Don Amable Segundón (Los relatos del marques de posadas ricas)
Sobre las seis de la tarde, cuando llegue a la aldea. Deje el coche en lo que parecía la plazoleta del lugar. La aldea se llamaba Arenillas del campo. Todo estaba sumido en ese silencio que solo habita en las aldeas. Frente a la plaza había una iglesia, al parecer reconstruida tras la guerra, no se sabía que estilo era, estaba construida como a retales de varias épocas. Una calle larga bajaba hasta la plazoleta. Subí por ella y en la primera casa que encontré grande y con un gran portón abierto, a saber, sobre uno de los balcones sobresalía un cartel despintado de hojalata que decía: Fonda, comida casera, habitaciones. Al entrar el zaguán otro cartel con luces de colores indicaba; PUB MANOLO una vieja barra de madera que rezumbaba olores a toda clase de alcohol en un lateral, cuatro mesas de madera de olivo con sillas de enea y en la barra algunos taburetes, tras de ella un hombre, grande y fuerte con manos de campo regentaba el local. Cuatro ancianos jugaban al domino y unos jóvenes daban risotadas y consumían cubalibres, todos se volvieron a mirarme.
-Buenas tardes, me llamo Rafael marques de posadas ricas ¿me puedo servir un cubalibre?
- El hombre, rudo y joven enarqueo sus pobladas cejas, -los clientes dieron grandes carcajadas- mientras no se perdían la escena has oído eso Manolo ¡un marques ¡ el mesonero los mando callar. No haga usted caso no tienen maldad –dijo- mientras me servia mi consumición.
-¿quedan habitaciones? es solo para una noche, voy de paso –pregunte-
-¡Todas! –Dijo- ahora que ha terminado la aceituna y hasta el verano nadie viene por aquí
-Muy bien, pues quisiera hacer una reserva
-No se preocupe tiene para elegir le daré la grande de los dos balcones que da a la calle ¿trae equipaje? –preguntó-
- No, solo este macuto –dije- señalándolo.
-pues cuando diga usted puede subir a descansar.
-Bueno es temprano me quedare un rato daré una vuelta y luego tomare un poco de cena
–lo que usted quiera. Pero aquí hay poco que ver y siguió a lo suyo.
Dieron el cuarto toque en el campanario de la iglesia, y con mi copa en la mano me encamine a misa. El cura, un hombre enjuto, encorvado. Abría con ruido de goznes media puerta, bestia bata azul marino de guata muy gastada y zapatillas a juego. Mire el reloj del campanario y marcaba las tres.
-Buenas –dije- solo he venido a ver la parroquia y sacar unas fotos.
-Bien –repuso- el cura algo- extrañado desee usted prisa que la hora de oficiar la misa
-Y dígame el reloj de la torre ¿Cómo puede marcar las tres si son la seis y media? ¿Quién se entera a la hora que es la misa?
-Va -repuso- hace años que marca las tres incluso cuando llegue de sacerdote a esta aldea que entonces era un jovenzuelo imberbe, marcaba las tres
-¡Esto no es de recibo¡ -dije- o pone usted solución a esto o me voy a denunciarlo al cuartel de la guardia civil ¿como se llama usted?, Don Amable Segundón. –Respondió-
-Rafael marques de posadas ricas –me presente-
-Vamos hombre, no me sea tan leguleyo -le bailaba en los ojillos una sonrisa-
-¿pero ve usted esto normal? Bueno pues lo denunciare al Alcalde
-Alcaldesa, alcaldesa… dijo perdiendo un poco la paciencia si me permite voy a vestirme para oficiar la misa
Seguí los pasos a Don Amable Segundón. Hasta la sacristía una vez que se vistió con el alba y la estola abrió una alacena
-y me dijo ¿me hace el favor de asomarse a ver si están ya sentados Doña Carmen y Don Faustino?
- Asome la cabeza por una rendija de la puerta, y allí estaban en primera fila los dos feligreses, ella vestida con un abrigo de visón y el con traje y abrigo de paño negro se quitaba los guantes de fina piel en ese momento
- si están sentados, ¿solo dos feligreses tiene usted?
-Así están las cosas. Luego vienen mas, para bodas, comuniones, bautizos… no crea usted aquí vive poca gente. Suelen venir en verano a las celebraciones por pura nostalgia nada más, saco de la alacena las vinagreras del agua y el vino y en un arrebato, se las quite
-¡que hace usted hombre de Dios¡ -dijo. Don Amable Segundón
-¡Nada solo quería probar el vino de misa¡ ¿Qué clase de vino es?
-traiga, traiga ya le pongo un chato y saco un vasito pequeño
- Si pero no me ha dicho que vino beben los curas en misa -“Quina santa Catalina”
- ¡que rico y dulce –dije- mientras me lo tomaba de un trago ¿puede ponerme mas?
-mire, señor marques, no se de donde ha salido, lo que se es que tengo que oficiar misa
-bien, bien, pero como solo son dos, pueden esperar una cosa antes de denunciarlo ¿me podría bendecid mi cubalibre?
-pero… ¡no me diga que ha entrado a la iglesia con esa copa en la mano? ¡Vade retro Satanás¡ -grito- pisándose el alba y dando con sus viejos huesos en el suelo
- ¡Por Dios bendito! lo siento deje que le ayude a incorporarse –dije- mientras pataleaba aquel saco de huesos, mostrando las zapatillas y los bajos de la bata
- Ya me levanto yo solo, ni se le ocurra ponerme una mano encima ¡como voy a bendecid un cubalibre¡ -chillo enrojeciendo- he intentado incorporarse. Los feligreses entraron alarmados a la sacristía, pero Don Anselmo ¿Qué esta pasando que hace en el suelo? ¿Llamamos al cuartelillo? Y este individuo ¿ha sido el causante de todo esto? ¡De la Aldea no es! – Decían- con el cura ya en pie y recomponiéndose las ropas
-¡Si, llamen a los civiles, este hombre me esta volviendo loco era un Domingo tranquilo y no se de donde ha salido ¡que lo echen de mi casa¡
-No hace falta, ya me voy, soy yo el que va a denunciar, el reloj del campanario siempre da las tres, las sagradas formas están duras como piedras , a saber, cada cuantos años las traen… ustedes corren peligro de intoxicación
-¿llamamos al jefe de puesto?
-si, si, o me va a dar algo.
Eche a correr hasta el coche sin pararme en el puf-fonda ni a recoger mi macuto.
Mientras escapaba a toda velocidad de aquella aldea, iba pensando como gestionar las denuncias. Mire por el espejo retrovisor y vi de lejos un viejo Lan rover que me seguía dando tumbos y ronroneando, en una curva lo perdí de vista. Oirían hablar de mi ya lo creo que si, gente tan loca como aquella solo la había leído en el cuento de “Alicia en el país de las maravillas”.
©Carmen María Camacho Adarve