me cruzo con una figura extraña sacada de un relato de Edgar Alan Poe lleva puesta una capa española permanece estático sobre la acera con un violín tocando “noche de paz”.  El comprador de de desatascador de tuberías hecha un billete de diez euros en la cestilla que tiene el músico a sus pies antes de cagar su compra en el maletero de un flamante coche de lujo.  Mientras a mi me hace sentir como un personaje de Alicia en el país de maravillas, incapaz de distinguir entre ilusión y realidad. ¿El mundo real esta ahí dentro?  O en las frías calles.

 

NAVIDAD

NAVIDAD COMPRAS
DE
NAVIDAD

Un carrito de la compra me golpea.  Nadie pide disculpas desde los altavoces de arriba suena “blanca navidad”.

Un reponedor trabaja sin respiro en un expositor de chucherias navideñas, dulces, chocolates, mazapán, polvorones, y toda suerte de variedad de licores.  Un letrero junto a la carnicería advierte a la vez que felicita las fiestas a su clientela que ya se recogen pedidos ¡han llegado los pavos navideños¡

Dos pasillos más adelante, junto a una selección de cafés de todo el mundo, avisto una tableta de chocolate para hacer a la taza, me apetece de forma convulsiva hacerme uno en casa.  Una mujer malhumorada de repente surge de la nada ante mi, alarga la mano, y de repente… sin siquiera darse cuenta de mi presencia desaparece.  No encuentro ni rastros del chocolate para hacer.

Los precios exorbitantes de este hipercor.  Obliga a los clientes a no comprar en exceso.  Claro esta que ello no es impedimento ni hace efecto alguno en la velocidad en la que entra y salen en un bullir incesante.

Cada producto es examinado con escrupulosidad por una antipática dependienta.  Aún así estamos en Navidad y ellas cobran vida con sonrisas, entusiasmo, e incluso hacen un esfuerzo de memoria para poder recordar los nombres y apellidos de algunos parroquianos que manejan billetes de quinientos euros.

Que hermosa seria la Navidad arrancando de un tirón del almanaque el mes de diciembre saltando al día trece de enero.  Ni abetos ni campanas ni regalos envueltos en papeles de regalo de colores estridentes y brillantes ni propinas ni aglomeraciones ni tráfico ni jamones ni frutas escarchadas ni trufas, ni ostras que nadie necesita.  Ni cenas familiares ni de empresas.

¿Es posible disfrutar de la Navidad sin felicitarse las fiestas?, sin fiestas, sin trajes de noche, sin banquetes, sin absurdos regalos, sin todas esa serie de cosas que para algunos poseedores de una extraordinaria razón la asocian con el nacimiento de un pobre niño Jesús en un establo.

Un paraguas para el martes

Un paraguas para el martes UN PARAGUAS
PARA
EL MARTES

Cuando era más joven creía que las personas habían perdido la costumbre de mirarse unas a otras por temor a que les diesen noticias tristes o malas.  Mas tarde pensé que caminaban sin mirarse por que en realidad lo que iban buscando eran palabras para poder explicar que era la verdad de la vida.  En sus miradas siempre se deja ver ese fondo aunque no se muestre abiertamente.  Ahora no pienso nada.  Bien se que acabo de decir una mentira.  Solamente me limito a mirar lo que me rodea.  Ya que no es posible dejar de pensar.

Me imaginó lo hermoso que sería que de pronto la gente fuese pobre. Todos fuésemos pobres.  Tendría belleza vernos unos a otros, sin bolsos, sin ordenadores portátiles, sin teléfonos móviles, sin gafas de sol, sin relojes de pulsera, sin perros de raza, sin paraguas.  Llevando puesto los harapos que vestimos hace años.  Si imagino cosas así inmediatamente me siento triste y contrariada.

Pasan a mi lado tres hombres huelen mal.  Siento por ellos solidaridad e instinto maternal.  Son vagabundos, no tienen una vivienda, ni cuarto de baño para asearse y de esta forma han perdido toda clase de sensibilidad.  Hay que aceptar su miseria.  Como fue siempre aceptada a lo largo de la humanidad.

