VIDAS AJENAS
Estando esa mañana calurosa de Julio, en una pequeña ciudad, en el interior de la iglesia donde se celebra la ceremonia de la boda de mi hermana, sentado en un banco de madera, con los pies apoyados en el reclinatorio, cerca de la puerta de salida, de pronto, una «enorme» mancha negra bajo el talón de mi zapato derecho. No había terminado de pensar que ésa era la mancha negra mas rara y más grande que había visto en mi vida de un simple tacón de madera, ¡horror carcoma! cuando, abandone bruscamente el zapato, los animalillos se introdujeron, por el bajo, entre la pierna y el pantalón. Mi novia no paraba de darme codazos y pellizcos para que atendiera al cura, en ese momento hablaba sobre la creación –me pareció entender- la que nada entendía era Juana.
Yo estaba «petrificado». Jamás me ocurrió nada tan desagradable. En ese instante recordé cosa leídas en -revistas de naturaleza –, al recordar: que, no hay excepciones, a-todas las carcomas se lo come todo, aun las más pequeñas, poseen un liquidillo destructor, b-y la posibilidad de darme golpes era lejana en aquella situación, y que la carcoma hacen su trabajo con limpieza y rapidez. Con evidencia, esa era una carcoma descomunal tendría, abundante liquido, y con alto grado de destrozarme todo lo que llevaba puesto en pocos minutos. Aunque bueno en realidad, las más currantes son las más pequeñas. Pensé que lo más sensato era quedarse inmóvil, pues, al menor estremecimiento mío, la carcoma inyectaría una dosis de líquido en mi pantalón para empezar su festín.
De manera que permanecí tieso, andaba tieso, hasta en el restaurante, cinco o seis horas, con la razonable esperanza de que la carcoma terminaría por abandonar el sitio que había ocupado sobre mi tibia derecha: por lógica, no podría quedarse demasiado tiempo en un lugar donde jamás encontraría qué comer. Ante esta predicción optimista, sentí que, en efecto, los visitantes se ponían en marcha. Sobre la erizada piel de la pierna.
Saltaron de mi tibia derecha a mi zapato izquierdo, hizo su trabajo limpio, en unos segundos en vez de zapatos tenia dos manoletinas de torero
Esta es -fundamental- parte de la historia. Luego siguieron variantes poco significativas: el hecho básico era, en el temor de ser desnudado, estaba empecinado en quedarme estático todo el tiempo que fuere necesario ya se comió los dos tacones de mis zapatos, pese a las exhortaciones en sentido contrario mi novia, mi madre, y mi hermana en el restaurante. Llegaron, de este modo, a un punto muerto en que ningún progreso fue posible.
Yo estaba inmóvil, si bien en una postura no demasiado forzada, parecida a la del descanso en la instrucción militar; ellas lloraban.
Mi novia me dijo que había pensado un plan b.
-¿Qué plan?- musite- para evitar daños colaterales
Con un cuter cortare verticalmente, de abajo arriba, la pernera derecha del pantalón hasta descubrir a la carcoma grande. Una vez realizada esta operación, daré un golpe de papeles de periódico enrollado para, precipitarla al suelo y, entonces, darle muerte.
-No, no, -balbucee- en contenida desesperación—. La tela del pantalón va a temblar, y la carcoma terminara con todo mi traje, quedare desnudo en mitad del salón de restaurante y con manoletinas. –Los comensales- tras dar algunos puntos de vista sobre mi rigidez se olvidaron de mi, y apuraban sus platos y las botellas de vino, con una gran algarabía muy festiva dando grandes risotadas.
- No, no: ese plan no sirve para nada.
A la gente cabezota no la soporto y mi novia cada vez estaba mas empecinada casi fuera de si, con los ojos llorosos y desencajados, dispuesta a desarrollar su plan b.
-Entonces no sé qué diablos vamos a hacer –dijo Juana. Justamente este domingo que estamos celebrando la boda de tu hermana, ¡además tu me has metido en este lió! Estoy pasando un calvario de vergüenza…
-Felicidades -dije, y besé a mi hermana acababa de acercar.
-… ¿y no puede ser que los invitados vean a Serafín? ¿ así como si fuera una estatua –pregunto-mi hermana a mi novia y mi madre.
-Además, ¿qué va a decir mi marido y mi suegra?
- ¿Qué van a decir? -dije- repitiendo su pregunta.
-¡Tengo una idea! -exclamó mi madre-. Llamemos a Sebastián...
Me apresuro a dejar sentado que el plan de mi madre no me deslumbró y que, por lo tanto, no me cabe ninguna responsabilidad en su ejecución. Más aún: me opuse a él con energía. Sin embargo, fue aprobado calurosamente por las tres.
De manera que se presentó Sebastián y, de inmediato, pues era hombre de escasas palabras y de muchos hechos, puso manos a la obra. Rápidamente preparó argamasa y, ladrillo sobre ladrillo, erigió en torno a mi un cilindro alto y delgado que concluyo en una cúpula. La estrechez del habitáculo, lejos de ser una desventaja, me permitiría dormir de pie, sin temor a caídas que me hicieran perder la posición vertical. Sebastián revocó prolijamente la construcción, le aplicó cemento y la pintó de color verde césped, para que armonizara con el alfombrado y los sillones.
Sin embargo, Juana —disconforme con el efecto general que esa pequeña cúpula producía en el recibidor del restaurante -probó sobre el techo un jarrón con flores y, en seguida, una lámpara con arabescos. Dubitativa, dijo:
-Que por ahora quede esta porquería. Cuando lo llevemos a casa compro algo como la gente.
Para que no me sintiera tan solo, pensé en colarme en la fiesta cada vez estruendosa, pero la perspectiva de afrontar la música a que son aficionados en los bailes de boda me amedrentó. De cualquier modo, Sebastián había tenido la precaución de confeccionar una diminuta ventana rectangular frente a mis ojos para que pudiera divertirme contemplando ciertas irregularidades en la pintura de la pared.
Tras varias semanas sigo habitando en mi pequeña cúpula y con la novedad de que, en torno de ésta, ha estrechado ramas y hojas una espléndida enredadera de flor de pasion. Aparté un poco el exuberante follaje logré ver a través de la ventanita. Juana me informó que, por suerte para mi estaba adaptado a las nuevas circunstancias, la naturaleza me había eximido de necesidades físicas de toda índole.
Mi madre –me dijo- que fuera razonable; que, tras veintidós meses de encierro, sin duda la famosa carcoma habría muerto; que, en consecuencia, podríamos destruir la obra de Sebastián y... que…
Mi voz ya no se percibe: me limitó a negar desesperadamente con los ojos.
Pero, después de estos estallidos, prevalece el respeto por el prójimo, y nos hemos dado cuenta que no tenemos ningún derecho a entrometernos – en la vida de los demás. Ajenas y a despojarme de una ventaja que yo mucho valoro.
©Carmen María Camacho Adarve.
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