Maika Cano Expósito de Jaén Su manera de vivir fue una lección de prudencia
Hasta siempre
Domingo, 02 de Enero de 2011 11:50 LA SEMANA - HASTA SIEMPRE
Maika Cano Expósito de Jaén
Su manera de vivir fue una lección de prudencia
El pasado día 22 de diciembre, Maika expiró con el cuerpo vencido de cargar con la cruz de su cáncer, ese que le empezó tras la mirada desde Dios sabe cuándo y que acabó cerrándosela, rozando 2011, a los 33 años de edad. Nunca estuvo sola, pero aquel madero se lo labró el destino a su medida y nadie, por más que se intentó, pudo aliviarle el hombro de un peso que, en los últimos días, arrastraba sin fuerzas por lugares de espera y por consultas, por su calle y su casa. No supo que se iba, o no tan pronto al menos, mientras el rostro se le ensombrecía de cal y de cansancio, mientras sus párpados caían por dos cuevas negrísimas camino de la noche y su nariz, genética y exacta, se afilaba hacia el gesto de la muerte.
Le preocupaba que su madre, el más hondo de todos sus amores, supiese la verdad que ella misma ignoraba; por eso le restó siempre importancia a su mal, hablando de pequeñas manchas en el hígado cuando la metástasis era, desde el principio, una multitud de tumores a la que ni las sesiones de quimioterapia, ni las resecciones ni la quimioembolización pudieron poner freno. Cansada de hospitales y jeringas, le preferí en su nombre “su sofá”, y allí, poco a poco y en paz, rodeada de amigas y familia, plena de besos su mejilla pálida, descansó de una vida que no le hizo justicia, que le quitó a su padre y le negó las mieles de la plenitud en tanto ella, generosa y dulcísima, entregaba, sin esperar respuesta, su maravillosa alegría, su inacabable apoyo y, con una madurez impropia de sus pocos años, enfilaba el misterio doloroso de su pasión.
Se lee en el “Libro de la Sabiduría” que el justo, aunque muera de forma prematura, está en reposo, que es arrebatado para que la maldad no altere su inteligencia. Maika era justa, buena y sabia, cómplice de la luz y acérrima enemiga de la ruindad. Tanto, que hasta la muerte tuvo el detalle de molestarla poco, de envolverla en sus sombras con suavidad de venda limpia y devolverle la belleza perdida en los espejos para que sus labios exhalaran una sonrisa de serenidad con la que, lejos ya, nos hablaba sin tristeza y nos acompañaba en un dolor que ella jamás alentaría.
Si su manera de vivir fue una lección de prudencia y optimismo, su modo de irse, de afrontar su destino, ha sido una lección inolvidable que, a muchos, nos ha quitado el miedo. Tanto quería seguir que aceptó hacerlo aun más allá de estas fronteras entre las que, eternos aprendices, no hacemos sino desaprovechar los pocos instantes que se nos brindan para gozar de los otros, náufragos permanentes de nuestra tontería.
En la cruz de procesión de Nuestro Padre Jesús, Almendros Aguilar escribió unos estremecedores versos: “Todas las cruces son flores / si las sabemos llevar…”. Sobre el cuerpo de Maika, que al final era un lirio nazareno, cayó la carga inmerecida del sufrimiento; para sus pies, la cofradía envió un ramo que hoy, todavía fresco, preside su salón con el aroma mismo de los claveles de la Madrugada; el sudor de su fatiga se transformó en colonia adolescente que ahora, como esas flores del poema, buscamos en el último pijama los peregrinos de esta soledad. Donde estés, Maika, como escribió Luis Rosales: “Que no te falte yo como me faltas…”.
De tu hermano Javier Cano.
Rafael Contreras de la Paz de Linares
Recordamos al hombre, al amigo, al linarense
Dijo San Gregorio Nacianceno en su Epigrammata que “el olvido y el silencio son los privilegios de los muertos”, mas el amigo Rafael Contreras de la Paz no debe ser un privilegiado con ambos agravantes, pues su obra no puede ser olvidada, cuando aún permanece viva y latente en cada una de las salas del Museo Arqueológico de Cástulo, para el que con tanto amor y preocupación fue sentando las bases de su creación y en el que todo el mundo entiende el elogioso discurso que nos transmiten las piezas allí guardadas, una hermosa prédica que de ellas brota ilustrando al visitante del pasado grandioso de esta ciudad de la Oretania, de Cástulo, ciudad matriz de Linares, para la que Contreras de la Paz dedicó ilusionado los mejores años de su vida.
