LA VIDA NO ES MUY SERIA
El quince de abril de 2008, Carlo Fabricio, al volver de la fábrica de motos, halló una carta en su buzón, eran los resultados de sus análisis clínicos. Carlo dejo caer el papel. Su primera impresión fue de malestar le temblaban las manos y las rodillas, luego, sintió frío, irrealidad, luego; quiso que ya fuese otro día. Comprendió que la muerte era lo único que mantenía la vida, y así seguiría. Cogió el papel y se encerró en su cuarto. Lo guardó en un cajón, como si ya conociera los hechos. En la oscuridad lloro y pensó en su suicido y luego, en los antiguos días felices.
No durmió aquella noche, y cuando la primera luz entró por la ventana, ya tenía su plan perfecto. Intento que ese día fuera como los otros. En la fabrica trabajo con normalidad. A las ocho, terminado el trabajo, cogió su moto, en aquel estado de sensaciones y desorden condujo toda la noche. El amanecer se agravaba. Los hechos a veces están fuera del tiempo. Cuando se acerca el fin ya no quedan imágenes de los recuerdos.
“Por la mañana llamó por teléfono para decir a su familia que cuidara de su novia. “¿Por qué, le pasa algo?”, le preguntó su padre sin comprender la situación. No, el enfermo soy yo”, le contestó antes de colgar. Por la tarde volvió a sonar el teléfono. Era el médico de Carlo, decía que todo había sido un error y no tenía nada.
Su moto apareció, en un bosque. La familia se temió lo peor y se volcó en llamamientos a su hijo a través de la prensa. Fue buscado con perros y espeleólogos.
Carlo no apareció, pero sí un cadáver en la zona donde se le buscaba. Sólo
el ADN aclaró que se trataba de otro desaparecido.
Pasó otro mes de angustia, y otro más, hasta aquel domingo, que llamó a casa, diciendo que se acababa de enterar de todo y que volvía. El veinte de julio del 2008 le fueron a buscar a la estación. Había perdido diez kilos. Contó que huyó al bosque, que no quería saber nada del mundo, No se si le explicaron mal la gravedad del diagnóstico, él no lo entendió o no supo afrontar, que tenía una grave enfermedad y al cabo de un mes empezó a bajar a una gasolinera a comer algo. Un día entró en un local de Internet y metió su nombre, a ver qué salía. Salieron bastantes cosas, claro. Muy poco dijo, solo una frase bien clara: “No me habléis de ese médico.
©Carmen María Camacho Adarve
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