CANCIÓN DE NAVIDAD POR CHARLES DICKENS
Para empezar, Marley estaba muerto. No había ninguna duda sobre ello. El
certificado de su entierro fue firmado por el clérigo, por el escribano, por el
empresario de pompas fúnebres y por el que preside el duelo. Scrooge lo firmó
también, y cualquier cosa que en la bolsa tuviese su nombre debajo, era buena.
Marley había muerto. Esto debe quedar claro, porque de lo contrario no puede
resultar nada extraordinario de la historia que voy a contar.
Scrooge nunca borró el nombre del viejo Marley. La firma era conocida como
"Scrooge y Marley", unas veces le llamaban Scrooge y otras Marley, pero él
contestaba a ambos nombres. Le daba igual.
Era tacaño el viejo Scrooge, duro y cortante como un pedernal; gruñón, reservado
y solitario como una ostra. El frío que llevaba dentro helaba sus viejas
facciones, mordía su nariz afilada, arrugaba sus mejillas, endurecía su forma de
andar, enrojecía sus ojos, ponía azules sus labios delgados y salía al exterior
en su voz ronca.
Una vez, el mejor día del año, es decir la víspera de Navidad, el viejo Scrooge
estaba sentado, muy atareado en su despacho. El tiempo era crudo, frío y nevaba.
Los relojes acababan de dar las tres, pero ya había oscurecido. La puerta del
despacho de Scrooge estaba abierta para poder echar el ojo a su escribiente, que
copiaba cartas más allá. Scrooge tenía un fuego raquítico, pero el del
escribiente era un solo carbón.
¡Felices Navidades, tío! ¡Dios te guarde! -gritó una voz animada.
Era el sobrino de Scrooge.
- ¡Bah! -dijo Scrooge-. ¡Paparruchas!
El sobrino estaba resplandeciente, la cara rubicunda y hermosa.
-¿La Navidad una paparrucha, tío? No quieres decir eso, ¿verdad?
- ¡Sí! -dijo Scrooge- ¡Felices Navidades! ¿Qué razones tienes tú para ser feliz?
Eres tremendamente pobre.
-Entonces -replicó el sobrino-, ¿qué derecho tienes tú de estar triste? Eres
tremendamente rico.
Al no tener respuesta apropiada, Scrooge dijo de nuevo:
- ¡Bah! ¡Paparruchas!
-No seas arisco, tío -dijo el sobrino.
-¿Qué otra cosa puedo ser cuando vivo en semejante mundo de idiotas? -contestó-.
¡Fuera con las felices Navidades! ¿Qué es para ti el tiempo de Navidad sino el
de pagar facturas sin tener el dinero, de encontrarse un año más viejo y ni una
sola hora más rico? Si pudiera hacer mi voluntad -continuó indignado- habría de
cocer en su propia salsa a todos los necios que van por ahí con el "Felices
Navidades". ¡Vaya que sí!
- ¡Tío! -suplicó el sobrino.
- ¡Sobrino! ¡Festeja las Navidades a tu modo y déjame a mí el mío! ¡Mucho bien
pueden hacerte y mucho te han hecho! -dijo con ironía.
-Considero a las Navidades una buena época -contestó el sobrino-, amable, llena
de perdón y caridad; el único momento, que yo sepa, en que los hombres parecen
abrir de par en par sus corazones cerrados. Y por eso, tío, aunque las Navidades
nunca me han metido ni una raspadura de oro en el bolsillo, creo que me han
hecho bien y que me lo harán en el futuro, así que digo: ¡Que Dios las bendiga!
El escribiente aplaudió sin querer.
-Si le vuelvo a escuchar -dijo Scrooge-, celebrará las Navidades perdiendo su
empleo.
No te enfades tío. Vamos, ven a comer con nosotros mañana. Scrooge dijo que
prefería verlo en el infierno.
-Pero, ¿por qué?
-¿Por qué te casaste?
- ¡Porque estaba enamorado!
