LA DUDA
LA DUDA
Me llamo Carmen María Sabina todo empezó
Sobre las diez de la mañana. Estaba sentada en el balcón, desayunando y leyendo, la prensa sobre un caso de usurpación de personalidad: -sentí pena- , por el triste asunto y el calvario de aquella pobre mujer.
Note de repente que alguien me estaba mirando.
Levante la vista del periódico y mire a uno de los balcones del edificio de enfrente, a la misma altura que la de mi piso, había un chico apoyado en la baranda de su balcón. Lo salude con la mano. El me devolvió el saludo con el brazo y abandonó el balcón.
Entrando en las posibles derivaciones, -concluí-que, con toda seguridad. Me vigilaba.
Por las rendijas de la persiana de su piso. No puedo confirmar nada: el sol me deslumbraba, reformándome el punto de vista de balcones y ventanas como rectángulos iguales siniestros y oscuros.
No habría leído trece líneas cuando reapareció Con otro atuendo.
El chico, estaba ahora sentado en una hamaca, bajo mi parecer, leía -o fingía leer- un libro. Yo no podía distinguirle bien los rasgos, pero sí una silueta: delgada. Su pelo, rizado y pelirrojo, recogido en una coleta. En conjunto, me pareció de líneas armoniosas, de unos treinta y cinco o treinta y siete años. « ¿Quién puede ser?», me dije. “Seguro que lo habré visto alguna vez en el supermercado...”
Se me ocurrió una idea. Salí del balcón, fui al salón, lo espié a través de la persiana: de manera inocente, el miraba hacia mi piso. Entonces regrese corriendo al balcón y, ¡oh, meigas!, la pille en su postura de culpa.
Saludé con ademán resuelto y ostentoso. El no tuvo más remedio que devolverme el saludo. Hice intentos vanos para iniciar una conversación. Desde luego era imponible ya que, no íbamos a gritar de balcón a balcón. Me llevé entonces el pulgar derecho a la oreja y el meñique a la boca hice un movimiento oscilante, como todo el mundo sabe, significa si podía llamarlo por teléfono. El Abriendo las manos mientras hacia interrogaciones con los hombros, repetía, una y otra vez, y otra vez más, que no entendía nada. ¡Pero! ¿Cómo no iba a entenderme?
Entre, agarre el teléfono móvil y regresé con él al balcón. Enarbolándolo en todas direcciones, alzándolo con ambas manos por encima de la cabeza. «Y, tontito, ¿te enteras o no te enteras?» Sí, se enteraba: ya que con una sonrisa desproporcionada me respondió afirmando con un gesto.
Muy bien: ya tenía autorización para telefonearle. Sólo que ignoraba su número. Era menester preguntárselo mediante mímica.
Recurrí a gestos y ademanes extraños: cualquiera me habría tomado por una loca. Ya se que la pregunta era complicada, pero era su obligación adivinar qué necesitaba saber yo.
Estoy segura que había mala voluntad de su parte; pretendía divertirse un poco conmigo.
En el mismo momento en que yo aburrida me disponía a darme por vencida, el comprendió.
Con el índice escribió unos números en el aire que, al principio, no entendí. Mas tarde me di cuenta de que el escribía para su propia lectura y de que los rasgos que yo veía, por ejemplo, como un final debían entenderse, pues, como inicial. Realicé la interpretación completa y obtuve las ocho cifras que me pondrían en comunicación con el vecino de enfrente.
Tome el teléfono y marque. Al primer zumbido, respondieron:
- ¡Sí...! ¿Dígame? -retumbo- en mi oído una gruesa voz de mujer.
Sorprendida por el rumbo que tomaba el asunto, dude un instante, pensando en las palabras mas acertadas que diría.
-¿Quién es? -alego el vozarrón- , ya con un matiz de rabia y de impaciencia.
-Ehhh... —musité, amedrentada—. ¿Hablo con...?
— ¡Hable mas fuerte! —me espeto, de un modo intolerable—. ¡No le oigo! ¿Por quién pregunta?
Hablaba con el tono que normalmente se emplea para decir tonto del haba. Balbuceé:
-Esto... Con ese chico...
-¿Qué chico?- ¿De quien me está hablando?
Una certera amenaza acechaba ya en el vozarrón aguardentoso.
