FRANCOTIRADOR
Me iba hacia atrás y con las manos
buscaba algo donde sostenerme,
una muralla, una mesa, pero estaba el vacío.
Trastabillaba en medio de la conmoción.
Veía luces, un retazo de ventana
mostrándome el inicio del día.
Y pensaba: moriré al amanecer.
Porque estaba clareando en menos de un segundo pensé que la primera luz del día.
Estaba en contradicción con el fulgor metálico del arma que empuñaba.
Y hasta logré escuchar el piar de los pájaros, tal vez incluso sus aleteos.
Me iba hacia atrás y antes habían estallado los vidrios de una de las ventanas. Sentía un reguero de calor en la mejilla.
Me dieron en el rostro, pensé.
Y se desdibujaba en mi visión
el contorno de las cosas.
Los fragmentos de vidrios en el piso
semejaban estrellas devolviendo destellos.
La ventana rota dejando entrar el aire fresco.
La habitación, donde los muebles y las cosas configuran un ordenamiento de sombras y bultos fantasmas.
El crujido de mis pisadas retrocediendo
e intentando recuperar el aplomo y la certeza. Después, desde la calle, el sonido de las voces el ruido de los pasos y de las armas. Luego el zumbido feroz del motor y las aspas de un helicóptero estrechando el cerco sobre la casa
Y el tiempo precipitándose a segundos,
minutos, débiles instantes. La lentitud de mis movimientos, el bajar y subir de mis párpados,
el desplazarse de mis manos cambiando el cargador del arma y el gesto de los dedos
alistando el seguro para dejar la primera bala en la recámara La caricia de la brisa en la cara.
miro mis zapatos manchándose con la sangre que baja corriendo por la camisa y gotea.
Me iba hacia atrás, como empujado por las sombras, como empujado por las sombras,
en un irse cuyo sentido proviene no de mi conciencia no de mi conciencia.
Y ahora el esfuerzo, la decisión de detener el retroceso y la fatiga, sobreponiéndome al peso de la inercia que me impulsa a caer
Debo resistir la fuerza que me impele hacia atrás. Contrarrestar el desmayo que se posesiona de mi ser.
Debo poner toda la energía que me resta
y restaurar en esta soledad
la imagen de un hombre
que hace frente a un enemigo implacable,
bárbaro, Siento ira, temor, amor, luego pienso y existo.
Es entonces cuando se desencadena la descarga.
Primero es una andanada de plomo,
esquirlas, fragmentos de yeso, vidrios,
astillas, cascotes, seguido de un estruendo incesante.
Es una balacera persistente, regular, metódica,
que hiende el amanecer y muerde las estructuras.
Luego la intensificación lacerante
de la luminosidad. El fuego
y la humareda.
La casa arde por los cuatro costados.
Pero estoy de pie me digo. Y ya no voy hacia atrás aunque me gana un mareo que me obliga a vacilar.
Sostengo con firmeza el arma el índice se apresta al el gatillo.
Todavía es el amanecer, más allá del incendio
y el humo.
Ahora es la luz. Fuego.
Llamas, destellos, reverberaciones.
Y se va haciendo más lenta.
Es cuando emerge la sombra contraviniendo el crepitar de las llamas y la espesura de la humareda, es cuando se recorta ante mí la silueta fantasma.
Vamos, que el tiempo se acelera. En breve habrá llegado tu hora no es sólo la luz cegadora, ni el humo sofocante y las llamaradas. He adelantado un paso hacia la ventana y pongo el ojo en la mira.
Luego disparo en dirección al mañana.
©Carmen María Camacho Adarve
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