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TEMAS BLOG OFICIAL DE LA POETA Y ESCRITORA andaluza Carmen Camacho ©2017

cuentos

FRANCOTIRADOR

FRANCOTIRADOR

 

 

Me iba hacia atrás y con las manos

buscaba algo donde sostenerme,

una muralla, una mesa, pero estaba el vacío.

Trastabillaba en medio de la conmoción.

Veía luces, un retazo de ventana

mostrándome el inicio del día.

Y pensaba: moriré al amanecer.

Porque estaba clareando en menos de un segundo pensé que la primera luz del día.

Estaba en contradicción con el fulgor metálico del arma que empuñaba.

Y hasta logré escuchar el piar de los pájaros, tal vez incluso  sus  aleteos.

Me iba hacia atrás y antes habían estallado los vidrios de una de las ventanas. Sentía un reguero de calor en la mejilla.

Me dieron en el rostro, pensé.

Y se desdibujaba en mi visión

el contorno de las cosas.

Los fragmentos de vidrios en el piso

semejaban estrellas devolviendo destellos.

La ventana rota dejando entrar el aire fresco.

La habitación, donde los muebles y las cosas configuran un ordenamiento de sombras y bultos fantasmas.

El crujido de mis pisadas retrocediendo

e intentando recuperar el aplomo y la certeza. Después, desde la calle, el sonido de las voces el ruido de los pasos y de las armas. Luego el zumbido feroz del motor y las aspas de un helicóptero estrechando el cerco sobre la casa

Y el tiempo precipitándose a  segundos,

 minutos,  débiles instantes. La lentitud de mis movimientos, el bajar y subir de mis párpados,

el desplazarse de mis manos cambiando el cargador del arma y el gesto de los dedos

alistando el seguro para dejar la primera bala en la recámara La caricia de la brisa en la cara.

miro  mis zapatos manchándose con la sangre que baja corriendo por la camisa y gotea.

 

Me iba hacia atrás, como empujado por las sombras, como empujado por las sombras,

en un irse cuyo sentido proviene no de mi conciencia no de mi conciencia.

 

Y ahora el esfuerzo, la decisión de detener el retroceso y la fatiga, sobreponiéndome al peso de la inercia que me impulsa a caer

 

Debo resistir la fuerza que me impele hacia atrás. Contrarrestar el desmayo que se posesiona de mi ser.

Debo poner toda la energía que me resta

y restaurar en esta soledad

la imagen de un hombre

que hace frente a un enemigo implacable,

bárbaro, Siento ira, temor, amor, luego pienso y existo.

Es entonces cuando se desencadena la descarga.

Primero es una andanada de plomo,

esquirlas, fragmentos de yeso, vidrios,

astillas, cascotes, seguido de un estruendo incesante.

Es una balacera persistente, regular, metódica,

que hiende el amanecer y muerde las estructuras.

Luego la intensificación lacerante

de la luminosidad. El fuego

y la humareda.

La casa arde por los cuatro costados.

Pero estoy de pie me digo. Y ya no voy hacia atrás aunque me gana un mareo que me obliga a vacilar.

Sostengo con firmeza el arma  el índice se apresta al el gatillo.

Todavía es el amanecer, más allá del incendio

y el humo.

Ahora es la luz. Fuego.

Llamas, destellos, reverberaciones.

Y se va haciendo más lenta.

Es cuando emerge la sombra contraviniendo el crepitar de las llamas y la espesura de la humareda, es cuando se recorta ante mí la silueta fantasma.

Vamos, que el tiempo se acelera. En breve habrá llegado tu hora no es sólo la luz cegadora, ni  el humo sofocante y las llamaradas. He adelantado un paso hacia la ventana y pongo el ojo en la mira.

Luego disparo en dirección al mañana.

©Carmen María Camacho Adarve

 

 

UNA PEQUEÑEZ POR ANTON CHEJOV

UNA PEQUEÑEZ POR ANTON CHEJOV

    

     

     Nicolás Ilich Beliayev, rico propietario de Pertersburgo, aficionado a las carreras de caballos, joven aún -treinta y dos años-, grueso, de mejillas sonrosadas, contento de sí mismo, se encaminó, ya anochecido, a casa de Olga Ivanovna Irnina, con la que vivía, o, como decía él, arrastraba una larga y tediosa novela. En efecto: las primeras páginas, llenas de vida e interés, habían sido saboreadas, hacía mucho tiempo, y las que las seguían sucedíanse sin interrupción, monótonas y grises.

     Olga Ivanovna no estaba en casa, y Beliayev pasó al salón y se tendió en el canapé.

     -¡Buenas noches, Nicolás Ilich! -le dijo una voz infantil-. Mamá vendrá en seguida. Ha ido con Sonia a casa de la modista.

     Al oír aquella voz, advirtió Beliayev que en un ángulo de la estancia estaba tendido en un sofá el hijo de su querida, Alecha, un chiquillo de ocho años, esbelto, muy elegantito con su traje de terciopelo y sus medias negras. Roca arriba, sobre un almohadón de tafetán, levantaba alternativamente las piernas, sin duda imitando al acróbata que acababa de ver en el circo. Cuando se le cansaban las piernas realizaba ejercicios análogos con los brazos. De cuando en cuando se incorporaba de un modo brusco y se ponía en cuatro patas. Todo esto lo hacía con una cara muy seria, casi dramática, jadeando, como si considerase una desgracia el que le hubiera dado Dios un cuerpo tan inquieto.

     -¡Buenas noches, amigo! -contestó Beliayev-. No te había visto. ¿Mamá está bien?

     Alecha, que ejecutaba en aquel momento un ejercicio sumamente difícil, se volvió hacia él.

     -Le diré a usted... Mamá no está bien nunca. Es mujer, y las mujeres siempre se quejan de algo...

     Beliayev, para matar el tiempo, se puso a observar la faz del niño. Hasta entonces, en todo el tiempo que llevaba en relaciones íntimas con Olga Ivanovna, casi no se había fijado en él, no dándole más importancia que a cualquier mueble insignificante.

Ahora, en las tinieblas del anochecer, la frente pálida de Alecha y sus ojos negros recordábanle a la Olga Ivanovna del principio de la novela. Y quiso mostrarle un poco de afecto al chiquillo.

     -¡Ven aquí, bicho! -le dijo- Déjame verte más de cerca.

     El chiquillo saltó del sofá y corrió al canapé.

     -Bueno -comenzó Beliayev, poniéndole una mano en el hombro.- ¿Cómo te va?

     -Le diré a usted... Antes me iba mejor.

     -¿Y eso?

     -Es muy sencillo. Antes, mi hermana y yo leíamos y tocábamos el piano, y ahora nos obligan a aprendernos de memoria poesías francesas... ¿Se ha cortado usted el pelo hace poco?

     -Sí, hace unos días.

     -¡Ya lo veo! Tiene usted la perilla más corta. ¿Me deja usted tocársela?... ¿No le hago daño?...

     -¿Por qué cuando se tira de un solo pelo duele y cuando se tira de todos a la vez casi no se siente?

     El chiquillo empezó a jugar con la cadena del reloj de su interlocutor y prosiguió:

     -Cuando yo sea colegial, mamá me comprará un reloj. Y le diré que también me compre una cadena como esta. ¡Queé dije más bonito! Como el de papá... Papá lleva en el dije un retratito de mamá... La cadena es mucho más larga que la de usted...

