Lían y la belleza de las rosas
Aquella madrugada de verano, tal vez las cosas, hubiesen variado las cosas. Lían subió a prisa las escaleras antes de ir al trabajo tenía que resolver un asunto con Fran algo así como una justificación al porque ella lo abandonaba. Durante la noche se le ocurrieron, justificaciones, respuestas…ahora estaba hueca pero era el momento de afrontar. Abrió con cautela la puerta del piso, cuarto derecha, donde hasta un tiempo atrás, Fran y ella vivieron unos años de felicidad, se arreglo el vestido, alboroto su melena larga, dejo los tacones a la entrada para no molestar a los vecinos. Entro serena, hermosa, bella, Fran la esperaba sentado en el sofá del pequeño cuarto de estar, tomando un trago.
-¿Lían…eres tu? –Pregunto- arrastrando las palabras.
-Si, -dijo ella- ya sabes que tengo prisa no quiero llegar tarde al trabajo.
-Tranquila, mi rosa bella, siéntate sobre mis rodillas, que te voy a dar una azotaína por mala.
-Mira Fran esas tonterías tuyas siempre me molestaron. Lo que vengo a decirte es que ya no hay más oportunidades, se termino, no estoy enamorada de ti.
-De acuerdo, la vida cambia y a ti te va a cambiar mucho sin mí.
-Cansada, harta de tus trapicheos de droga en nuestro piso. La gente con el mono, los gritos, a cualquier hora del día o de la noche.
-Bueno, lo voy a dejar por ti muñeca, en el dormitorio esta el “conejo” recogiendo lo que queda, poca cosa.
-Me dijiste que estaríamos solos. Fran sigues mintiéndome, ese tipo me repugna.
-¡Va! solo es un pobre enfermo que trabaja para mi. Fran se acercó a ella intento besarla, Lían retiro la cara, la abrazo, -ella grito-
-No, mi bella rosa no grites, abrió su boca la boca introduciéndole algodones hasta la garganta. Y le mordió el cuello, ella se movía asustada.
-No tengas miedo, muñeca, nunca te haría daño. Mientras la empujaba contra el sofá. No se sabe quien disparo contra Lían mas de cuatro tiros. Ella quedo inerte en medio de un gran charco de sangre.
- Tu, conejo te vas a encargar de limpiar el cadáver y llevarte la pistola y sus ropas.
-¿Yo, por que?, eres mi camello, necesitas tu dosis de coca, si no lo haces te la quitare.
-Eso no, Fran, bueno actuaremos con rapidez.
-Te repito que actuaras tu solo, me largo.
Fran, entro al baño, se vistió de limpio y bajo tranquilamente las escaleras. No había, nadie, ni gente, ni coches de policía, no tardarán en llegar pensó y se cubrió el rostro con un pañuelo y en su cabeza puso en sombrero grande de paja, para que las cámaras de la calle no lo reconocieran nunca.
Solo eran las seis y media, pero es mejor salir de aquí. Ese idota sabrá como torear a los polis. Ya se escuchaban sirenas, cuando doblo a la derecha y desaprecio.
De lo que hizo “el conejo”y Fran se sabe poco, se sabe poco, los periódicos que fue espeluznante lo que se hizo con el cuerpo de Lían.
Estaba terminando de intentando limpiar todo, hoy pasos de botas escalera arriba, derribaron la puerta, ¡alto policía! “el conejo se metió bajo de la cama sin soltar la bolsa y algo de dinero que había robado del bolso de Lían, pero lo descubrieron, el abrió la ventana intentando escapar, quiso saltar por los aparatos de aire, y los cables, se le escurrieron las chanclas y callo verticalmente y pegado a la pared. Estampándose contra el suelo, y muriendo en el acto. Aun sujetaba con fuerza la bolsa.
El comisario dijo –muchachos- caso cerrado, este asesino psicópata no volverá a matar, se ha hecho justicia.
Llamaron a las dos familias, la de Lían gritaba de dolo, la madre, se desgarraba para siempre. La familia del “conejo” reconoció el cadáver, si es nuestro hijo.
En posteriores declaraciones, al comisario la madre del “conejo” –sentenció- y declaro ante el comisario y un policía.
Mi hijo esta muerto, ya lo mismo nos da, sabemos que nadie velara su cuerpo. Pero sepan ustedes que el asesino anda suelto.
©Carmen María Camacho Adarve
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