EL DOMADOR
EL DOMADOR
El dos de agosto de mil novecientos setenta y siete, caminado por el paseo, sobre las cinco de la tarde. Me encontré, con Moisés. Muy excitado y corriendo vino hacia mi.
-¡Hola Manuela! en ti estaba yo pensado ¿seria casualidad?
-¡Buenas tardes Moisés!... ¿...y eso? –le pregunte-
-Pues por que hace días que no te veo, Manuela, y quisiera enseñarte lo que va a ser, la que será mi nueva profesión, sabes estoy cansado de trabajar de dilley en la discoteca “Europa”; solo me piden coplas y pasodobles ¡no saben nada de buena música! –Me dijo- ¿me acompañas a mi casa y te enseño las fieras y como las domo? Es muy importante para mí tu opinión.
-Bueno, -dije- acuciada por el miedo sabio quien era Moisés, “me va a encantar verte de domador”.
-De momento solo son pruebas…Sabes Manuela ¡y no te preocupes que no corres peligro alguno! –Concluyo- venga vamos Manuela a mi casa que te voy a hacer una demostración excelsa y memorable.
Subimos por el paseo, hasta llegar a una calle estrecha. Caminamos unos pasos más y Moisés y yo nos encontramos frente al portón de una casa grande de campo. Metió la llave en la cerradura y silbando la abrió entramos a un patio cuadrado, con columnas sujetas por pilastras y artesonado, una fuente de agua, el centro lleno de macetas de pilistras de hojas verdes. En un lateral del patio había una escalera de madera, todas las habitaciones de la casa estaban separadas por la escalera. Pasamos por una salita, donde los padres de Moisés, dormitaban en sillones de mimbre. Moisés, dio unos golpecitos en la puerta abierta de la salita. Los padres abrieron los ojos y Moisés les dijo “padre, madre que voy a subir a la cámara con Manuela. “Muy bien hijo subid” estas muy guapa Manuela, “¿Queréis merendar”? –Dijo- la madre… bueno –respondimos- y minutos mas tarde apareció Doña Águeda llevando en las manos: dos bollos de aceite con una onza de chocolate cada uno”, “tomad la merienda” –concluyo- la madre –gracias –dijimos- y continuamos subiendo tres tramos mas de escalera, mientras merendábamos Moisés iba delante de mi llegamos a la cámara, que es en las casas de campo una habitación grande debajo del tejado, se utiliza como desahogó de la casa para guardad; trastos viejos y aperos de labranza en desuso. Cuando entramos en la enorme cámara, Moisés, descolgó de un clavo de una pared un látigo.
-¿Dónde están las fieras Moisés? –Pregunte- con pavor dándole un mordisco al bollo de aceite.
-Mira Manuela, ¿vez la pared del fondo? Pues en aquel saco grande las tengo, ya están preparadas para la doma…
-¡Ángela María! -dije- con un hilillo de voz y sin perder de vista la puerta de salida ¿seguro que no son peligrosas? con tantos días sin comer y dentro de un saco… y nosotros con el bollo y el chocolate ¡horror de horrores!
-Que va, no ves que llevo el látigo no corremos ningún peligro. Vamos que voy a empezar la doma.
Totalmente paralizada por el miedo seguí a Moisés hasta el saco que se movía, el iba dando latigazos a tontas y a locas, cuando llegamos junto al saco, -me dijo- ¡agachate!
Y disfruta del espectáculo ¡mira al saco! que voy a desatarlo. Abducida por Moisés hice lo que me ordeno.
Siete gatos; hambrientos, enfurecidos, saltaban dando grades maullidos en todas direcciones, Moisés, daba latigazos a diestro y siniestro, tres gatos saltaron justo sobre mi cabeza, devorando el resto del bollo, otros en mi espalda y pecho, me resbale y quise sujetarme me clavaron las uñas en la cara, otro me clavaba las uñas recorriendo toda la espalda bufaron, se largaron al suelo después de dejarme hecha un eceómo y escaparon por los respiraderos de la cámara, otros corrieron por escaleras como si tuviera cohetes en la cola. Moisés intentaba deshacerse de varios gatos que devoraban los restos de su merienda bufaba y resollaba, con la cara llena de sangre como un pescuezo acosado por los tábanos... Acuse a Moisés, que podía haberse contentado con dar latigazos por la cámara y domarlos cuando estuviese en soledad. Y así evitarnos “los arañones” que nos iban a durar más de un mes, Moisés me acusó de haberle tirado con unos gatos, a traición, cuando el tranquilamente andaba domándolos con su látigo, con la intención alevosa de que le desfigurasen la cara. A mí me chorreaba la sangre por la cara y tenia la camiseta echa jirones, por donde saltaban gotas de sangre. Le grite ¡“tu no eres domador de gatos”!, “¡eres un vaina”! “¡Y un loco!”. Me has engañado metiéndome en una trampa. Y además -le dije- que si el gato te saltó encima, Moisés, fue porque me había pegado un susto de muerte y me quite como pude dos gatos de la cara, ellos saltaron sobre ti. Sin que yo te los tirase. Mira, Moisés yo no tenía por qué ni para qué andar a aquella hora ni a ninguna otra, por tu casa, tu me invitaste por puras ganas armarla. Casi me matan esas fieras, como me la has armado; Moisés eres un mal muchacho, te has aprovechado de nuestra amistad, te has valido de que yo estuviera por el paseo sola y desarmada. Únicamente para vengarte porque es público y notorio que me la tenías jurada... (Vete a saber por que) pero por la pinta tenías unas ganas locas de volverte gato. Mire a Moisés tenía la cara toda” rajuñada” y estilando sangre, mi cara como un eceómo, la camiseta hecha tiras, dejando ver mi espalda “rascuñada”.
Sarna con gusto no pica, dicen... –me dijo- “! Que eres domador de gatos” ¡“¡Vete al carajo!” “¡tonto el haba!”. Baje las escaleras, maltrecha, dolorida, engañada, con furia y odio. Por el paseo me encontré con mi padre que andaba buscándome y al verme… termino de descomponerme. Todo por culpa de un domador de gatos.
©.Carmen María Camacho Adarve
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