     -¿Y tú cómo lo sabes? ¿Ves a tu papá?

     -¿Yo?... No... Yo...

     Alecha se puso colorado y se turbó mucho, como un hombre cogido en una mentira.

     Beliayev lo miró fijamente, y le preguntó:

     -Ves a papá..., ¿verdad?

     -No, no... Yo...

     -Dímelo francamente, con la mano sobre el corazón. Se te conoce en la cara que ocultas la verdad. No seas taimado. Le ves, no lo niegues... Háblame como a un amigo.

     Alecha reflexiona un poco.

     -¿Y usted no se lo dirá a mamá?

     -¡Claro que no! No tengas cuidado.

     -¿Palabra de honor?

     -¡Palabra de honor!

     -¡Júramelo!

     -¡Dios mío, qué pesado eres! ¿Por quién me tomas?

     Alecha miró a su alrededor, abrió mucho los ojos y susurró:

     -Pero, ¡por Dios, no le diga usted nada a mamá! Ni a nadie, porque es un secreto. Si mamá se entera, yo, Sonia y Pelagueya, la criada, nos la ganaremos. Pues bien, oiga usted: yo y Sonia nos vemos con papá los martes y los viernes. Cuando Pelagueya nos lleva de paseo vamos a la confitería Aspel, donde nos espera papá en un cuartito aparte. En el cuartito que hay una mesa de mármol y encima un cenicero que representa una oca.

     -¿Y qué hacéis allí?

     -Nada. Primero nos saludamos, luego nos sentamos todos a la mesa y papá nos convida a café y a pasteles. A Sonia le gustan los pastelillos de carne, pero yo dos detesto. Prefiero los de col y los de huevo. Como comemos mucho, cuando volvemos a casa no tenemos gana. Sin embargo, cenamos, para que mamá no sospeche, nada.

     -¿De qué habláis con papá?

     -De todo. Nos acaricia, nos besa, nos cuenta cuentos. ¿Sabe usted? Y dice que cuando seamos mayores nos llevará a vivir con él. Sonia no quiere; pero yo sí. Claro que me aburriré sin mamá; pero podré escribirle cartas. Y hasta podré venir a verla los días de fiesta, ¿verdad? Papá me ha prometido comprarme un caballo. ¡Es más bueno! No comprendo cómo mamá no le dice que se venga a casa y no quiere ni que le veamos. Siempre nos pregunta cómo está y qué hace. Cuando estuvo enferma y se lo dijimos, se cogió la cabeza con las dos manos..., así..., y empezó a ir y venir por la habitación como un loco... Siempre nos aconseja que obedezcamos y respetemos a mamá... Diga usted: ¿es verdad que somos desgraciados?

     -¿Por qué?

     -No sé; papá lo dice: «Sois unos desgraciadas -nos dice-, y mamá, la pobre, también, y yo; todos nosotros.» Y nos suplica que recemos para que Dios nos ampare.

     Alecha calló y se quedó meditabundo. Reinó un corto silencio.

     -¿Conque sí? -dijo, al cabo, Beliayev-. ¿Conque celebráis mítines en las confiterías? ¡Tiene gracia! ¿Y mamá no sabe nada?

     -¿Cómo lo va a saber? Pelagueya no dirá nada... ¡Ayer nos dio papá unas peras!... Estaban dulces como la miel. Yo me comí dos...

     -Y dime... ¿Papá no habla de mí?

     -¿De usted? Le aseguro...

     El chiquillo miró fijamente a Beliayev, y concluyó:

     -Le aseguro que no habla nada de particular.

     -Pero, ¿por qué no me lo cuentas?

     -¿No se ofenderá usted?

     -¡No, tonto! ¿Habla mal?

     -No; pero... está enfadado con usted. Dice que mamá es desgraciada por culpa de usted; que usted ha sido su perdición. ¡Qué cosas tiene papá! Yo le aseguro que usted es bueno y muy amable con mamá; pero no me cree, y, al oírme, balancea la cabeza.

     -¿Conque afirma que yo he sido la perdición...?

     -Sí. ¡Pero no se enfade usted, Nicolás Ilich!

     Beliayev se levantó y empezó a pasearse por el salón.

     -¡Es absurdo y ridículo! -balbuceaba, encogiéndose de hombros y con una sonrisa amarga-. Él es el principal culpable y afirma que yo he sido la perdición de Olga. ¡Es irritante!

     Y, dirigiéndose al chiquillo, volvió a preguntar:

     -¿Conque te ha dicho que yo he sido la perdición de tu madre?

     -Sí; pero... usted me ha prometido no enfadarse.

     -¡Déjame en paz!... ¡Vaya una situación lucida!

     Se oyó la campanilla. El chiquillo corrió a la puerta. Momentos después entró en el salón con su madre y su hermanita.

     Beliayev saludó con la cabeza y siguió paseándose.

     -¡Claro! -murmuraba- ¡El culpable soy yo! ¡Él es el marido y le asisten todos los derechos!

     -¿Qué hablas? -preguntó Olga Ivanovna.

     -¿No sabes lo que predica tu marido a tus hijos? Según él, soy un infame, un criminal; he sido la perdición tuya y de los niños. ¡Todos sois unos desgraciados y el único feliz soy yo! ¡Ah, qué feliz soy!

     -No te entiendo, Nicolás. ¿Qué sucede?

     -Pregúntale a este caballerito -dijo Beliayev, señalando a Alecha.

     El chiquillo se puso colorado como un tomate; luego palideció. Se pintó en su faz un gran espanto.

     -¡Nicolás Ilich!-balbuceó-, le suplico...

     Olga Ivanovna miraba alternativamente, con ojos de asombro, a su hijo y a Beliayev.

     -¡Pregúntale!-prosiguió este- La imbécil de Pelagueya lleva a tus hijas a las confiterías, donde les arregla entrevistas con su padre. ¡Pero eso es lo de menos! Lo gracioso es que su padre, según les dice él, es un mártir y yo soy un canalla, un criminal, que ha deshecho vuestra felicidad...

     -¡Nicolás Ilich! -gimió Alecha-, usted me había dado su palabra de honor...

     -¡Déjame en paz! ¡Se trata de cosas más importantes que todas las palabras de honor! ¡Me indignan, me sacan de quicio tanta doblez, tanta mentira!

     -Pero dime -preguntó Olga, con las lágrimas en los ojos, dirigiéndose a su hijo-: ¿te vas con papá? No comprendo...

     Alecha parecía no haber oído la pregunta, y miraba con horror a Beliayev.

     -¡No es posible! -exclama su madre-. Voy a preguntarle a Pelagueya.

     Y salió.

     -¡Usted me había dado su palabra de honor...! -dijo el chiquillo, todo trémulo, clavando en Beliayev los ojos, llenos de horror y de reproches.

     Pero Beliayev no le hizo caso y siguió paseándose por el salón, excitadísimo, sin mas preocupación que la de su amor propio herido.

     Alecha se llevó a su hermana a un rincón y le contó, con voz que hacía temblar la cólera, cómo le habían engañado. Lloraba a lágrima viva y fuertes estremecimientos sacudían todo su cuerpo. Era la primera vez, en su vida, que chocaba con la mentira de un modo tan brutal.

