SUSPENSO
En el aula, de la facultad de químicos, mientras tomábamos notas, de interminables formulas. Apostó el cretino de Juan cincuenta euros, Conmigo –si tienes narices dijo- me quite la camiseta ¡pero que tontería te va a salir cara la apuesta –le dije con cierto aire socarrón- Juan enmudeció.
Eres tonto Juan ¡por cincuenta euros! Me pongo en pelotas. Y cuando estaba con mi torso al descubierto se volvió, Don Andrés, del encerado para comentar algo. Señor Damas –dijo- ¿se ha dado cuenta que no lleva la camiseta puesta?
-Si respondí Don Andrés, me la he quitado yo.
- ¿Y, por que?
- Tengo mucho calor.
-Pues salga usted a la calle.
- Afuera hace mucho calor.
-¡levántese de la silla! -me ordenó-
-No me apetece.
-Bien, bien, -ya un poco crispado- salga al encerado y desarrolle la ultima formula que he dado.
-Me puse la camiseta, pedí los cincuenta euros a Juan, en el encerado escribí la formula del agua.
-vale vuelva a su asiento – reconozco su nivel- Mañana ya me lo demostrara en el examen.
Dos días después, entro al aula Don Andrés, con las notas del examen, fue recitándolas en voz alta… cuando llego a mí casi arrastrando las palabras -dijo- usted Señor Damas, tiene la nota mas alta nueve, como comprenderá esta usted suspenso, no me creo el examen a debido copiar.
-No es justo –dije-no he copiado.
Pues sepa usted, que desde ahora no pienso aprobarle ningún examen, por mucho que copie esta ya todo el curso suspenso.
Los exámenes que vinieron después, traían todos sobresalientes, pero… Señor Damas esta suspenso por copiar. Jamás copie Don Andrés.
Es verdad, que desarrollo las formulas por pura intuición, se que poniendo unos valores, sale la formula que sea, no se como pero lo hago.
El claustro de profesores estaba interesado en el resultado final de mis trabajos. Y seguían de cerca de Don Andrés, formando grandes peloteras el los claustros por lo injusto de su proceder conmigo el decía –aja- siempre copia mi asignatura nunca la va a aprobar. En el último le propusieron que me llevara al sitio más lejano e inhóspito de la facultad, sin previo aviso, donde hubiese un aula cerrada, sin ventanas, solo unas sillas y un encerado.
Don Andrés, cada poco tiempo me hacia preguntas -yo le respondían- y eran correctas mis respuestas –suspenso- me daba trabajos para casa formularios casi imposibles se los llevaba resueltos con regularidad el me devolvían con nuevas cuestiones que yo a mi vez integraba en mi investigación. ¡Esta usted suspenso! –aullaba-
Eso no es problema para mí: yo no he copiado.
Mi único problema estaba muy relacionado con el tiempo, precisamente, el tiempo que duraría la presión psicológica de mi profesor si entendemos que el tiempo es como una formula que debe ir a parar a algún sitio. Eso tampoco es problema para mí: soy un científico bien orientado en el tiempo.
La perplejidad —que no me molestaba- de Don Andrés ya solo es una sombría costumbre, el hábito de asombrarse, y no un vicio— me empezó a inquietar cuando me di cuenta de que a cada nuevo descubrimiento mío el respondía con una nueva pregunta -¡suspenso¡. Cada vez que yo, honradamente, daba por terminado mi examen, el reiniciaban con nuevos objetivos, nuevas formulas, a veces absurdas o infantiles, como si quisieran prolongar indefinidamente aquella situación, y sólo por gusto, porque sí —lo confieso— me fui percatando de que el objeto de las formulas era yo: mis reacciones, mis entusiasmos, mis decepciones.
Hasta que una buena mañana, me llevo a todo lo alto de la Universidad, pasamos, por pasillos desconocidos y un ascensor tras otro. Llegamos a una sinistra aula sin ventilación, solo unas sillas y un encerado –aquí señor Damas no puede copiar- Yo no copio profesor –respondí- cállese -dijo- pegando su rostro desencajado al mío, nunca, nunca, vuelva a decir esa palabra Señor Damas.
Cada vez que yo le resolvía formulas cada vez mas surrealistas, el anotaba sus observaciones sobre mis estados de ánimo. Es posible que el mismos me haya facilitado las formulas que llegué a hacer, sólo con el fin de estudiar su frágil psicología. –aja- para mi esta suspenso
Tuvo que renunciar a su plaza, ante que aprobarme.
¿Qué debo hacer ahora? ¿Denunciarlo?
Lo estuve dudando. Por una parte me vencía la indignación. Por otra parte el juego psicológico era divertido, y no me faltaba prestigio.
Ahora ya sé lo que voy a hacer. Seguiré observando. Seguiré anotando (soy un científico que no sabe ser otra cosa).
A partir de ahora, mi campo de estudio es infinito: además de mis viejos objetos de investigación me incluye a mí, incluye a los que me estudian a mí, e incluirá algún día. Un punto central desde el que todos los observadores son observados por alguien que a su vez es observado...
Cuentos del marqués de Posadas Ricas
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