- ¡Porque estabas enamorado! -gruñó Scrooge, como si eso fuese la única cosa en
el mundo más ridícula que unas felices Navidades-. "Buenas tardes".
-Nunca fuiste a visitarme antes de que me casara. ¿Por qué ahora lo das como
razón para no venir?
_" Buenas tardes".
-Siento, de corazón, verte tan obstinado, pero en homenaje a la Navidad
conservaré mi espíritu navideño, así que: ¡Felices Navidades!
-"Buenas tardes".
El sobrino dejó el despacho sin una palabra de enfado. Felicitó al dependiente y
salió, dejando entrar a dos caballeros que llevaban libros y papeles.
-¿Tengo el placer de dirigirme al señor Scrooge o al señor Marley?
-El señor Marley lleva siete años de muerto -replicó Scrooge.
-No dudamos que su generosidad estará representada por el socio superviviente.
Al oír la palabra "generosidad’ Scrooge frunció el ceño.
-En esta época de fiestas, señor Scrooge, es de desear que hagamos alguna
provisión para los pobres y desvalidos. Muchos niños carecen de lo elemental.
-¿No hay cárceles? -preguntó Scrooge-. ¿Funcionan los asilos?
-Sí, todavía. Me gustaría poder decir que no.
- ¡Vaya! Me satisface escuchar esto.
-Nos estamos esforzando en recabar fondos para los pobres y elegimos esta época
porque es cuando se siente más la necesidad.
¿Por qué cantidad quiere que lo anote?
-Por nada.
-¿Desea ser anónimo?
-Deseo que me dejen solo -dijo Scrooge-. Yo no me divierto en la Navidad y no
puedo permitirme el lujo de que lo haga la gente ociosa. Contribuyo a sufragar
los establecimientos mencionados. Cuestan bastante, y los que se encuentran en
mala situación allí deben de ir.
-Muchos no pueden y otros preferirían morir antes.
-Si prefieren morir, es mejor que lo hagan y así aliviarán el exceso de
población. ¡Buenas tardes, caballeros! Viendo que era inútil persistir, los
caballeros se retiraron.
Por fin llegó la hora de cerrar el despacho. Scrooge se marchó y tomó su
melancólica cena de costumbre y después de haber pasado agradablemente la velada
con su libro de balances, se fue a dormir. Vivía en unas habitaciones que en
otros tiempos pertenecieron a su difunto socio. Era un conjunto tenebroso y de
aspecto amenazador, al fondo de un edificio de oficinas.
Scrooge tenía tanta fantasía como cualquier otra persona del barrio comercial de
Londres, y hay que tener presente que no había concedido a Marley otro
pensamiento desde que lo mencionó por la tarde. Así quisiera que alguien me
explicase cómo Scrooge, que ya tenía la llave en la cerradura, sin que nada
hubiese cambiado, contempló la cara de Marley en lugar del aldabón. Su cara, ni
furiosa ni enfadada, sólo miraba a Scrooge como Marley solía hacerlo, con una
expresión de horror que parecía existir a pesar de la cara y más allá de su
voluntad.
Cuando Scrooge volvió a mirar fijamente sólo se encontró con el aldabón.
Sería mentir decir que no se sorprendió o que su sangre no experimentó una
terrible sensación, olvidada desde la infancia. Sin embargo abrió y entró.
Encendió una vela y miró con cautela. Pero en el interior de la puerta no había
nada.
- ¡Bah! ¡Bah! -dijo y cerró la puerta de un golpe.
Sala de estar, dormitorio, cuarto de trastos, todo estaba como tenía que estar.
Nadie debajo de la cama, nadie debajo del sofá. Satisfecho por completo, se
sentó a fin de tomar una sopa de avena.
Después, dio varias vueltas por la habitación y se volvió a sentar. Al reclinar
la cabeza hacia atrás, su mirada descansó por casualidad en una campana que no
se usaba, y fue entonces cuando, con terror extraño e inexplicable, contempló
cómo la campana empezaba a oscilar.