ANTON CHEJOV

 

 

EL MUNDO EN TUS MANOS

EL MUNDO EN TUS MANOS

 

                          

 

 

 Yo me escondía entre las etiquetas y las cajas de mi padre.

-He visto a mi madre, nunca me hablaste de ella

 

- ¿A dónde la has visto? hace años que murió hace años que se fue  ¿A dónde la has visto?  ¿En esta cinta negra?  ¿En esta otra? ¿Dónde? son todas iguales ¿Por qué no tienen etiquetas? dime por que ¿no ves que es el caos? Ayúdame a clasificar

 

- Bajé a la tienda y no tenían etiquetas

- ¿Qué dices? ahora por un puto tendero, ¡no hay etiquetas! No, no, no, es el caos es mi muerte, hasta la muerte tiene una etiqueta. Ahora la mía no la tendrá.

 

  A  mi padre, si  le falta una etiqueta en lo que el llamaba la cuadricula del mundo era el caos.

-Todo tiene que tener una etiqueta ¿no lo comprendes?,  Si no es el caos: los libros, las postales, las fotografías, los recuerdos, todas las cosas tienen que ser etiquetadas. Si quieres encontrar la felicidad ayúdame.

 

- Mírame, mírame, todavía estoy aquí, mira como me muevo, soy tu creación, soy tu mejor personaje. Yo vivo en Hamburgo, en África, en América, en un país que nos invita a deambular, poniendo etiquetas… no, no, es un país, es un cementerio, un museo, una maquina. Hay un minuto para salvar la vida, ¿de donde eres? ¿A dónde vas? si no tienes ese minuto. Solo te queda matar al represor

 

-¿Qué tapas?

 

–Tengo miedo –dije-

 

 -Hay que saber  defenderse no entregarse nunca. Ayúdame a clasificar. ¿Tú crees que se puede negar lo evidente? ¿Tú crees en el destino? No podemos perder el tiempo la cuadricula del mundo no se puede quedar atrás.

 

 -Estaba sentado en la mesa de la cocina, tenia nueve años, estaba leyendo una carta, yo no entendía nada.

 

- Estás muerta –dijiste- ¿Por qué partiste el universo en dos?

 

-¿Le contaste que  enviaba postales?

 

- No le dije nada era demasiado pequeño.

 

- ¿Le vas a decir la verdad? ¿Les vas a decir la verdad? soy tu mejor personaje

 

- Si nos entregamos a no pensar se nos acumula el trabajo de años hay que aprender a contarlo todo. El mundo es una construcción maravillosa, pero el mundo tiene una fisura. Un roto. Tan solo una palabra puede cambiar el rumbo, hay que etiquetar todo, la velocidad  es el enemigo. La piedra le pregunta al charco y el charco le contesta. Necesitamos saber que piedra era la nuestra. Debemos saber que piedra era la nuestra. El mundo se viene desdibujando de tanto mirar. Algo entró a nuestra historia. Es la soledad de la ignorancia lo que nos esta matando de hambre. Alguna vez fue maravillosa pero alcanzó nuestra vida, nuestra ciudad, y entró en la casa con una fuerza indestructible. Pasan al lado tuyo y no te ven y no les importa, yo hice señales y no me vieron ¿oyes el ruido que hay? Estamos muertos. Acaso tú crees que todo esto es por casualidad.

 

 -Sabes mi madre  tenía muñecas

 

- ¿Cómo muñecas?

 

- títeres, marionetas, es como si la viese con hilos en las manos

 

 -Hay que ir a buscarla. Si mantenemos las cosas si las conservamos…

 

-¡No quiero nada de lo que tengo! no estoy loca no estoy muerta

- No soy traidor. Esto era necesario. Matarla era necesario Los muertos son gente difícil. Si estás solo. Yo estoy clasificando yo quise ser tu padre, triunfar llevar a cabo el proyecto. Retener a toda costa a tu madre. La amé.

 

 -Algunas cosas lograste y otras salieron mal. Pero no se puede vivir sin amar

 

 -¿Cuantos años tienes?

 

-veinticinco-

 

-Sabes las veces que imagine tenerte sentado en mis rodillas y decirte hijo mío todo esto una vez va a ser tuyo. El mundo en tus manos, estamos lejos de casa te ofrecen el mundo. Hay madres que atan con hilos fuertes, están las que enseñan a atar, y están las que te desatan ¿Cuál crees que fue la tuya? nunca te vas del todo. ¿Tú crees en lo evidente? ¿Tú crees en el destino? no podemos perder el tiempo la cuadricula del mundo no se puede quedar atrás. Acaso tú crees que todo esto es por casualidad. Este era un cuento de pescadores que se perdían en un naufragio. 

 

©Carmen María Camacho Adarve

 

 

EL SILENCIO DE LAS SIRENAS POR FRANZ KAFKA

EL SILENCIO DE LAS SIRENAS POR FRANZ KAFKA

 

 

 

Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:

Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con inocente alegría.

Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.

En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas les hizo olvidar toda canción.

Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.

Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.

Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.

La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

 

FRANZ KAFKA

 

 

 

 

UNO

EL CIELO ESTA CERRADO

Causalidad Por Chuang- Tzu

Causalidad Por Chuang- Tzu

La Penumbra le dijo a la Sombra: “A ratos te mueves, otros te quedas quieta. Una vez te acuestas, otra te levantas. ¿Por qué eres tan cambiante?”. “Dependo”, dijo la sombra, “de algo que me lleva de aquí para allá. Y ese algo a su vez depende de otro algo que lo obliga a moverse o a quedarse inmóvil. Como los anillos de la serpiente, o las alas del pájaro, que no se arrastran ni vuelan por voluntad propia, así yo. ¿Cómo quieres que responda a tu pregunta?”.

 Chuang- Tzu

Traducción de Octavio Paz

 

LA VIDA NO ES MUY SERIA

LA VIDA NO ES MUY SERIA

 

 

 

El quince de abril de 2008, Carlo Fabricio, al volver de la fábrica de motos, halló una carta en su buzón, eran los resultados de sus análisis clínicos. Carlo dejo caer el papel. Su primera impresión fue de malestar le temblaban las manos y las rodillas, luego, sintió frío, irrealidad, luego; quiso que ya fuese otro día. Comprendió que la muerte era lo único que mantenía la vida, y así seguiría. Cogió el papel y se encerró en su cuarto. Lo guardó en un cajón, como si ya conociera los hechos. En la oscuridad lloro y pensó en su suicido y luego, en los antiguos días felices.

No durmió aquella noche,  y cuando la primera luz entró por la ventana, ya tenía su plan perfecto. Intento  que ese día fuera como los otros. En la fabrica trabajo con normalidad. A las ocho, terminado el trabajo, cogió su moto, en aquel estado de sensaciones y desorden condujo toda la noche. El amanecer se agravaba. Los hechos a veces están fuera del tiempo. Cuando se acerca el fin ya no quedan imágenes de los recuerdos.

“Por la mañana llamó  por teléfono para decir a su familia que cuidara de su novia.  “¿Por qué, le pasa algo?”, le preguntó su padre sin comprender la situación.  No, el enfermo soy yo”, le contestó antes de colgar. Por la tarde  volvió a sonar el teléfono. Era el médico de Carlo, decía que todo había sido un error y no tenía nada.

