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TEMAS BLOG OFICIAL DE LA POETA Y ESCRITORA andaluza Carmen Camacho ©2017

Un paraguas verde limóm

Un paraguas verde limóm


Érase una vez la ciudad de los paraguas negros, cuando llovía, todos sus habitantes caminaban por las calles a sus quehaceres diarios cubriéndose con aquellos paraguas. Rigurosamente, siempre negros.

Y bajo sus paraguas todos los habitantes mostraban una cara ceñuda, triste, oscura... ¡no puede ser de otro modo bajo un paraguas negro!

Un día que llovía a cántaros, de improviso, apareció un señor algo extravagante que paseaba con su paraguas verde chillón. Y para colmo de males, aquel señor sonreía.

Los transeúntes lo miraban escandalizados bajo el paraguas negro que los cobijaba, y refunfuñaban:

“¡Mirad qué indecencia! Es verdaderamente ridículo con ese paraguas verde limón.

¡No es serio! ¡En cambio, la lluvia es una cosa muy seria “y un paraguas sólo puede ser negro!”.

Otros montaban en cólera y se decían unos a otros:

“Pero ¿qué clase de persona es ésa? Es Impropio y poco serio ir por ahí con un paraguas de color tan estridente. Ese hombre es sólo un exhibicionista, quiere hacerse notar a toda costa. ¡No tiene formalidad alguna!

Así era, no había nada de divertido en aquella ciudad, donde llovía siempre y los paraguas eran todos negros.

No sabía qué pensar  la pequeña Carlota de todo aquel guirigay, que habían, formado por un paraguas, diferente de color muy alegre.

Un pensamiento le rondaba la cabeza con persistencia:

“Cuando llueve, un paraguas es un paraguas. Que sea verde limón o negro... lo que cuenta es tener un paraguas que te cobije de la lluvia”.

Además, la pequeña se daba cuenta que aquel señor bajo su paraguas verde chillón tenía aspecto de sentirse perfectamente a gusto y feliz.

Se preguntaba el porqué.

A medio día, al salir de la escuela, Carlota se dio cuenta que había olvidado su paraguas negro en casa.

Sacudió los hombros y se encaminó hacia casa con la cabeza descubierta, dejando que la lluvia empapase su negra melena.

Quiso la casualidad que al poco se cruzase con el hombre del paraguas de color indecoroso -le dijo- el hombre sonriendo:

“Chiquilla, ¿quieres cobijarte?”

Dudó Carlota. Si aceptaba, todos le tomarían el pelo. Pero en seguida se acordó:

“Cuando llueve, un paraguas es un paraguas.

Que sea verde o negro, ¿qué importa? ¡Siempre es mejor tener el paraguas que empaparse de lluvia!”.

Aceptó y se metió debajo del paraguas verde al lado de aquel señor gentil.

Entonces comprendió por qué era feliz:

Bajo el paraguas verde limón ¡el mal tiempo ya no existía!

Había un gran sol en el cielo azul, donde los pajarillos volaban gorjeando.

Carlota tenía una cara tan de asombro que el señor se echó a reír a carcajadas:

“¡Ya lo sé! También tú me tienes por loco, pero quiero explicarte todo.

Durante algún tiempo, estaba tan triste como todos, en esta ciudad donde llueve siempre. ¡Y por supuesto también tenía un paraguas negro!

Hasta que un día, saliendo de mi despacho, me olvidé el paraguas y me encaminé a casa. Mientras caminaba, encontré a un hombre que me ofreció cobijarme bajo su paraguas verde limón.

Como tú, dudé porque tenía miedo de ser diferente, de hacer el ridículo. Pero luego acepté, porque tenía aún más miedo de pillar un resfriado.

Y me di cuenta – como tú – que bajo el paraguas verde el mal tiempo había desaparecido.

Aquel hombre me enseñó por qué bajo el paraguas negro las personas se volvían hurañas y con ese aire tan triste:

El repitequeo de la lluvia y el negro del paraguas les ponían la cara larga, y no tenían ninguna gana de hablarse.

Improvisamente, el hombre se fue y yo me di cuenta de que tenía en la mano su paraguas verde.

Lo busqué, pero no logré encontrarlo:

Había desaparecido.

He conservado hasta hoy el paraguas verde y el buen tiempo no me ha dejado nunca”.

Carlota exclamó:

“¡Qué historia!

Pero –añadió- ¿no se siente mal al tener el paraguas de otro?”.

El señor respondió:

“No, porque bien sé que este paraguas es de todos.

Aquel hombre lo había recibido también él sin duda, de algún otro”.

Cuando llegaron hasta la casa de Carlota, se despidieron.

El hombre,se alejo, esfumándose, la muchachita se dio cuenta que sujetaba en la mano el paraguas verde.

Pero aquel señor gentil ¿quién sabe dónde estaría ya?

Y Carlota se quedó con el paraguas verde chillón, sabiendo que pronto cambiaria otra vez de propietario; ya que el paraguas verde estridente tenia que pasar a otras manos, para proteger de la lluvia y llevar el “buen tiempo” a otras personas.

2 comentarios

carmen maria -

¡me haces sonrojar¡ yo por ti escribiría lo que mandes segismunda guapa
besos.

Espuma -

¡Qué precioso cuento, Carmen! Deberías escribir un libro infantil; tienes muchos cuentos preciosos y no es fácil hacer cuentos para niños; aunque también son para mayores porque a mí me encantó, con su moraleja y todo. Ya te digo no es fácil escribir y que los niños entiendan, pero tú sabes…

Volveré, no lo dudes…

Un besazo :-)