Una boda en el cielo
Era se una vez picorrojo una cigüeña bonachona y desgarbada que tenía su nido en lo más alto de la copa de un chaparro. Más abajo, entre las raíces del mismo tenía su madriguera una zorra que era muy mal encarada y que todos conocían como Malaúva. En el tronco del árbol había una oquedad, a donde tenía su nido un anciano búho.
Aunque la cigüeña y la zorra se trataban de comadres, no se llevaban nada bien porque la zorra le hacía muchas cosas desagradables a la cigüeña: le decía que se iba a comer a sus cigüeñitas, le hacía burla, en fin, le jugaba malas pasadas. Un día la invitó a migas:
-Comadre, que he hecho unas migas y quiero que usted las coma conmigo.
Pero sirvió las migas en una losa muy amplia y muy llanita que había cerca de su madriguera y la cigüeña no picaba nada; en cambio, Malaúva, lengüetazo va, lengüetazo viene, se la zampó toda, y encima tuvo la cara dura de decir:
-Eh, comadre, valiente pechaílla se ha dado usted de comer, ahora se va tirar unos días sin apetito.
La pobre cigüeña aguantó esa broma tan burlona y pesada y se subió a su nido con la misma hambre con que había bajado, y encima había servido de risa a la zorra.
El búho no perdía de vista estos detalles y, como era amigo de la cigüeña, siempre estaba pendiente de hacer una mala pasada a la zorra para darle un escarmiento. Bueno, pues a raíz de las migas, el búho subió al nido de la cigüeña y le hablo muy quedamente, muy calladito, para que no se enterara Malaúva, y la cigüeña se dispuso a poner en práctica lo que le había propuesto el búho.
Se fue al cañaveral, cortó una caña, la más gorda que encontró para que cupiera muy bien su pico, hizo unas migas y desde el borde del nido le dijo a la zorra:
-Eh, comadre, que he hecho hoy unas migas y quiero que usted las pruebe. Como usted no puede subir, yo voy a bajar y las comemos las dos.
La cigüeña, colocó su caña llena de migas entre dos piedras para que se mantuviera en pie, y a comer se ha dicho o, como se decía antes, “Jesús, María y José, vamos a comer”.
Cuando la cigüeña metía el pico cogía una buena porción de migas; en cambio, como el hocico de Malaúva no cabía, no cogía nada. Y viendo Malaúva que ella no iba a comer, cogió la caña con la boca, la hizo trizas y se comió las migas. La pobre cigüeña se sintió burlada y, además, habiendo comido poco. El búho se tiró toda la tarde pensando a ver qué podía urdir para dar un escarmiento a la zorra y, por la mañana, subió al nido de Picorrojo. Y, aunque Picorrojo no quería, la convenció. Y Picorrojo llamó a su comadre con mucha alegría:
-Comadre, que me han invitado a una boda en el cielo, lo que siento es que usted no va a poder venir.
Y mire usted: hay pavo relleno, gallina en pepitoria, pollitos dorados, el queso que quiera, gorrinitos al horno...
Aquello va a ser un desastre de comida. Aunque... desde luego, si usted no viene es porque no quiere: usted se sube a mis espaldas, se agarra bien a las plumas del cuello y en ayunas que está la puedo llevar.
La zorra dijo que sí, pensando en el hartón de comida.
-Pues vamos a subir, porque la boda es lejos.
Se subió la zorra y la cigüeña echó a volar.
-Oiga, usted debe tener pulgas, pues me pica la espalda. Agárrese, que me voy a sacudir.
Y tal fue la sacudida que la zorra quedó en caída libre en el aire. Picorrojo mientras caía le cantaba:
“zorrica zorrrera
Harta de migas
Y muy caballera
harta de migasY muy caballera
Zorrica zorrera”
No veas la pobrecita el pánico que sentía de ver cómo la tierra subía hacia arriba y sin remedio se espachurraba. Tuvo la suerte de caer en un arbusto con la copa muy apretada y muy espesa y muchos brotes tiernos, y eso le salvó la vida. Pero eso no la salvó de las contusiones, de las heridas y del pánico.
La cigüeña dio un rodeo para entrar en su nido para no encontrarse con Malaúva, pero el búho la estaba esperando y, en cuanto vio venir a la zorra, le preguntó:
-¡Qué! ¿Cómo ha ido la boda?
Y la zorra, imaginando que el búho sabía algo, dijo:
-Bien, pero mire usted: Si de esta escapo y no muero, no iré a más bodas en el cielo.
-y el búho le canto:
“zorrica zorrera
Harta de migas
Y muy caballera”
Y con esto termina el cuento, con pan y pimiento y rabanillos tuertos, para que no se olvide.
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