 Su moto apareció, en un bosque. La familia se temió lo peor y se volcó en llamamientos a su hijo a través de la prensa. Fue buscado con perros y espeleólogos.

Carlo no apareció, pero sí un cadáver en la zona donde se le buscaba. Sólo

el ADN aclaró que se trataba de otro desaparecido.

 Pasó otro mes de angustia, y otro más, hasta aquel domingo, que  llamó a casa, diciendo que se acababa de enterar de todo y que volvía. El veinte de julio del 2008 le fueron a buscar a la estación.  Había perdido diez kilos. Contó que huyó al bosque, que no quería saber nada del mundo, No se  si le explicaron mal la gravedad del diagnóstico, él no lo entendió o no supo afrontar, que tenía una grave enfermedad y al cabo de un mes empezó a bajar a una gasolinera a comer algo. Un día entró en un local de Internet y metió su nombre, a ver qué salía. Salieron  bastantes cosas, claro. Muy poco dijo, solo una frase bien clara: “No me habléis de ese médico.

 

©Carmen María Camacho Adarve

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

Historia de una puerta

Historia de una puerta

Estaba allí, cerrada para siempre, sujetando las espaldas de la pared. El marco y las hojas de madera noble, las bisagras y el llamador de bronce, con clavos de plata, en el frontal. Empecé a estudiar en la madera, a saber, la tonalidad, el desgaste, la diferencia de grosor en los cabios. Las personas habrían entrado y salido por ella alguna vez, tocándola, entornándola, golpeándola. Yo trataba de encontrar sus estados de ánimo por estos indicios, como si pudiera imaginar historias, como si pudiera entrar en los invisibles dramas, encerrados en la piel de la madera. Yo no podía estar seguro pero en aquel momento la puerta me pareció, tan proverbial, tan llena de resplandor, tan misteriosa…oculta a mi mirada que trataba de desvestir su alma. Mientras halla una puerta cerrada, no hay historia que no pueda ser verdad. Cuidado que alguien viene hasta la puerta arrastrando los pies.

 

 ©Carmen María Camacho Adarve

 

 

La noche oscura

La noche oscura

 

 

 

 

 Todo empezó una noche oscura de invierno, mientras paseaba. El vestía un sayal marrón con brillos de tela antigua y capucha cubriéndole la cabeza. Yo había escuchado variopintas leyendas urbanas del fraile. Mucha gente se había  tropezado  con el por la cuesta de los chinos.

 

Su sombra se deslizaba por las paredes de las casas,  era bastante alto,  más que los demás hombres, el habito raído y corto,  mostraba unos tobillos casi en los huesos, sus pies esqueléticos, no recuerdo si iba descalzo o  llevaba unas sandalias con dos tiras de piel marrón rudas muy gastadas, se puede decir que no caminaba, mas bien andaba suspendido  a unos centímetros del suelo.  Sumido en recogimiento, no se apercibía de su milagrosa levitación.  La cabeza cubierta bajo la capucha puntiaguda.  Una osamenta de retablo, me pudo la curiosidad.  Me repuse al miedo.  Lo seguí cuesta arriba, por que el juego era excitante y la noche, me impone continuar la persecución hasta que el perseguido desaparece en un portal o se pierde en una esquina,  hay esquinas que se tragan a las personas. Cuando el perseguido desaparece me siento en un escalón a la espera de otra victima  y vuelvo a empezar el juego.

 

El no advirtió que lo seguía,  ya he dicho que el fraile, caminaba, como fuera del mundo en otro tiempo, donde eran habituales sus sayales con brillos de dómine cabra.  Su  figura gótica, que por un favor o tal vez una maldición había sobrevivido al tiempo y andaba muerto entre los vivos, no por voluntad propia sino quizás por la nostalgia que  lleva a los difuntos a repetir los mismos pasos por las calles que vivieron.

 

Era invulnerable a todo lo que acontecía a su alrededor, no se fijaba en los viandantes, ni miraba lo semáforos, ni el trafico al cruzar las calles, ni hacia caso a las caras de sorpresa, ni a las risas y burlas de los niños, cuando se topaban con su fúnebre figura.  Oculto como un jirón,  dentro de su hábito de brillos marrones,  que no defiende del frío,  sino de miradas que acusan y manos con dedos que señalan.  Caminando con un   furtivo ademán.  No era la mascara del miedo, era la metáfora de una inquietante soledad, que habita en cualquiera de nosotros y cobra sentido de persecución en las calles.  Donde las personas y la noche nos convierten en habitantes  de ínsulas extrañas, bordeadas,  por una selva de cristal  y lo más humano son las  pupilas hostiles.  La raíz del miedo no esta en el fantasma del monje acechando en un callejón raquíticamente iluminado.  Esta en esa posibilidad en la que uno  puede convertirse  en el fraile muerto.  Como una lenta metamorfosis que sucede en una cuesta oscura mojada de escarcha e impregnada de invierno que lleva a  una celda  húmeda y cerrada, ante un espejo turbio.

 

 En la noche oscura, hay una señal de la cruz dibujada con ceniza, solitaria figura, que rompe las normas de lo real, abriendo en las calles sepulturas de locura.  Callejones de soledad que conducen a puertas tapiadas, barrotes en las ventanas, pasillos ciegos, donde hay locos solitarios, en los huecos  fumando cigarrillos.

 

             

©Carmen María Camacho Adarve

 

 

 

 

Tercer cuento mas visitado del 2008 Blanco y Negro

Tercer cuento mas visitado del 2008 Blanco y Negro

BLANCO Y NEGRO

Ocurrió durante un otoño muy lluvioso y gris. Yo caminaba cerca del puerto buscando algún lugar donde resguardarme del aguacero que me sorprendió de improviso; casi llegando a la esquina de una calle, oí una vieja melodía, una voz distorsionada por los años entonaba una vieja balada cuyo sonido se perdía en medio de la noche.  Provenía de un bar mal iluminado.

Me apresuré a entrar con cierta curiosidad.  Era un lugar maltrecho pero espacioso y en sus mesas bebían rostros anónimos,   me observaron con una extrañeza que dio paso a la indiferencia.  Tras la barra, permanecía de pie, un hombre triste como un luto, de pena aguda, vestido con un pantalón  negro,  camisa blanca, cuyo cuello se apreciaba muy sucio. A pesar de todo, conservaba ciertos gestos de albacea gentil al invitarme  a tomar asiento, esto me produjo simpatía y cierta confianza.  -¿Qué se sirve?- me dijo cuando me acerqué a la barra.
-No sé…-musité aun desconcertado por el sitio- algo para el frío.
Colocó un pequeño vaso en el mostrador y me sirvió un licor blanco, de olor muy alcohólico.  Cuando lo bebí de golpe, sentí como si un gato bajara por mi garganta clavando sus uñas.
-¿Qué es esto?- pregunté tosiendo.
-A veces es bueno no saber que  está bebiendo uno- contestó con desgana- Al segundo trago se acostumbrará, como a todo.
 Luego se acercó a la barra y me dio otra copa de ese jarabe delirante, sirviéndose él una más generosa. Esbozando una risa, alzó el vaso para brindar conmigo.

No sé si fue por el silencio del lugar pero terminamos charlando largamente sobre todos esos temas que se hablan con desconocidos en todos los bares del sueño.  Se trataba de un personaje triste , que parecía conversar con la lentitud de los que perdieron la prisa en algún instante de su vida y saben que las horas pasan como si no pasaran.
 