No puede haber olvido y silencio para quien, precisamente, trabajando desde su más íntimo silencio, consiguió que, en el año 1957, se inaugurara aquel museo monográfico de Cástulo. No pueden ignorarse los esfuerzos para conseguir y consolidar la publicación de la revista “Oretania”, ni tampoco que, llegado el año 1962 y gracias a sus gestiones, se lograra que aquel noble edificio, que fue mansión de los Ávalos y en el que se ubicó el museo, fuera declarado Monumento Histórico Nacional, al igual que, gracias a su iniciativa, obtuviera la misma calificación la iglesia parroquial de Santa María la Mayor, también llamada de la Asunción, o su interés para que el edificio de los Orozco fuera declarado Bien de Interés Cultural.
No hemos olvidado su carrera judicial, en la que, por oposición, llegó a ser fiscal. Ni su perfil de historiador acreditado por más de un centenar de colaboraciones sobre historia, epigrafía, arqueología, viajes, las biografías “Claudio Marcelo, fundador de Córdoba” o “Séneca preceptor de Nerón” o sus últimas publicaciones, “Historia biográfica de la antigua Cástulo” y la titulada “Sobre el amor”.
Ni tampoco queremos olvidar algo de lo que él apenas hacía ostentación, como el hecho de ser académico de número de la Real Academia de Córdoba; consejero del Instituto de Estudios Giennenses, colaborador del Patronato “José María Cuadrado” y del Instituto Español de Arqueología “Rodrigo Caro”, correspondiente a la Real Academia de la Historia. Estaba en posesión de la Cruz de Alfonso X el Sabio, de la Medalla de Plata al Mérito a las Bellas Artes, la Cruz de Honor, con placa y collar, de la Orden de San Raimundo de Peñafort, o ser Premio Anual de Cultura del Ayuntamiento de Linares en el año 2000. Y el haber donado los terrenos en los que se construyó la iglesia de San Agustín y el colegio de los Salesianos.
Y pues que el olvido es hermano de la ingratitud, aborrecemos pensar que tan desdeñable familia pueda estar afincada en una tierra como la de este Linares, que es tierra de promesa, pero, sobre todo, lo es de nobleza. Él se marchó aquel 31 de diciembre, justo cuando el siglo terminaba y, ahora, cuando se cumplen los diez años desde que traspasó el umbral de un más allá cuajado de luz, dedicamos estas breves líneas no tanto para dar público testimonio de su obra, como para mostrarle nuestro agradecimiento, a la vez que recordamos al hombre, al amigo, al linarense.
Por Félix López Gallego.
Felipe Passolas Colmenero de Jaén
Tu fe te ha salvado y ya estarás al lado de ese Dios que tanto querías
Querido Felipe: El lunes pasado (te escribo estas líneas el martes mientras te están dando sepultura) me llamó tu hermano Fernando alrededor de las diez y media de la mañana y me dijo: “José Jaime, soy tu primo Fernando”. Su voz no era la que siempre oía cuando me llamaban a esta Sevilla donde vivo para felicitarme las navidades. Era una voz apagada, quebrada, llena de emociones contenidas y amarga, como si no quisiera decirme para qué me había llamado. En un instante me di cuenta de todo, que tú, Felipe, habías muerto. Los dos rompimos a llorar como dos chiquillos a los que los Reyes Magos le hubieran puesto en vez de juguetes, carbón. Algunos necios, que de todo hay en la viña del Señor, con el que tú estás ahora, dicen, con énfasis, que llorar no es de hombres, sino un manifiesto signo de debilidad. Yo opino todo lo contrario. Llorar es señal de emoción, de alegría, de amor, de tristeza y de buenos sentimientos. El llorar libera y descansa al corazón de lo que lleva un hombre en su interior. Y eso nos pasó a Fernando y a mí. Y yo me siento orgulloso.
Tu vida transcurrió junto a tu querida Sabina, la mujer a la que siempre amaste y te amó. Pero, un día, algo tremendo cambió tu vida. Ella murió y te dejó huérfano, solo, roto y destrozado, pero, eso sí, con muchas personas que te querían, como tus hermanos y, sin exagerar, todos los que te tratamos. Porque tú, Felipe, fuiste un gran médico y, si no, que pregunten en Jaén quién era el doctor Passolas y junto a esto, algo mucho mejor, una persona humana, desinteresada, siempre pensando en los demás y dispuesto a hacer el bien a todo el que te necesitaba.
Pero todos tenemos que morir cuando nos llega la hora, aunque, desgraciadamente, no todos dejaremos la huella ni la buena memoria que tú dejarás en los que te conocieron mientras ejercías tu otro gran amor, la medicina, con la que curabas y consolabas al enfermo.
