NAVIDAD
DE
NAVIDAD
Un carrito de la compra me golpea. Nadie pide disculpas desde los altavoces de arriba suena “blanca navidad”.
Un reponedor trabaja sin respiro en un expositor de chucherias navideñas, dulces, chocolates, mazapán, polvorones, y toda suerte de variedad de licores. Un letrero junto a la carnicería advierte a la vez que felicita las fiestas a su clientela que ya se recogen pedidos ¡han llegado los pavos navideños¡
Dos pasillos más adelante, junto a una selección de cafés de todo el mundo, avisto una tableta de chocolate para hacer a la taza, me apetece de forma convulsiva hacerme uno en casa. Una mujer malhumorada de repente surge de la nada ante mi, alarga la mano, y de repente… sin siquiera darse cuenta de mi presencia desaparece. No encuentro ni rastros del chocolate para hacer.
Los precios exorbitantes de este hipercor. Obliga a los clientes a no comprar en exceso. Claro esta que ello no es impedimento ni hace efecto alguno en la velocidad en la que entra y salen en un bullir incesante.
Cada producto es examinado con escrupulosidad por una antipática dependienta. Aún así estamos en Navidad y ellas cobran vida con sonrisas, entusiasmo, e incluso hacen un esfuerzo de memoria para poder recordar los nombres y apellidos de algunos parroquianos que manejan billetes de quinientos euros.
Que hermosa seria la Navidad arrancando de un tirón del almanaque el mes de diciembre saltando al día trece de enero. Ni abetos ni campanas ni regalos envueltos en papeles de regalo de colores estridentes y brillantes ni propinas ni aglomeraciones ni tráfico ni jamones ni frutas escarchadas ni trufas, ni ostras que nadie necesita. Ni cenas familiares ni de empresas.
¿Es posible disfrutar de la Navidad sin felicitarse las fiestas?, sin fiestas, sin trajes de noche, sin banquetes, sin absurdos regalos, sin todas esa serie de cosas que para algunos poseedores de una extraordinaria razón la asocian con el nacimiento de un pobre niño Jesús en un establo.
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