LAS HORAS

Y mañana ni hastió ni tristeza nos traerán las horas. He decido tomar medidas contra el tiempo que marca el ritmo del ballet. Ya que estoy rompiendo un pacto… ¿lo recuerdas?
©Carmen María Camacho Adarve
Y mañana ni hastió ni tristeza nos traerán las horas. He decido tomar medidas contra el tiempo que marca el ritmo del ballet. Ya que estoy rompiendo un pacto… ¿lo recuerdas?
©Carmen María Camacho Adarve
El circo llegaba al pueblo como todos los años, con sus animales famélicos y unos payasos cargados de tristeza. Un domador demasiado gordo. Una trapecista vieja. La mujer barbuda. A mí, como cuando era un niño, me asomaba una pena antigua. Quería correr, esconderme en un rincón del patio. Contando el tiempo que tardaría en recorrer la calle ancha, hasta la plaza, aquella patética comparsa.
©Carmen María Camacho Adarve
Paseo cuando solo quedan algunas casas con las ventanas encendidas, imagino las historias que albergaran de soledad y derrota, a esa hora de la madrugada donde todo permanece en un silencio trágico. A veces roto por los motores de los autos o el camión de la basura.
Me detengo ante la fachada de una casa ruinosa me acerco hasta un ventanal que da a una galería. Una anciana, desaliñada se mueve por las habitaciones en desorden. Todo patas arriba, los cajones. Los armarios, como después de haber pasado los ladrones. Vagabundeaba por las habitaciones con la mirada perdida, llegaba hasta la cocina y vuelta a empezar…
Creo que si: mi vida en este momento es como la de la mujer mayor y no me encuentro.
Todo empezó en la galería central de un viejo palacio, donde había un fresco que representaba a una dulce muchacha francesa de fines del siglo XIX. Los dueños creían, que la muchacha se hallaba enferma de amor y de tristeza, y que, si no le conseguían novio, moriría a corto plazo. Me asignaron sueldo y me convertí en novio de la muchacha. Empecé a visitarla. Los dueños, nos dejan solos, aunque sospecho nos vigilan en secreto. La muchacha me recibe en la melancólica sala, yo me sentaba en un gastado sofá de terciopelo rojo, -puesto allí para darle compañía- le llevaba rosas blancas, bombones o libros, le escribo, poemas, sonetos o epístolas, ella me echa suaves miradas, yo la llamo amor mío, la beso a hurtadillas, a veces voy más allá de lo que permiten el decoro y la inocencia de una muchacha de fines del siglo XIX. También Leonor me ama, baja los ojos tenuemente y, suspira. ¿Cuándo nos casaremos amor mío? –Pronto- le respondo. Es muy poco lo que gano.
© Carmen María Camacho Adarve
Cada segundo aparecía el mercader del tiempo.
©Carmen María Camacho Adarve
Poesía es el arte más elevado de amar a las personas a la naturaleza en todas las formas y condiciones ilimitadas.
©Carmen María Camacho
Rosas azules en tus pies antes descalzos.
©Carmen María Camacho