 Tomas   guardaba la imaginería de un alma en llamas, soñadora de metáforas.  A pesar de ser un hombre triste.     Del bar me fascino   las paredes   cubiertas de viejas fotografías:  calles de nueva York, pequeños dioses alados, reinas de coronas diminutas y cetros de madera, bosques con árboles y duendes.

-¿Las hizo usted?- pregunté examinándolas.
-Si, creo que me enamoré de la fotografía porque es así…tenía un mundo que yo no podía entender.

Apuré la última copa de aquel bálsamo ardiente, ya turbado por los rápidos enigmas de su relato. Tras despedirme, subí el cuello de mi abrigo y caminé bajo la lluvia algo más moderada, pero con el alma mojada de imágenes, pues esas fotos en blanco y negro estampadas en las paredes del bar, colmaron muchas noches   sueños fragmentarios que se diseminaban en   noches insomnes.  Eran los nuevos protagonistas de una novela   silenciosa que se activa en mí, cuando cierro los ojos.

Desde ese día, visité el bar casi a diario.  Solía conversar largas horas con Tomas sobre temas que se repetían con agotadora frecuencia.
Y así habría seguido el asunto, si es que durante una de esas noches no hubiese ocurrido algo que alteró el rumbo de los días.  Aquella vez, el bar estaba un poco más concurrido que de costumbre y yo le dije a Tomas que me interesaría conocer  la historia de las fotografías ya  que esas imágenes en blanco y negro  desprendía  luz y no podía  quitar la mirada desde la primera noche que entre al bar siempre me acompañan.  A esa hora, el   licor me hacía ver la realidad algo distorsionada.

-Usted ha ilustrado una ciudad de extrañar mitologías que habitan mis madrugadas, como si hubiese recobrado un lugar que olvidé, lejano…

Se miró las manos con naturalidad y creo que entendió ese mensaje más allá de la circunstancia y de la abrupta presentación. Luego de observarme y esbozar una sonrisa tímida de curiosidad,
-Me resulta extraño oír a alguien en este bar hablando de mis fotografías- repuso sonriendo.  Tenía unos dientes muy blancos y al sonreír no descubría las encías.

Hablamos largo rato de su trabajo.  Me confesó que su proyecto era ambicioso, en aquel tiempo consistía en crear seres de un mundo luminoso, personajes alegóricos, conceptuales, capaces de traducir el reverso de la realidad, ese mundo de figuras etéreas que sólo el delirio otorga por breves instantes para ser arrebatado y devuelto a lo trivial.

Yo le conté- no sé por qué- que cuando niño vi en un libro viejo el grabado de una musa que agitaba sus cabellos al viento; hasta la adolescencia le escribí poemas  muy sentidos. Cuando me di cuenta que la impoluta dama jamás descendería del imaginario, dejé esos versos torpes y en su lugar quedaron amores poco memorables y un sentimiento de abandono que nunca he podido convertir cabalmente en escritura.

-Ojalá nunca olvide esos recuerdos - contestó como pronunciando una sentencia.

Luego nos despedimos y yo me perdí entre las   calles  húmedas,   exultante y a la vez apagado, como si mis manos reprimieran un aplauso.

Unos días después, encontré a Tomas cerca de la playa.  Miraba el mar con tristeza, con esa tristeza que, resaltaban esos ojos marrones como redondos planetas de canicas   cristal.  En el trayecto   al bar me narró otros aspectos de su vida:  Fue criado por un tío y de ahí heredó su pasión por el arte, aunque soñaba dejar algún día la isla.

Desde aquella vez nuestros encuentros eran muy seguidos e ingresaron a un terreno de   familiaridad  
Solíamos charlar noches enteras   en el bar que hacía las veces de cuarto de estar y de estudio.  Desde ahí se veía el mar perdiendo su inmensidad en el oleaje, alejándose de la isla como un navío inmortal.  

Creo que Tomas realmente habitaba aquel escenario insondable de donde sacaba sus figuras, los trozos de una utopía cíclica que al filtrarla por su cámara pasaban a documentar el infinito.  En nuestras largas caminatas por la playa, sentía que sus palabras ya no eran de este mundo, pertenecían a ese estudio de vieja madera donde los olores del diluyente se perdían entre las viejas canciones del bar.
 
Sí, yo representaba   al personaje   espantapájaros, al personaje anclado en la tierra de la ausencia que ahuyenta a las aves agoreras con el espíritu sombrío, hasta que se funde en el olvido- como todos los recuerdos- y al tiempo, los pájaros se posan en sus brazos de palo, volviendo a ser de nuevo sus propios fantasmas.

Hay   noches con   recuerdo de canción vieja y licor de sabor de licor improbable.
Un de aquellas en que entré al   bar, Toma me dijo con su tristeza habitual.  Tengo algo para ti.
Se trataba de la fotografía de una mujer que danzaba sobre un horizonte luminoso.
-te acompañará si alguna no puedes soñar.
Sus palabras me sobrecogieron, parecía misteriosamente profético.
 Nunca comprendí que hacía un hombre que retrataba sus sueños en   blanco y negro de colores   regentando una taberna.  Y una vez se lo pregunté mientras trataba de hacerme esa fotografía   que nunca terminó.
-Tú me recuerdas que las ilusiones son inconclusas- me contestó interrumpiendo su trabajo- que se construyen con recuerdos.
Creo que otra vez sus palabras fueron proféticas y así lo evidenció el fin del invierno, que trajo un sol redondo y húmedo como la nostalgia.

-Mi hermano me escribió ayer-   dijo con la voz apagada.
  Bebía un   humeante café con indiferencia pero en el fondo, atento a mi respuesta,   con una delicadeza (que luego le agradecí).  Mi hermano me ha   pedido que me viniera a Europa con él, ahí podría conocer el Viejo Mundo, como siempre había querido.  

El sabor de la derrota   hay veces que campea en las palabras, vigilándolo todo, se hace notar de pronto, para recordarme que la vida se compone de recuerdos, que la musa debía retornar a los grabados en remotos países de cielos abiertos y aparecer en mis noches como una esfera de agua donde se refleja el hombre de paja cansado de espantar sus espectros -Este es el correctivo que la realidad le aplica a los sueños- me dije.

-Sólo quiero pedirte algo- le contesté- Cuando termines el retrato que era para mí, házmelo llegar.

Al cabo de unos meses, ocurrieron muchas cosas.  De esto pasaron muchos años, quizás demasiados en los que   nunca supe   nada.  
Dije al principio de esta semblanza que en la isla renuncié a las grandes certezas que deparan   a veces la vida.
Después de mucho tiempo   me asomé al   bar para confirmar esta idea.  Todo estaba intolerablemente idéntico a como lo dejé, la maquina   vieja de fotografías, las sillas de madera, la luz pobre,   y Tomas con su semblante impregnado de laconismo y resignación.  Parecía todo incólume al tiempo.

Me saludó como si nos hubiésemos visto ayer y si ni siquiera consultarme me sirvió aquel líquido espirituoso y   construí de pronto el pasado entre el paladar y el sueño.