Mientras canino bajo la lluvia protegida con mi enorme paraguas negro, no solo del agua, también me protege de los días de la semana y hoy es martes.  Doy vueltas al pensamiento que tengo con frecuencia pienso que debería pasarme algo especial ¡nada sucede¡

Esta claro que no quiero que me ocurra nada y bajo este convencimiento mío ¡no puede pasarme nada¡ es sencillo una tiene lo que desea.  Si es mi locura personal la llamo de esta forma porque no es pública.  Es mi locura personal ya que puedo dominarla.

Siento que a pesar de haber sido obligada a vivir, no estoy preparada para escribir sobre el consentimiento de la vida.  Con bastante posibilidad tendría reacciones infantiles.  En mi mundo infantil solo entendía el principio de las cosas que sucedían y una vez comprendidas.  Salía corriendo.  Me daba miedo me daba mucho miedo  la complejidad de la vida.

En este momento vuelvo a tener aquella vieja sensación que experimentaba de niña, cuando solo entendía el principio de las cosas de las cosas que sucedían.  Y otra vez estoy escampando protegida bajo mi paraguas, grande de nailon negro, del miedo a la complejidad de la vida.

Ha apretado y llueve muy fuerte.  Llama mi atención un friki.  El hombre camina empapado de agua lleva puesta una camisa demasiado ceñida al torso mostrando  su gordita tripa, una chaqueta de color blanco con enormes hombreras y anchas solapas el pantalón ajustado muy por encima de la cintura de un rojo sangre  se lo sujeta con tirantes del mismo color   dejando ver los calcetines rosas a la altura de los tobillos y unos zapatos de cuña negros.

Me gustaría preguntarle si ha perdido el interés por comprarse ropa.  Le respondería que a mi me ha pasado lo mismo. 

En la puerta de una tienda demasiado pequeña veo a un bebé inmóvil dentro se su carrito cubierto por plástico duro y transparente   el plástico que todo salpicado por miles de gotas de agua me recuerda a un  muñeco.

Arriba los vencejos vuelan  con sus empapadas  plumas de lluvia buscando un tejado en donde guarecerse.

Observo todas las cosas con mucha atención para no perderme lo que para muchos deben ser solo pequeñeces.  Ahora doy la vuelta al paraguas y lo lleno de agua de lluvia y con ella voy regando las plantas de las jardineras de los porches y los soportales.  Quiero llevarle a la anciana del segundo del viejo edificio donde vivo un poco de agua para que riegue las plantas de su balcón ajadas llenas de polvo que parecen de plástico.  Justo por donde ahora camino veo como entre dos coches aparcados cruza un perrillo callejero.  El animalito da vueltas a mí alrededor olisqueándome y moviendo la cola durante unos minutos mientras se sacude al agua de la piel y los huesos.  Me siento alegre de esta muestra de afecto.

Descubro que se acercan hasta alcanzar mí paso una profesora con sus alumnos, irán a visitar algún museo.  De repente se detiene y dice:  ¡niños juntaros mas para que la gente tenga mas espacio para andar¡

No se deberían emplear estas frases en lo niños son las que dan comienzo a la tristeza.  La maestra trata a los críos como si fueran objetos; sombrillas o paraguas que pudieran plegarse en caso de necesidad.  No me extraña que esos pequeños empiecen a rehuir la vida.

Al caminar miro a la gente de los primeros pisos, de los edificios de la calle.  Ellos también me miran.  Quizá la lluvia nos haya hecho más sensibles.