No duró más de medio minuto, pero pareció una hora. Siguió un ruido metálico en
las profundidades, como si alguien arrastrase una cadena. El ruido fue subiendo
las escaleras yendo directamente hacia la puerta.
- ¡Paparruchas! -dijo Scrooge-. No creo en nada de esto.
Pero cambió de color cuando el ruido atravesó la puerta y se introdujo en la
habitación.
Era Marley. En la cintura llevaba una cadena que se enroscaba como un rabo.
Scrooge observó detenidamente que estaba hecha de libros de caja, llaves,
candados, escrituras y pesadas bolsas. El cuerpo era transparente y aunque
Scrooge examinaba al fantasma de pié ante él, continuaba incrédulo y luchaba
contra sus sentidos.
-¿Qué pasa? ¿Qué quieres de mí? -preguntó Scrooge, cáustico y frío.
-Mucho.
Era la voz de Marley realmente.
-¿Quién eres?
-En vida fui tu socio Jacobo Marley.
-¿Puedes, puedes sentarte? -preguntó Scrooge con aire dudoso.
El espectro se sentó al otro lado de la chimenea.
-No crees en mí -observó el espectro.
-No -contestó Scrooge.
-¿Por qué dudas de tus sentidos?
-Porque cualquier cosa pequeña los afecta. Un ligero desarreglo del estómago los
engaña. Puede que seas un trozo de carne sin digerir o un poco de mostaza.
Scrooge trataba de ser agudo, como medio de distraer su propia atención y
dominar así su terror, porque la voz del espectro le llegaba hasta la médula.
¡Paparruchas! ¡Te digo que son paparruchas!
Al oír esto, el espectro lanzó un grito horrible y agitó la cadena con un ruido
tan siniestro y aterrador que Scrooge se desplomó de rodillas y juntó las manos
ante el rostro.
¡Piedad! -dijo-. Terrible aparición, ¿ por qué me atormentas?
-Hombre de mente terrena, ¿crees en mí, sí o no?
-Sí, tengo que hacerlo. Pero ¿por qué los espíritus vienen a mí?
Es preciso que el espíritu que existe dentro de cada uno, ande entre los demás
hombres. Si no lo hizo en vida, se le condena a que lo haga después de la
muerte. Se le sentencia ¡ay de mí! a que contemple lo que ya no puede compartir
y que sin embargo, pudo tener cuando estaba vivo, y haberlo transformado en
felicidad.
-Estás encadenado. Dime por qué -dijo Scrooge temblando. -Llevo la cadena que
fui forjando a lo largo de mi vida. ¿Te gustaría saber el peso y longitud de la
que tú mismo llevas? Hace siete vísperas de Navidad era tan pesada y larga como
ésta. Y desde entonces has continuado trabajando en ella. Es muy pesada.
¡Jacobo! -imploró Scrooge-. Dime algo más, algo que me sirva de consuelo.
-No tengo ningún consuelo que darte. Ni puedo descansar, ni quedarme y ante mí
yacen muchas y muy fatigosas jornadas.
-Debes haber viajado muy despacio -dijo Scrooge con aire comercial.
- ¡Despacio! -replicó el espectro-. Todo ese tiempo sin descanso, sin paz, con
el remordimiento torturándome.
- ¡Habrás recorrido mucho en siete años!
Al oír esto el espectro lanzó otro gemido.
-¡Oh cautivo, atado y doblemente encadenado! ¡Ignorar que cualquier espíritu
cristiano que trabaja con buena voluntad en su pequeño círculo, sea cual fuere,
encontrará su vida mortal demasiado corta para todo el bien que se puede
desarrollar! ¡ignorar que no hay lamentación que pueda enmendar las
oportunidades desperdiciadas de la vida! ¡Sin embargo, así era yo! ¡Oh, así era
yo!
-Pero si siempre fuiste un buen hombre de negocios, Jacobo.
- ¡Negocios! -exclamó el espectro-. La humanidad debía haber sido mi negocio, el
bien común, la caridad, la misericordia, la tolerancia.