-¿Dónde te habías metido todo este tiempo?- musitó Tomas de golpe.
No supe que responderle.  Hablamos un rato de las razones de mi estancia en la isla, cortesías de viejos amigos.  Cuando tras un silencio prolongado, le pregunté por su viaje, respondió desviando la mirada que   había muerto en Europa hace más de siete años.
Una punzada en el pecho me invadió de improviso.

Se bebió de golpe su licor y continuó:
A veces hay recuerdos que nos mantienen vivos y cuando los desploma la vida con sus imperfecciones   mueren de pronto, apagándolo todo.
 Anduve feliz, con mis fotos, contigo…con el invierno incluso.
Me dijo que   había enviado algo para mí hace ya tiempo.  De uno de los cajones de la barra extrajo un pequeño objeto cuadrado envuelto en un trozo de paño negro, lo descubrí como descifrando una escritura misteriosa.  Era mi fotografía terminada, encuadrada en madera…la musa estampada, danzando en el espacio que separa las quimeras de todos los continentes.
Me despedí de Tomas.  Cuando salía del bar con mi retrato bajo el brazo, me juré nunca pasar a bares de canciones tristes poblados con personajes de mis cuentos,   porque el narrar embadurnado en blanco y negro podía de nuevo trocar mis ansiedades en esta caricatura sublime de mi.
Salí con mi cuerpo de paja y mis harapos al viento.  Alguien que me vio caminar por la esquina le dijo después a un amigo   que ese día los pájaros se posaron en mi hombro.
 

Segundo Cuento mas visitado del 2008 Hansel y Gretel

Segundo Cuento mas visitado del 2008 Hansel y Gretel

Hansel y Gretel
 

Erase una vez un leñador muy pobre que tenía dos hijos: un niño llamado Hansel, y una niña llamada Gretel,  había contraído nuevas nupcias después de que la madre de los niños falleciera. El leñador quería mucho a sus hijos pero  una terrible hambruna asoló la región. Casi no tenían ya que comer y una noche la esposa del leñador le dijo: "No podremos sobrevivir los cuatro otro invierno. Deberemos tomar mañana a los niños y llevarlos a la parte más profunda del bosque cuando salgamos  a trabajar. Les daremos un pedazo de pan a cada uno y luego los dejaremos allí para que ya no encuentren el camino de regreso a casa. El leñador se negó terminantemente porque amaba a sus hijos y sabía que si los dejaba en el bosque morirían de hambre o devorados por las fieras, pero su esposa le dijo: "Tonto, ¿no te das cuenta que si no dejas a los niños en el bosque, entonces los cuatro moriremos de hambre?"- Y tanto insistió, tanto insistió, que finalmente convenció a su marido. Pero afortunadamente los niños estaban aún despiertos y oyeron todo. Hansel dijo a su hermana: "No te preocupes Gretel, que tengo la solución". A la mañana siguiente todo ocurrió como habían oído. Los levantaron temprano, le dieron un pedazo de pan a cada uno y emprendieron la marcha hacia el bosque. Lo que el leñador y su mujer no sabían era que durante la noche, Hansel había salido al jardín para llenar sus bolsillos de guijarros blancos, y ahora, mientras caminaban, lenta y sigilosamente fue dejando caer guijarro tras guijarro formando un camino que evitaría que se perdieran dentro del bosque. Cuando llegaron a la parte más boscosa, encendieron un fuego, sentaron a los niños junto a él y les dijeron que aguardaran allí hasta que terminaran de trabajar. Pasaron largas horas, hasta que se hizo de noche, los niños permanecieron junto al fuego tranquilos porque oían a lo lejos un clap-clap, que supusieron sería el hacha de su padre trabajando todavía. Pero ignoraban que su madrastra había atado una rama a un árbol para que hiciera ese ruido al ser movida por el viento. Cuando la noche se hizo más cerrada Gretel decidió que era tiempo de volver, pero su hermano le dijo que debían aguardar aún a que saliera la luna. Así lo hicieron, y cuando esto ocurrió la luz lunar iluminó los guijarros blancos dejados por Hansel como si fueran un camino de plata. Cuando a la mañana siguiente los niños golpearon en la puerta de su padre, la madrastra estaba furiosa, pero el leñador se alegró inmensamente, porque lamentaba mucho lo que acababa de hacer.

Subsistieron entonces los cuatro juntos un tiempo más, pero al poco, una hambruna aún más terrible que la anterior volvió a devastar la región. El leñador no quería separarse de sus hijos pero una vez más su esposa lo convenció de que era la única solución. Los niños  lo oyeron  pero esta vez Hansel no pudo salir a recoger los guijarros porque su madrastra había cerrado con llave la puerta. De todas formas, dijo a Gretel: "No te preocupes, que algo se me ocurrirá", y cuando a la mañana siguiente dejaron la casa, Hansel fue dejando caer todo a lo largo del camino, las miguitas del pan que le habían dado antes de partir. Nuevamente los dejaron junto al fuego, en lo profundo del bosque, pero cuando quisieron volver comprobaron que todas las miguitas dejadas por Hansel habían sido comidas por las aves del bosque.  
 


 
 Solos, muertos de hambre y de miedo, los dos niños se encontraron en un bosque espeso y oscuro del que no podían hallar la salida. Vagaron durante muchas horas hasta que por fin, encontraron un claro donde sus ojos descubrieron la maravilla más grande que jamás hubiesen podido imaginar: ¡una casita hecha de dulces!. Los techos eran de chocolate, las paredes de mazapán, las ventanas de caramelo, las puertas de turrón, el camino de confites, ¡un verdadero manjar! Hansel corrió hacia la casita diciendo a su hermana: "¡Ven Gretel, yo comeré del techo y tu podrás comerte las ventanas!"  los niños se abalanzaron sobre la casa y comenzaron a devorarla sin notar que, sigilosa, salía a su encuentro una malvada bruja que inmediatamente los tomó prisioneros.


"Veo que querían comer mi casa-dijo la bruja- Pues ahora yo los voy a comer a ustedes". Y así diciendo los examinó: "Tu, la niña-dijo mirando a Gretel-me servirás para ayudarme mientras engordamos al otro, está muy flacucho y así no me lo puedo comer". Y sin prestar atención a las lágrimas de los niños tomó a Hansel y lo metió en una diminuta prisión. Día a día debía Gretel llevarle los alimentos que la bruja preparaba para su hermano, esperando el día en que estuviese lo suficientemente gordo para comérselo. Sin embargo, los niños habían urdido un plan. Como la bruja era muy corta de vista, todos los días  pedía a Hansel que le mostrase uno de sus dedos para sentir si ya estaba rellenito.  


 
 
 
 
Pero lo que el niño hacía era sacar por entre los barrotes de su jaula, un huesito de pollo, de forma tal que la bruja sentía lo huesudo de su presa y decidía esperar un tiempo más. Sin embargo, y como era de esperar, esa situación no podía durar  siempre, y un mal día la bruja vociferó: "Ya estoy cansada de esperar que este niño engorde. Come y come todo el día y sigue flaco como el día que llegó". Entonces encendió el gigantesco horno y dijo a Gretel, metate dentro para ver si ya está caliente, pero la niña, que sabía que en realidad lo que la bruja  era atraparla dentro para comérsela también, le replicó: "No se como hacer eso". La bruja, fastidiada le dijo: "Si serás tonta. Es lo más fácil del mundo, te mostraré cómo hacerlo" Y se metió dentro del horno.