¿Cómo explicar algo a quien no quiere entender?
-Esto... Con el chico del balcón, eh... el balcón del balcón... de enfrente, del mío -mi voz era un hilillo casi inaudible.
No se apiadó. Todo lo contrario, se puso más furiosa mucho más:
-¡No moleste, por favor! ¡Somos personas de orden que trabajan!
Un rotundo pí, pí, pí... cortó la comunicación. Azorada, quedé sin fuerzas- pero pude gritar-como si pudiera oírme ¡¡¡la madre que te parió!!!
Luego dedique durísimos improperios contra aquel muchacho lelo que no había tenido la precaución de atender el mismo mi llamada.
Rápidamente me culpabilice, por haber llamado tan rauda. Por la prontitud con que la del vozarrón aguardentoso atendió, deduje que tendría el teléfono en su mano, o en un bolsillo. Me concentre en imaginármela, atribuyéndole rasgos odiosos: seguro pensé; era una amargada, de mal genio. ¡«Somos personas que trabajan»!, me había dicho. ¿Y a mí qué me importa? Todo el mundo trabaja: no había nada inusual en ello. ¿O yo vivía de las rentas?
El caso era que esa mujer de voz estentórea me había derrotado telefónicamente. Me sentí deprimida y con siniestros pensamientos de venganza.
Mas tarde volví al balcón, sea, como, como, sea, estaba resuelta a preguntar al chico su nombre. El no estaba. Con mi presencia de ánimo renovada, también con cierto temor, marqué los ocho números. Al primer tono de llamada; escuche:
-¡¡¡Digame...!!!
Espantada, corté la comunicación.
-Que lo parió- dije entre dientes, con rencor y con tristeza, y, al conjuro de esta frase, se me ocurrió una idea que juzgué muy buena.
Pensé: «Esa mujer abominable de enfrente se permite tiranizarme sólo porque a mí me falta un ínfimo dato: el nombre de la persona con quien quiero hablar. < Entonces, tengo que conseguirlo.>
Después pensé: «Los números de teléfono están ordenados por orden alfabético en la guía de empresas. La juntas Autonómicas y sus miles de delegaciones y subdelegaciones son grandes empresas tienen la Guía. Yo tengo un amigo que trabaja en un gabinete de una subdelegación...
Y llamé a Pedro:
- querida Carmen María -respondió, al oír mi voz-, me hallo en extremadamente, alegre y confortado al oír tu voz...
- Gracias, gracias, Pedro. Escúchame...
—... su voz de joven despreocupado, alegre, libre de obligaciones, deberes, deudas, y responsabilidades. ¡Que Felicidad! -pensé-, no saber lo que es tener problemas todo tipo de problemas. Que Feliz se debe ser, cuando uno puede tomar la vida como un devenir afortunado y no permitir que ningún hecho exterior perturbe la paz de tan regalada existencia. ¡Que felicidad!, nadar en la abundancia económica trabajando sólo dos o tres horas al día.
Después de regalarme todas las venturas que se le ocurrieron, continuó diciéndome, de forma trágica y a la defensiva, - para hacerme creer que el también padecía lo suyo y con todas las calamidades del universo visible e invisible:
- yo, Carmen María, la modesta, la pobre poeta, a la que robaban sus versos, ínfima en el mundo de la vanguardia donde estaba todo el pastel repartido entre unos pocos, siempre los mismos pocos. Pedro, continúo, como ayer y como mañana, como anteayer y como pasado mañana, como hoy con su pesado, molesto y gravoso cajón de miserias, desdichas y tristezas, a través de este angustioso, horroroso valle de lágrimas que, a modo de infierno, lo vapulea, ultraja y humilla sin cesar...
Esta historia ya la había oído miles de veces.
-¿Pero no te habían ascendido y ahora que eres el jefe de gabinete de Cultura ganas mucho mas, no?
- Sí, es cierto – admitió- . Gano tres veces más que antes, tengo un cargo jerarquizado y soy el único responsable.
-Sin embargo-, el pesado, y gravoso cajón, de miserias, desdichas, tristezas y desgracias, continúa existiendo. Y yo con mi cruz arrastrándola, desfalleciente, enfermo y quien sabe si con un pie ya en la tumba, por culpa de este, cruel y maligno mundo...