Hojas de árboles que caen, se volvieron amarillas hace unos días ahora son marrones por el otoño.  Bueno invierno casi; las hojas caen por el peso del agua sobre el suelo cubriéndolo de un color marrón brillante y resbaladito.  Hace ya unos cuantos días que veo revolotear a las gaviotas por los tejados ¿de donde serán estas aves?  Creo que las llevo viendo desde que empezó a llover tal vez las han traído las lluvias.  Piensan las gaviotas que si yo me cubro bajo un paraguas lleno de gotitas infinitas se deba a que por aquí hay mucha agua.  Una de ellas mira desde un tejado a las amas de casa tender la ropa.  Tal vez buscan como yo experiencias irrepetibles.  Cada martes, o cualquier día de la semana en todos los balcones, muchas personas tienden la ropa, húmeda o mojada.  Me enternece una anciana que cuelga su ropa y desparece dentro de la casa.  Unos minutos mas tarde vuelve a salir al balcón y palpa con sus manos ajadas la ropa haber si se ha secado ya.  Entra y sale una y otra vez y por unos segundos se queda dormida con la cabeza pegada al cristal su loca impaciencia la lleva hasta el agotamiento.  O tal vez sea el cansancio su momento de tranquilidad.  El único momento relajado que encuentra en su locura. 

 

Infancia

Infancia NO QUIERO
HABLAR DE
MI INFANCIA

No me gusta hablar de mi infancia.  Para olvidarla muchas mañanas paseo por la ciudad sin ir a ninguna parte y durante horas.

Y tengo derecho a deciros a todos los que me seguís en mis reflexiones y a mis amigos que no me gusta hablar de mi infancia, es mi derecho, no me gusta dar explicaciones de mi negativa a tratar ese periodo de mi vida, como la de todos los seres humanos, todos los que ya hemos pasado esa etapa, si respeto a los que hablan de su infancia con cualquiera que se les ponga a tiro, respetadme entonces también a mi.  Ni me pidáis por favor explicaciones ¡dejen mi infancia¡  No me gusta que con el paso de los años  mi infancia se convierta en una leyenda sobre la infancia.

Es mi deseo tenerla siempre en mi corazón, caprichosa, tirana, confusa en recuerdos, prolija en imaginación.

A veces cuando pienso en ello, ganas me dan de hacer imprimir unas tarjetas, como las de visita pero en las que se pueda leer frases como:

-Por favor no haga comentarios sobre su infancia o la mía gracias.

- Me agradaría eviten el discurso sobre la infancia.

-Pasen por alto la infancia muchas gracias.

Si se, con toda seguridad que si diera estas tarjetas, la gente me sometería a todo tipo de comentarios y a muchos malentendidos.  Pensarían como era de prever:  se ha vuelto loca o  algo esconde.  Alguna perversión cosas raras de esas seguramente.

¡0tra vez¡ estoy criticando a la sociedad.  Eso que trato siempre de contenerme pero pierdo el control.

Prosigo mi paseo y arriba veo un planeador, silencioso y tranquilo se va alejando dibujando círculos en el cielo.  Me asalta un dulce sueño si fuese capaz de echarme en este banco y dormir con unos veinte minutos seria suficiente.

Pero soy incapaz necesito un espacio cerrado y oscuro.  Me levanto y cruzo el parque.

Treinta y cinco autobuses

Treinta y cinco autobuses TREINTA
Y
CINCO
ATUBOSES

(La caza al negro; viaja en treinta y cinco autobuses. Sin destino que conocer. A alguna parte del desierto. Son gente de África Occidental.)

Karin: No sabía nada, no había odio, desde la ventanilla de un autobús esposado a otro compañero, -me gritó-.

- ¿Hacia dónde nos llevan señor?.
-No lo sé -respondí aturdido- dicen que a alguna parte de desierto y luego los devolverán a África... pero nadie lo sabe con seguridad...

-¡No, no, no¡ -chilló- ¿porque?... si sólo queremos irnos de aquí, solamente irnos de aquí. Partir para siempre, salir de aquí,sólo podremos alcanzar nuestra meta.

-¿Conocen su meta?.

-¡Si, se lo he dicho ya. Salir de aquí, ésa es mi meta y las de todos ...cuando un día saltamos las alambradas...

-Si...ya se.... se refiere a las alambradas de la vergüenza.Las de las fronteras españolas.

En ese momento el autobús arrancó súbitamente, y me quede allí, mirando, una siniestra nube de polvo lo envolvía todo.

