Profecia
Me lo dijeron las lenguas de doble filo, que te casaste hace un mes y me quedé tan tranquilo.
Nada de pegarme golpes, ni de empezar a maldiciones, ni apedrear con suspiros los vidrios de tus balcones.
Que te has casado, ¡buena suerte!, vive cien años tranquila y la hora de la muerte Dios no te lo tenga en cuenta, porque sin ser tu marido, ni tu novio, ni tu amante, soy quien más te ha querido y con eso ya tengo bastante.
Decía mi padre a mi madre: “¿Qué tiene el niño, Malena?” Anda como trastornado, ya no juega a la trompa, ni tira piedras al río, ni se destroza la ropa subiéndose a coger nidos.
¿No te parece a ti extraño que un chaval de doce años, tenga tan triste la cara? Mira que soy perro viejo y tú estás demasiado tranquila, ¿quieres que te dé un consejo?: “vigila, mujer, vigila”.
Y fueron dos centinelas los ojillos de mi madre y yo cuando salía de la escuela me fui a los olivares.
¿Y qué busca allí? Alguna niña, ¿tendrá la misma edad que él? José Miguel, no le riñas, que está empezando a querer.
Aquella noche en tu ventana y envolviéndonos la luna, yo te pregunté: ¿En qué piensas?,
y tú dijiste: en darte un beso.
Y a mí me entró una vergüenza, que me caló hasta los huesos.
Luego, en el campanario, cuando rompimos a hablar, dijo tu tía Rosario que la cigüeña es “sagrá” y el colorín en los montes y aquel torito valiente que bebe agua en el río.
Todo es “sagrao” ¿pues no lo hizo Dios? Con la pureza de un copo de nieve te comparé y te vestí de piropos de la cabeza a los pies, y a la vuelta te hice un ramo de pitiminí precioso y luego nos reflejamos en la agüitas del pozo.
Aquella noche en tu ventana y envolviéndonos la luna, tú dijiste: ¡calla, mi hermanito está en la cuna y le estoy cantando una nana! Quítate de la esquina, Juanillo, loco, que mi madre no quiere, ni yo tampoco.
Y mientras tú la cantabas, yo, inocente, pensé que la nana nos juntaba como marido y mujer.
¡Bah, pamplinas, figuraciones que se inventan los chavales!
Después la vida se impone;
tanto tienes, tanto vales; por lo demás,
todo se olvida,
verás como Dios te envía un hijo como una estrella
y a mi me servirá de alegría cantarle la nana aquella;
porque sin ser tu marido,
ni tu esposo, ni tu amante,
soy quien más te ha querido;
con eso tengo bastante.
4 comentarios
liz cortes -
gracias
carmen -
pero cuando os veo a vosotros a los que siempre escribo color gris se marcha y llena todo una hermosa alegoría
muchas gracias siempre
abrazos.
Maine -
Angel Fdez. -