Gretel, sin esperar un momento, cerró la pesada puerta y dejó allí atrapada a la malvada bruja que, dando grandes gritos murió quemada. Gretel corrió junto a su hermano y lo liberó de su prisión.
Entonces los niños vieron que en la casa de la bruja había grandes bolsas con montones de piedras preciosas y perlas. Así que llenaron sus bolsillos lo más que pudieron y a toda prisa dejaron aquel bosque encantado. Caminaron un tiempo más y finalmente dieron con la casa de su padre. Al verlos llegar el leñador se llenó de júbilo porque desde que los había abandonado no había pasado un solo día sin que lamentase su decisión. Los niños corrieron a abrazarlo y, una vez que se hubieron reencontrado, vaciaron sus bolsillos ante los incrédulos ojos de su padre que nunca más debió padecer necesidad alguna.-  


El cuento mas visitado del 2008 Cuento psicológico

El cuento mas visitado del 2008 Cuento psicológico

EL DIVÁN

 

 Sintió rabia al cerrar la puerta de su consulta.  Aprovecharía el fin de semana para desocuparla.
 Debía varios meses de alquiler y los de el banco ya no le daban mas créditos.
Al bajar las escaleras se cruzó con la bruja Lila (así se anunciaba en prensa).  Se saludaron cortésmente y empezó a reflexionar sobre el éxito de la bruja.


Sabía que cobraba la mitad de su tarifa por sesión, sabía que algunos casos los solucionaba en muy poco tiempo...
Y sabía que ya había ganado más de un pleito por intromisión profesional y por prácticas de medicina ilegal.


 ¿Que era lo atraía a las personas de todas clases sociales a la consulta de una bruja?

El fin de semana fatídico llegó y el terapeuta daba las últimas instrucciones a los del camión de mudanzas para trasladar los muebles de su despacho.
  Cuando vio acercarse a la bruja, acompañada por el administrador de la finca.
 Supo que esa misma tarde su despacho seria alquilado por la bruja Lila.
Llegó un momento en que el terapeuta y la bruja quedaron solos en el
Principal, y salio la proverbial curiosidad femenina.

-¿Y por que deja tan buen sitio?, ¿se muda a uno mejor?

-En realidad dejo las terapias por
que los pocos pacientes que me quedan, se apoyan mas en la santería que en la sabiduría –dijo- siendo intencionadamente irónico ya ve usted el éxito que tiene,  ¿Podría explicármelo?  –La espeto con sequedad-

 

  -trabajo muy duro en mi consulta y todo lo que soy se lo debo a un curandero que fue mi maestro es el quien hace las curaciones y los milagros.


-¿Milagros?  ¿y por que no me lo dijo  antes?  ¡Yo necesito un milagro
 Ahora!-  su tono continuaba siendo irónico, aunque estaba nervioso,
Con los ojos oscuros de la mujer morena entrada en años, pero que evidenciaba vitalidad y energía.


-¿Y no le parece ya un milagro, aunque intuyo que son mas, que usted este aquí?  Le dijo la mujer.

 Minutos mas tarde, el terapeuta supo que su consulta sería a partir del lunes, una sala de relajación para los clientes de Lila
Tras sus milagros debían acostarse un buen rato.  No se despidió sin recibir una tarjeta de la mujer que lo despidió con dos besos en las mejillas dejándolo lleno de ideas confusas.


El terapeuta en su casa, trató de mostrarse optimista.

A media noche del lunes, el terapeuta dormía pesadamente por unos tequilas consumidos a manera de cena.
 La música de un cd pirata y la luz de la lámpara de la mesa
De trabajo arrojaban su presencia en el dormitorio que desde hacia semanas era el único testigo de sus noches solitarias.
 Los sueños del terapeuta no fueron placenteros ni su
Organismo toleraría mas bebidas alcohólicas; a la mañana siguiente el terapeuta se cuestiono en sus propios términos.
 
 Derrumbado, tuvo que recogerse a si mismo, y subirse en un taxi para acudir al servicio de urgencias del hospital mas cercano se encontraba bastante mal.

  El psicoanalista sufría de:
Hipertensión, colesterol malo, ulcera de estomago y “algo mas” lo sabremos una vez que tengamos todos las analíticas, -le dijo el doctor-
 Su tarjeta de crédito había sido anulada, sus otras tarjetas estaban
Suspendidas y solo gracias a la cuenta de "su" círculo psicoterapéutico pudo salir airoso de la clínica.  Lo peor fue que a pocos metros de la salida el terapeuta perdió la conciencia, por una subida fuerte de la tensión arterial además de la cifra astronómica de la factura.


En su inconciencia, se vio en los brazos e una bella mujer; todos sus colegas lo rodeaban con empatía.
 
 El se sentía seguro y sereno, y de repente una inmensa montaña surgía de la nada amenazando con aplastarlos a todos.

 El terapeuta quiso escapar...
  Al agitarse, se precipitó a tierra; al incorporarse 
 Vio horrorizado a sus maestros e ídolos transformarse en roca primero y polvo después.

El terapeuta fue dado de alta esa misma tarde, bajo los efectos de un fuerte   sedante se marcho a su casa e intento dormir.

 Lleno de frustración, necesidades y dos o tres términos más, hasta que lo venció el sueño sumergido en su inconsciente.

 Mientras analizaba lo que debía hacer un hombre de cuarenta años,
 Padre de dos niños hiperactivos, con problemas en la
Universidad -por el debate y guerra truculenta entre psicoterapeutas de distintas escuelas...
Para sobrevivir un divorcio inminente.

Nada mejoró para el terapeuta:  su mujer habló de divorcio, planteó fechas, responsabilidades legales.

 El terapeuta ansiaba lo que se negaba a asumir de la enfermedad, del bolsillo, del dolor de la pérdida, de la cabeza, como cualquier vecino más, su ser sufría y carecía de  sentido teorizar sobre ello:  sufría, y sufría a su manera.

  El terapeuta decidió consultar con Lila, la
Bruja de los milagros.

Tal vez esta consulta pueda ser el inicio de una nueva vida total tampoco –se dice- tengo mucho que perder.

 

 

©Carmen María Camacho Adarve

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Instrucciones para hacer una calle

Instrucciones para hacer una calle

 Podemos hacer lo que se nos ocurra, podemos cambiar el mundo. Hasta hace poco tu en esta misma situación te hubieses muerto de miedo; hombre, mujer, cuchillas de afeitar o calamar.

 Tomamos la calle, la abrimos, sacamos las ratas, ¿hay algo mejor con las ratas? luego las ponemos sobre la acera, añadimos las baldosas y papeleras, mezclamos la casa con flores de plástico. En esa masa ponemos una mucana que este siempre en la casa, que ubicaremos en una plaza. Llenamos la fuente del patio acompañamos con un paraguas verde. Una parte de mis antepasados corren por la parte alta de la casa, no tienen cocina,  a ratos se  ponen al solecito y sin sombrero.

La gente, las aceras, y el paraguas verde son agregados de mi tía abuela por idea de su abuelo.