En fin, Felipe, ya no puedo seguir escribiéndote porque las lágrimas empañan mis ojos por no haber podido decirte adiós en nuestro querido Jaén, ya que mi enfisema pulmonar, que tú tanto conocías, se ha rebelado contra mí y me ha impedido estar contigo y con tus hermanos. La asfixia y la fiebre me lo impidieron. Pero, algo me consuela, que tu fe te ha salvado y ya estarás al lado de ese Dios que tanto querías, bajo la advocación de El Abuelo, además, cogido de la mano de Sabina paseando por esas inmensas y luminosas llanuras que debe ser el cielo.
No te digo adiós, sino sólo un hasta luego, o, lo que es lo mismo, hasta que Dios quiera, si es que yo también voy a donde tu estás ahora.
Por tu primo, José Jaime Passolas Jáuregui.
César Carazo Font de Torredonjimeno
Un buen hombre
El pasado día 23 de agosto, cuando los abogados aún estábamos disfrutando de nuestras merecidas vacaciones estivales, recibí la triste noticia del fallecimiento de César, un gran hombre y un gran abogado, que, durante mas de cincuenta años, se dedicó al asesoramiento, concordia y defensa de los intereses ajenos. Gran parte de su etapa como profesional estuvo junto a mi padre, al que me consta que admiraba y recordaba con verdadero cariño. Era un hombre bueno, en todos lo sentidos de la palabra, y un trabajador infatigable, que ejerció el Derecho de forma práctica, sencilla y atinada por todos los puntos del territorio nacional.
Son muchas las vivencias que he tenido con César, con el hombre César, como a él le gustaba llamarse. Él me vio crecer, cuando vivía y trabajaba en la calle Arquitecto Berges, antes de establecerse en su despacho del Paseo de la Estación. Siempre que podía, y con el gracejo que le caracterizaba, me comentaba mis travesuras de niño. Recuerdo las tertulias en el desaparecido Ideal II, a las que me incorporé cuando terminé mi carrera, y en las que él intervenía, junto a otros amigos y compañeros, y de las que tanto aprendí. Mi paso por su despacho, al que me mandó mi padre para que me enseñara Derecho Penal. Y, finalmente, nuestra estrecha relación en la propia junta de gobierno del Colegio, en la que colaboramos con los decanos Ortega Anguita y Calabrús Lara y, más recientemente en mi decanato, en el que, durante varios años, desempeñó el cargo de diputado segundo y miembro del Consejo de Redacción de la “Revista Jurídica de Andalucía”. En esta larga trayectoria, tanto personal, como profesional, siempre vi en César, una persona cariñosa, cabal, amante de su familia, de su pueblo, de sus amigos, de sus compañeros, de su profesión y de su colegio profesional, al que sirvió desinteresadamente durante veinte años de su vida, aportando siempre su buen criterio, su destreza, su experiencia, su talento, su ponderación y su rectitud, siempre en beneficio del compañero y de la propia institución, lo que le fue recompensado acertadamente con la concesión de la Cruz de la Orden de San Raimundo de Peñafort, la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo y la Medalla al Mérito en el Servicio de la Abogacía. César se nos ha ido, con sencillez, sin hacer ruido, pero nos ha dejado una profunda huella imborrable, que debe de ser la guía del camino que todos los abogados debemos de seguir bajo su presencia espiritual. Nuestro más sincero homenaje a este gran jurista, gran amigo y magnífico compañero. Descanse en paz.
Por Francisco Javier Carazo
Rodrigo Mesa Guerrero de Jaén
“Le pedimos a Dios que te tenga a su lado”
Te marchaste cuando Él te llamó, pero fuiste fuerte hasta el último minuto. Todos esperábamos que no sufrieras tanto como todos nosotros, que veíamos, poco a poco, cómo te ibas apagando, pero ahí estaba toda tu familia, como tú, tú padre y tu abuelo. Estaban hechos una piña, como nos enseñaste, para lo bueno y para lo malo.
Se fue un gran padre, un magnífico marido y un buen hermano y cuñado, respectivamente, y, cómo no, un amigo de sus amigos. Le diste de comer a quien no tenía, de beber al sediento, aposento al sin techo y, siempre, de forma desinteresada. Ya sabíamos lo que te quería la gente, como así quedó demostrado en el día de tu funeral por parte de tus clientes del bar Solera, tus vecinos del barrio de La Glorieta, del Tomillo y de San Felipe. Faltaba calle, iglesia y tanatorio.Este hecho motiva que tu esposa, hijos, nietos, cuñados y demás familia estemos orgullosos de ti.
Le pedimos a Dios nuestro Señor y al Santo Custodio, del cual eras ferviente devoto, que te tenga siempre, como bien te mereces, a su lado.
Tu esposa, hijos y demás familia, ya están llevando a cabo lo que nos demandabas: llevar la empresa familiar con la misma simpatía, agrado y atención para que no le falte nada a nuestros queridos clientes.
Por Alfonso Cárdenas Serrano.
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