A un texto
Sentada en el suelo comenzaste a leer un texto. Que te hablara. En él descubriste que tu culpa se parecía al vacío del otro, tu angustia era dolor, estabas, abandonada en la escena de la honestidad. Enmudeciste. El libro se te escurrió de las manos. Como palabras blancas, veloces, y justas.
Te oíste hablando de algo que sabías vivo, como en el interior de tu poema. Sí, el libro te dijo que al final del verso estabas sola. Y que mejor te remangaras la camisa y dejaras de sudar tinta, de mojarte en lo decadente. Tenías que volver a lo mundano, ir con la vanguardia.
Llenar el lago de la vida con piedras blancas, canciones dulces y versos desprovistos de conciencia. Ese lago tan seco como el agua en un desierto. El agua del fondo no subía. Cada vez más piedras...cada vez más formas... apilando piedra sobre piedra.
Pensaste que te estaban amando. Y justo ahí, donde no tenías que hacer nada, abriste los ojos. Inventaste, una mujer en el reflejo de espejo y en el fondo del agua. Te castigaron. Te borraron del atlas. Te pintaste sola. Tu cara en el agua cada vez más triste. Sentiste culpa. Sabías que el sol iba a beberse el agua.
No supiste cuidarte. No te supiste respetar. Enfocaste mal, confundiste todo. Entonces: la coherencia tenía que escurrir por algún sitio, colarse por algún hueco. Más tarde, a falta de símbolos: viste sólo una traición, no viste la del otro. Ni siquiera viste la del que estaba más cerca. Completamente aislada te diste a conocer en los términos más ingenuos, más infantiles. No te importó nada de nada. Claro que esa vida la encontraste en el reflejo simétrico de un espejo que, estaba roto. Embalaste el alma en la indiferencia. Sabías lo que hacías, era la tuya.
Flotaban en la marea imágenes no compartidas, continuas, infranqueables...creer en la espiritualidad de los días. El poder siempre estuvo en las manos del que gira la cara. Y traición rima con ficción.
-¿Y vamos? Sí, después de las piruetas, la carpa quedó vacía y oscura, silenciosa. De vía muerta.
- ¿Seguimos? Sigamos. Lo reversible, entonces, cumplió con su destreza. ¿Pagaste tus culpas? No. ¿Apagaste la sed? No. ¿Creciste? No. Una sucesión penosa de puertas cerradas, de preguntas sin respuesta, de molestias, Y el silencio a tu silencio, y el miedo a tu miedo. Y te quedaste, en el suelo, leyendo con ganas de llorar.
© 2008 Carmen María Camacho Adarve
0 comentarios