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TEMAS BLOG OFICIAL DE LA POETA Y ESCRITORA andaluza Carmen Camacho ©2017

La noche oscura

La noche oscura

 

 

 

 

 Todo empezó una noche oscura de invierno, mientras paseaba. El vestía un sayal marrón con brillos de tela antigua y capucha cubriéndole la cabeza. Yo había escuchado variopintas leyendas urbanas del fraile. Mucha gente se había  tropezado  con el por la cuesta de los chinos.

 

Su sombra se deslizaba por las paredes de las casas,  era bastante alto,  más que los demás hombres, el habito raído y corto,  mostraba unos tobillos casi en los huesos, sus pies esqueléticos, no recuerdo si iba descalzo o  llevaba unas sandalias con dos tiras de piel marrón rudas muy gastadas, se puede decir que no caminaba, mas bien andaba suspendido  a unos centímetros del suelo.  Sumido en recogimiento, no se apercibía de su milagrosa levitación.  La cabeza cubierta bajo la capucha puntiaguda.  Una osamenta de retablo, me pudo la curiosidad.  Me repuse al miedo.  Lo seguí cuesta arriba, por que el juego era excitante y la noche, me impone continuar la persecución hasta que el perseguido desaparece en un portal o se pierde en una esquina,  hay esquinas que se tragan a las personas. Cuando el perseguido desaparece me siento en un escalón a la espera de otra victima  y vuelvo a empezar el juego.

 

El no advirtió que lo seguía,  ya he dicho que el fraile, caminaba, como fuera del mundo en otro tiempo, donde eran habituales sus sayales con brillos de dómine cabra.  Su  figura gótica, que por un favor o tal vez una maldición había sobrevivido al tiempo y andaba muerto entre los vivos, no por voluntad propia sino quizás por la nostalgia que  lleva a los difuntos a repetir los mismos pasos por las calles que vivieron.

 

Era invulnerable a todo lo que acontecía a su alrededor, no se fijaba en los viandantes, ni miraba lo semáforos, ni el trafico al cruzar las calles, ni hacia caso a las caras de sorpresa, ni a las risas y burlas de los niños, cuando se topaban con su fúnebre figura.  Oculto como un jirón,  dentro de su hábito de brillos marrones,  que no defiende del frío,  sino de miradas que acusan y manos con dedos que señalan.  Caminando con un   furtivo ademán.  No era la mascara del miedo, era la metáfora de una inquietante soledad, que habita en cualquiera de nosotros y cobra sentido de persecución en las calles.  Donde las personas y la noche nos convierten en habitantes  de ínsulas extrañas, bordeadas,  por una selva de cristal  y lo más humano son las  pupilas hostiles.  La raíz del miedo no esta en el fantasma del monje acechando en un callejón raquíticamente iluminado.  Esta en esa posibilidad en la que uno  puede convertirse  en el fraile muerto.  Como una lenta metamorfosis que sucede en una cuesta oscura mojada de escarcha e impregnada de invierno que lleva a  una celda  húmeda y cerrada, ante un espejo turbio.

 

 En la noche oscura, hay una señal de la cruz dibujada con ceniza, solitaria figura, que rompe las normas de lo real, abriendo en las calles sepulturas de locura.  Callejones de soledad que conducen a puertas tapiadas, barrotes en las ventanas, pasillos ciegos, donde hay locos solitarios, en los huecos  fumando cigarrillos.

 

             

©Carmen María Camacho Adarve

 

 

 

 

1 comentario

Pablo -

Un personaje de ficción, o un personaje real.
Muy bonito, muy bonito Carmen, un relato corto, pero verdaderamente genial.
Un beso!!!