Me distraje un poco mientras terminaba con sus quejas. De repente:
-mucho gusto en hablar contigo tengo trabajo. Hasta luego y saludos cordiales. Cortó la comunicación. Indignada, volví a llamarlo:
-¡Oye, Pedro! ¿Por qué me as colgado?
—Ah —dijo—. ¿Tú querías decirme algo?
—Necesito que me busques en la Guía de empresas a qué apellido corresponde el siguiente número de teléfono...
- un segundo. Voy a buscar un bolígrafo. Fue preciso esperarlo.
-El número - dijo, al cabo de varios minutos- corresponde a un tal Carmelo Sabina. Con B y sin acento en la I. ¿Para qué lo quieres?
- Muchas gracias. Otro día te lo explico. Adiós.
-Adiós, Adiós- respondió.
Ahora sí: que si, ¡lo había conseguido¡ Con mi presencia de ánimo recobrada de nuevo, volví a marcar el número del muchacho.
—¡¡¡Diga...!!! —tronó el vozarrón.
Sin vacilar, con voz sonora y bien modulada, articulé:
-Por favor, puedo hablar con el señor Carmelo Sabina.
-¿De parte de quién?
Que pregunten de parte de quién es una costumbre que no me gusta nada. Para confundirla, le dije:
-De parte de PETOSKI KAFKANIANO
-¡Pero! -estalló-. ¡La familia Sabina hace como tres años que no vive aquí! ¡Siempre están molestando con ese maldito, señor!
—Y si no vive más ahí, ¿para qué me preguntó de par...?
En la mitad de la frase me interrumpió su furioso clic: ni siquiera me había permitido expresar esa mínima protesta ante su despotismo. ¡Ah, pero eso no iba a quedar así! Me precipité sobre el teléfono como quien busca una escopeta:
-¡¡¡Sííí...!!!
Con pronunciación pésima pronunciación de extranjera, pregunté:
¿ Pod favod con de family Dabinad?
-¡no,no,no señor! ¡La familia SABINA hace más de siete años que no viven aquí!
-Ah... Qué suedte: estoy habdando con ed señad Sabina... ¿Cómo edta?
- ¡Entiéndame! - estaba hecha una fiera-. ¡La familia Sabina hace veinte años que no vive aquí!
-¿Cómo está usté, señad Dadibad? - insistí, amablemente-. ¿Y su señod? ¿No se recuedda de mí, señad Dabinad?
-¿Pero quién es usted? -el monstruo, además de horripilante, era curiosa.
Carmen Maria Sabina, señad Dadibad.
-¿Carmen María Sabina? -repitió, con rabia-. ¿Qué Carmen María?
-Dadmen Madia Dadibad, señad Dadibad: Doi, Dadmen Madia que de escuendió debajod de camad
-¿¡Cómo...!? -no me había entendido bien: yo estaba partida de risa.
Aquello fue una especie de bomba bacteriológica:
-¡¡¡Pero no molestes, idiota, haz el favor!!! ¿¡Por qué no te pegas dos tiros por si te falla el primero?
-Podque no puedo. Tengo una puntedía mada. údtima vez que quise pegadme un tido en da cabeza, maté sin queded a una avestruz en Audtraliad.
Silencio sepulcral, se ahogaba, aspiro, y en una sola bocanada, todo el oxígeno de la atmósfera terrestre.
Yo, muy atenta esperaba.
Entonces, ahogándose en su propia cólera, lanzó sobre mí, a gritos, una carga de artillería pesada donde cada palabra, impaciente por ser proferida, se tropezaba con las demás:
-¡¡¡¡ idiota, parada mental!!!, parásita de mierda, inútil, inservible, tonta!!!!
Cortó la comunicación de un golpe violentísimo. Una lástima: me hubiese encantado que me siguiera insultando roja transpirada, con el teléfono averiado a causa de los golpes...
Me sentí contentísima ya no me importó no haber podido hablar con el chico del balcón.
...Continuara...
©Carmen María Camacho
3 comentarios
Triana -
carmen maria -
abrazos
Carmela -
ya estoy asomada por el balcón a ver si aparece el joven pelirojo.
espero pronto la comtinuación.
besos.