¿A que los pueden condenar después de todo?. Al desierto. Si, en efecto la sentencia era el desierto. La cumbre de los poderosos así lo había decido el inmenso poder del mundo rico, a quién los pasajeros a ninguna parte: Habían burlado, llevaban años haciéndolo, burlando sus cazerias, sus alambradas de cuchillas, sus fronteras. Dejando en mal lugar a los servicios de inteligencia, a los cuerpos de seguridad.

Tenían detrás a otros países pobres que querían venderles el favor.Ya que no podían sentenciarlos a muerte.

-Por violar las fronteras, no se podía en el siglo XXI, matar a miles de seres humanos.

Decidieron desterrarlos más kilómetros que los que tiene el mundo recorrido en redondo, aunque se encoja, para alargar más la medida, el diámetro de las montañas mas altas.
-¿qué querían hacer con ellos gobernantes y poderosos?, ¿qué iban a hacer ahora que los africanos tenían muchos defensores?. Y que por los medios de comunicación llegaban las imágenes de las caravanas de la vergüenza a todo el planeta...¿sentenciarlos a un destierro que ya no podrían cumplir?.

La cumbre de los gobernantes y poderosos volvió a reunirse con urgencia, para agasajarse a ellos mismos, estaban todos muy ofendidos.

-Ahora que casi tenían la formula de castigarlos a muerte. Por el delito de ser negros, buscar comida, agua, trabajo en Europa, para poder mantener a los que se quedaban en África.

Un delito que no merecía esa pena de ningún modo. Habían encontrado la manera de terminar con aquellos hombres. Porque no habiendo extensión bastante a lo largo de este mundo para que los sentenciados cumpliesen su destierro. Habría que enviarles a otro. Para que ganasen distancia.

Coto de Caza

Coto  de  Caza Coto de Caza

Sueñan los subsaharianos negros, con salir de pobres, que alguna mañana mágica, llueva la buena suerte. Que llueva a cantaros la buena suerte.Para poder cruzar las alambradas, vigiladas por soldados en las dos partes de la frontera, la de el hambre y "la del sueño Europeo". Con sus rifles que disparan balas, alambradas con cuchillas que hieren y medio matan.

Si, dejan el miedo por la comida, por la sed... "las avalanchas" los llaman los que manda en el mundo y tiene toda la comida, las medicinas, y todas las armas.

-Disparos y cuchillas, a veces de las alambradas, cuelgan trozos de, camisetas, pantalones, zapatillas y piel, si..." piel de negro".

Alcanzar el "el sueño europeo".

-Sueñan los nadie con la buena suerte.

Mañana por la noche volveremos para saltar las alambradas anoche no pudo ser.

Y reparan sus escaleras de palos atadas con sogas cada vez mas altas.

¡Al cielo con ellas¡.

-Pero la buena suerte no llegó, anoche, ni antes de anoche, veces nunca llega. Ni en lloviznita cálida y finita. La suerte no cae del cielo como para salir de pobres: del hambre, de la sed, de las plagas, de la muerte.

Por mucho que los que no son nadie la llamen.

Y, aunque les pique la nariz y se levante con el pie derecho, o empiecen el año nuevo, cambiado de casa de adobe y de escoba.


-Los pobres negros; los ningunos, corriendo de la liebre de los soldados, las cuchillas, retando a la muerte, muriendo a la vida, jodidos:

Aunque sean, no son.
Hablan dialectos, que no son idiomas.

Que profesan supersticiones,
que no son religiones.

Que hacen artesanía,
que no es arte.

Que danza, alrededor de hogueras,
llamando a la buena suerte,
llamando a la lluvia,
con las caras tiznadas,
que eso es folclore,
que eso no es cultura.

Que son recursos humanos,
que no son seres humanos.

Que no tienen nombre,
que se llaman... ¡negro¡,
no tiene cara,
que solo tienen,
brazos y piernas.

Que no tienen papeles,
en ninguna parte,
que son sólo un número.

Que no salen en los libros de historia,
ni en la historia universal,
que salen en las crónicas rojas,
en las crónicas negras,
de los medios de comunicación.

Que son negros y nadie que valen menos que las cuchillas de las alambradas. Que valen menos que la bala que los mata.