Levantó las cadenas y las volvió a arrojar al suelo.
-En esta época del año es cuando más sufro. Escúchame -continuó el espectro-, mi
tiempo, se acaba. Esta noche he venido para avisarte que tienes una oportunidad
y una esperanza de escapar a mi destino.
-Siempre fuiste un buen amigo, ¡gracias!
-Te van a visitar tres espíritus.
La mandíbula de Scrooge cayó.
-¿Es la oportunidad y esperanza que acabas de mencionar, Jacobo?
-Sí. No puedes esperar evitar el sendero que yo recorro si no te visitan. Mañana
cuando el reloj dé la una, vendrá el primero.
Tras haber hablado así, la aparición se fue separando de espaldas y salió
flotando.
Scrooge cerró la ventana y examinó la puerta por la que había entrado el
espectro. Intentó decir: "Paparruchas", pero se detuvo a la primera sílaba y
estando necesitado de reposo, se fue derecho a la cama sin desnudarse, y se
quedó dormido.
¡Las doce! Scrooge se había acostado a las dos ya pasadas. Aquel reloj estaba
mal.
- ¡Cómo! ¿Será posible que haya dormido un día entero y parte de la noche?
Scrooge pensó y pensó una y otra vez, y no sacaba nada en claro. Cuanto más
pensaba, más perplejo se sentía, y cuanto más procuraba no pensar, más pensaba.
El espectro de Marley le perturbaba profundamente.
¡Ding, dong!
- ¡La hora, y no pasa nada! -exclamó Scrooge triunfalmente.
Había hablado antes de que sonase la campana de las horas. En aquel mismo
instante una luz fulguró en la habitación y las cortinas de su cama se
separaron. Scrooge pegó un salto y se encontró cara a cara con el visitante
sobrenatural. Era una figura extraña, como si fuera un niño; y, sin embargo, con
más apariencia de viejo que de niño.
-¿Sois el espíritu cuya llegada me predijeron? -preguntó Scrooge.
-Sí.
La voz era suave y amable.
-¿Quién sois y qué sois?
-Soy el espíritu de las Navidades pasadas. Las Navidades que tú pasaste.
Scrooge se atrevió a preguntarle la causa de su visita.
Tu bien -dijo el espectro, -Levántate y ven conmigo. Inútil habría sido la
súplica de Scrooge subrayando que ni el tiempo ni la hora eran los más
apropiados para semejantes propósitos. Se levantó; pero al ver que el espíritu
se dirigía hacia la ventana, lo retuvo suplicante.
-Soy mortal y puedo caer.
-Sólo un toque de mi mano aquí -dijo el espíritu colocándola sobre el corazón de
Scrooge- y no caerás.
Según pronunciaba estas palabras, pasaron a través de la pared y se encontraron
a campo abierto. Se había desvanecido la ciudad. Era un día de invierno, claro y
frío, y el suelo estaba cubierto de nieve.
-¡Dios mío! -exclamó Scrooge mirando a su alrededor-. Aquí me crié.
Percibía, flotando en el aire, miles de olores, cada uno ligado a un millar de
recuerdos, esperanzas, alegrías y preocupaciones, largo tiempo olvidadas.
-Te tiemblan los labios -dijo el espectro, ¿Y qué es eso que hay en tus
mejillas? -Scrooge musitó con voz trémula que era un grano.
Fueron por la carretera. Algunos caballitos iban trotando hacia ellos, los
jinetes eran muchachos que llamaban a otros montados en calesas y carretas.
Todos iban muy contentos y se deseaban felices Navidades.
-No son sino sombras de lo que ha sido -dijo el espectro-. No se dan cuenta de
nosotros. Pero en la escuela queda todavía un niño solitario.
Scrooge dijo que ya lo sabía. Y suspiró.
En un pupitre de pino, un muchacho solitario leía junto a un débil fuego.
Scrooge lloró al verse a sí mismo, pobre y olvidado, como había sido. Y con
suavizadora evocación dio rienda suelta a sus lágrimas.