©Carmen María Camacho Adarve

 

La fábula de Venecia cuatro

La fábula de Venecia cuatro

 

La fábula de Venecia cuatro

 

Julio Cortazar cerró la puerta de su cuarto, en la Venecia, y se encontró en una habitación diminuta, con un colchón sobre el piso cubierto con sábanas verdes, un lavabo junto a la entrada y una ventana cerrada y empañada. Se oía el goteo acelerado de la lluvia en el techo. Eso y la mujer de la habitación de enfrente, sentada en la cama, con un abrigo de piel corto, una falda azul tenue y los pies descalzos, lo excitaron un poco.

crepuscolia es una utopía…

©Carmen María Camacho Adarve

 

La fábula de Venecia tres

La fábula de Venecia tres

 

 La muchacha tenía diecisiete años y estaba bailando en su casa cuando escucho que la llamaban sus padres.  Presurosa llego; en la sala, un matrimonio la esperaba; su madre le dice que al día siguiente tenia que partir para Venecia   para casarse con el cuñado de su hermana un matrimonio concertado.

 Por favor un momento… –les dice-  y sale corriendo a despedir a sus amigas que aún bailaban.  Las besa mientras les dice con lágrimas “mañana viajo a la Italia”.

 Una última mirada al muchacho,  estaban enamorados, él absorto no entendía nada; solo atinó a decir ¿por qué?

Llegaron a Crepuscolia un frío 25 de diciembre.  Tenían que ir en góndola.  Mientras navegaban los miró y les pregunto con desilusión “¿Esto es Venecia?  En Buenos Aires las viviendas no flotan dentro del agua.  La llevaron junto al novio a la Venecia la vieja casona; vestía una falda azul, un abrigo de piel corto, medias a tono con la falda y también al de sus ojos; Estaba vestida a la moda italiana.  Tocaron la puerta de la habitación.   Aparecieron un  juez y el sacerdote para celebrar el casamiento. Era domingo.

 

©Carmen María Camacho Adarve

 

 

La fábula de Venecia dos

La fábula de Venecia dos

 

 

Estuvo en Crepuscolia se llamaba Jorge Luis Borges. No eran evidentes sus propósitos: “mi momento del día es siempre al atardecer” –se decía- fue con la nítida y literaria intención de investigar todo lo relacionado con la fábula de Venecia y su hundimiento en el agua de los canales. Su nombre, era una fecha que no pertenece a ningún tiempo porque no a parece en ninguna historiografía. ”. Después de muchas platicaciones,... Se entrevisto con quienes habían escrito acerca de tan maravillosa fábula. Además, manifestó que deseaba conocer al pintor del cuadro “La Leyenda de Juan Griego”.

Y entonces con alivio, con humillación, con terror, comprendió que “el insólito hundimiento” estaba, mas cerca de la fábula de Venecia: De la imaginación, de lo feérico, que del historicismo y la realidad-real, y que solo mediante rigurosos escudriñamientos literarios, podía llegarse a los recónditos predios de su verosimilitud.

©Carmen María Camacho Adarve

 

La fábula de Venecia uno

La fábula de Venecia uno

 

La Venecia era una casona con más de 159 habitaciones. Le llamó mucho la atención el famoso Puente de las Bolas –aledaño a la casa-, y al atardecer lo cruzo con la intención de tatuar, en el alma, los inimitables crepúsculos del puerto más ficticio. Le tomó varias fotografías. Prefirió La Venecia porque tenía unos túneles que la comunicaban con todas las casas de Crepuscolia, y también por las múltiples leyendas que, acerca del mismo, había leído en un croni cario.

De regreso a la casona madame bobary enfurece y clama porque su habitación del hotel veneciano, en que ha de pasar la noche, no da a uno de los canales umbrosos.

Y no se desvistió. Se quedo sentada sobre la cama en una gran sala, donde el único huésped era ella. Lloró toda la noche mientras pensaba “…todo sea como Dios quiera”.

“El protector de tempestades”: Tiene elementos invasores, inundantes, que desbordan los lindes y rompen los límites; elementos que laten tras lo visible cotidiano hasta que afloran aluviones. “… la muchacha quedo para siempre para siempre quedo en la amplia curva del agua.”

©Carmen María Camacho Adarve

HALLOWEEN Cuentos breves de fantasmas

 

CUENTO DE HORROR

Juan José Arreola

La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.

 

 

CONFESIÓN

Marcial Fernández

Los fantasmas no asustamos a la gente. Somos, por el contrario, amables y hermosos. Pero nadie nos ve.

 

REGRESO DEL DOLOR

Gonzalo Arango

Aunque no la conozco ni la había visto nunca en mi vida, pienso que estará turbada por otras razones ajenas a la muerte del tipo, muerte que sólo a mí me concierne.

La gente se dispersa asqueada por el despojos triturado del muerto, y ese sol que pronto lo pudrirá. La mujer y yo quedamos junto al cadáver abandonado.

-Haga algo por él, usted que puede -dice con voz trémula.

Esa voz me conmueve por la cantidad de amor y de dolor, como de nostalgias y de esperanzas rotas.

Soy el único que puedo hacer algo por él -digo-. Y agrego -:Yo traté de ayudarlo, pero fracasé.

La mujer se aleja. En sus pasos descubro el cansancio y el peso de una desesperación superior a sus fuerzas, pero no puedo ayudarla.

Sin más esperanza recojo mi cadáver y me marcho con él.

 

HOMBRE EN EL UMBRAL

Carlos Castillo Quintero

Con la sensación del agua tibia deslizándose sobre su piel, la mujer, desnuda, sale del baño y frente al tocador se contempla, se reconoce bella, espléndida en su desnudez.

El hombre, parado en el umbral, la mira.

Ella se perfuma y un aroma de selva llena la habitación; cada movimiento de su mano entreabre su cuerpo, insinúa lo que viene. Los senos firmes sienten la caricia y se impacientan. Como para distraerse peina el ondulado manantial que llega a su cintura; de sus ojos azules brota el oscuro fuego que la embarga.

El hombre parado en el umbral, la mira.

Ya vestida, su desnudez es mayor. Bajo la bata ceñida sus caderas auguran abismos. Sin prisa, se prepara una bebida, mira el reloj y en el lecho se abandona.

Es bella piensa el hombre, y es mi esposa.

El Licenciado Vidriera

El Licenciado Vidriera

 

 

Imaginóse el desdichado que era todo hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se llegaba a él, daba terribles voces pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen, porque le quebrarían: que real y verdaderamente él no era como los otros hombres, que todo era de vidrio, de pies a cabeza. Decía que le hablasen desde lejos, y le preguntasen lo que quisieren, porque a todos les respondería con más entendimiento, por ser hombre de vidrio y no de carne: que el vidrio, por ser de materia sutil y delicada, obraba por ella el alma con más prontitud y eficacia que no por la del cuerpo, pesada y terrestre. Pidió Tomás le diesen alguna funda donde pusiese aquel vaso quebradizo de su cuerpo, porque al vestirse algún vestido estrecho no se quebrase; y así, le dieron una ropa parda y una camisa muy ancha, que él se vistió con mucho tiento y se ciñó con una cuerda de algodón. Cuando andaba por las calles, iba por la mitad dellas, mirando a los tejados temeroso no le cayese alguna teja encima y le quebrase; los veranos dormía en el campo al cielo abierto, y los inviernos se metía en algún mesón, y en el pajar, se enterraba hasta la garganta, diciendo que aquélla era la más propia y más segura cama que podían tener los hombres de vidrio.»

CERVANTES: «El Licenciado Vidriera»

 

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