Junto al estanque
Cierta tarde, muy bella, me detuve frente a un estanque a mirar pájaros blancos. Gaviotas en pleno vuelo a ras del agua, garzas en una pata esbeltas contra el gris del paisaje, realzadas en la niebla.
Quizá me entretuve mas tiempo de la cuenta mirando el agua. Al volver al camino encontré entre las hojas secas uno de esos clásicos espejos. Me agaché, lo recogí y no pude menos que preguntarle: espejito, espejito, ¿quién es la más bonita?
-¡Tu madre!
–sin rechistar
¡Te equivocaste de historia! me contestó el espejo.
¿Equivocarme, yo, yo? Miré fijamente, al espejo, desafiándolo, y vi el rostro de mi madre. Estaba igual de joven y bella que siempre. Eso si, tenia unas arrugas de preocupación, que la entristecían, un poco, más mías que de ella. Me reí, se rió, nos reímos, me reí de este lado y del otro lado del espejo, todo pareció más libre, más liviano; y hasta rió el espejo.
1. El espejo lo dejé donde lo había encontrado.
2. También él estaba cumpliendo una misión.
3-Me alejé sin echarle ni un vistazo a mi reflejo.
© 2008 Carmen María Camacho Adarve
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