De repente un hombre de vestidos extraños, maravillosamente real apareció fuera
de la ventana.
- ¡Vaya! ¡Es Alí-Babá! -exclamó Scrooge extasiado-. Sí, sí, lo sé, unas
Navidades, cuando aquel niño solitario quedó aquí, vino por primera vez. ¡Y
Robinson Crusoe! ¡Y Viernes! ¿No lo veis?
Habría sido en verdad una sorpresa para sus relaciones comerciales de la ciudad
el oír a Scrooge vaciando toda la actividad de su naturaleza en semejantes
asuntos, con la voz más extraordinaria del mundo, medio llorando y medio riendo,
con aquella cara excitada.
Después, con una transición rápida, extraña por completo a su carácter habitual,
dijo con lástima por su yo anterior: ¡Pobre muchacho! Y volvió a llorar.
-Quisiera.. . -musitó, metiendo la mano en el bolsillo -pero ya es demasiado
tarde.
-¿Qué pasa? -preguntó el espectro.
-Nada -dijo Scrooge-. Nada. Un muchacho cantaba anoche un villancico ante mi
puerta. Me gustaría haberle dado algo. Eso es todo.
El espectro sonrió pensativo y anunció:
- ¡Veamos otras Navidades!
Ante estas palabras, se hizo mayor el antiguo yo de Scrooge y la habitación
pareció más oscura y más sucia.
El muchacho ya no leía, paseaba con desesperación de arriba a abajo. Scrooge,
moviendo con pena la cabeza, miró ansiosamente hacia la puerta. Esta se abrió y
una niña, mucho más joven que el muchacho, se lanzó hacia adentro, le rodeó el
cuello con sus brazos y empezó a besarle al tiempo que le llamaba:
- ¡Querido hermano! ¡He venido para llevarte a casa -decía la niña-. ¡A llevarte
a casa! ¡Para siempre! Y nunca volverás aquí, pero primero vamos a estar juntos
todas las Navidades y lo pasaremos estupendamente.
-Eres toda una mujer, pequeña Fan -contestó el muchacho.
Siempre había sido una criatura delicada a quien podría haber marchitado un
soplo -dijo el espectro-. Pero ¡qué gran corazón!
- ¡Sí! -exclamó Scrooge, Tenéis razón. ¡No permita Dios que lo contradiga!
-Murió siendo una mujer -siguió el espectro-, y creo que tuvo hijos.
-Uno -replicó Scrooge.
-Es verdad. Tu sobrino.
Scrooge se sintió a disgusto y confesó gravemente: "Sí".
No hacía más de un momento que habían dejado la escuela, pero ya estaban en las
bulliciosas callejuelas de la ciudad. Por los adornos de las tiendas se veía
claramente que estaban en Navidad.
El espectro se detuvo frente a la puerta de cierto almacén y preguntó a Scrooge
si lo conocía.
-¡Conocerlo! ¡aquí estuve de aprendiz!
Entraron. A la vista de un caballero anciano, Scrooge exclamó excitado:
- ¡Vaya! ¡El viejo Fezziwig! ¡Bendita sea su alma!
El anciano dejó la pluma y miró al reloj que apuntaba las siete. Se frotó las
manos, se rió todo él y gritó con voz animosa:
- ¡Eh, vosotros! ¡Ebenezer, Dick!
El antiguo yo de Scrooge, ahora ya un muchacho joven, llegó rápidamente seguido
por su compañero.
- ¡Eh, muchachos -dijo Fezziwig-, hoy no se trabaja más! ¡Vísperas de Navidad,
Dick! ¡Navidades, Ebenezer! ¡Vamos a cerrar el almacén!
No se podía creer cómo se dedicaron a ello aquellos muchachos.
¡Ea! -gritó el viejo-. Despejad, muchachos. Vamos a hacer sitio de sobra.
Con el viejo Fezziwig mirando, se hizo en un minuto, y el taller quedó
confortable, seco y brillante como uno desearía ver una sala de baile en una
noche de invierno.
Entró un violinista, entró la señora Fezziwig. Entraron las tres señoritas
Fezziwig, sus seis jóvenes seguidores y todos los chicos y chicas empleados en
el almacén. No hubo quien no saliera a bailar.
Bailes, prendas, más bailes, pastel, ponche, carne asada, carne cocida,
pasteles, mucha cerveza.
Cuando el reloj dio las once, terminó este baile familiar. El señor y la señora
Fezziwig fueron dando la mano a cada uno de los que se marchaban, deseándoles
felices Navidades. Cuando no quedó nadie hicieron lo mismo con los dos
aprendices y los muchachos fueron a sus camas dispuestas bajo el mostrador de la
parte de atrás de la tienda.
Durante todo este tiempo Scrooge se había comportado como un hombre fuera de sí.
-Poca cosa -dijo el espectro- para llenar de gratitud a esos tontos.
-Poca -dijo Scrooge.
Entonces el espíritu le hizo señas para que escuchase a los dos aprendices que
abrían sus corazones en alabanzas a Fezziwig, y luego dijo:
- ¡Vaya! No ha gastado más que unas pocas libras de su dinero mortal, tres o
cuatro quizás, ¿es tanto para esas alabanzas?
-No es eso -dijo Scrooge, hablando inconscientemente como su yo antiguo-. No es
eso, espíritu. El tiene el poder de hacernos felices o desgraciados, de
convertir nuestro trabajo en algo ligero o en una carga, en un placer o en una
fatiga. La felicidad que proporciona es tan grande como si costase una fortuna.
Scrooge se detuvo al sentir la mirada del espíritu.
-¿Qué pasa? -preguntó el fantasma.
-Nada de particular. Me gustaría poder decir una palabra o dos a mí escribiente,
eso es todo.
-Se va terminando mi tiempo -observó el espíritu, ¡Vamos, aprisa!
Ahora Scrooge se vio a sí mismo como un hombre en la flor de la vida. Su cara no
tenía líneas ásperas y rígidas de años después, pero ya mostraba signos de
preocupación y avaricia.
No se encontraba solo, sino sentado al lado de una bella joven en cuyos ojos
relucían unas lágrimas.
-Te importo poco -decía ella suavemente-, muy poco. Me ha desplazado otro ídolo.
Y no tengo de qué quejarme si en el futuro te anima y ayuda como yo habría
procurado hacer.
-¿Qué ídolo te ha desplazado?
-Uno de oro. He visto caer una a una tus más nobles aspiraciones, hasta que la
pasión principal, la ganancia, te ha absorbido por completo. ¿No es así?
¿Y qué? Hacia ti no he cambiado. ¿He cambiado?
-Tus propios sentimientos te dicen que no eres el mismo. Lo que prometía ser
felicidad cuando éramos uno de corazón, ahora, que somos dos, está cargado de
miseria. No quiero decir cuánto y con qué ansiedad he pensado esto. Es bastante
con afirmar que he pensado en todo ello y que puedo darte la libertad.
-¿Alguna vez la he buscado?
-Con palabras, no; nunca, sino con una naturaleza cambiada, con un espíritu
alterado, con otra forma de vida, con otra esperanza como objetivo. Si esto no
hubiese ocurrido entre nosotros dime: ¿me buscarías y tratarías de convencerme
ahora? ¡Ah, no!
El pareció ceder, pero dijo luchando consigo mismo:
-No lo creas.
-Si pudiera me gustaría pensar de otro modo. Dios lo sabe. El recuerdo de lo que
ha pasado me hace casi esperar que te duela: Pero al cabo de muy poco tiempo te
olvidarás de mí con alegría, como de un sueño improductivo del cual por fortuna
despertaste.
Ella lo abandonó y el espectro y Scrooge se marcharon.
-¡Espíritu! ¡No me muestres más cosas! ¡Llévame a casa! ¿Por qué disfrutas
torturándome?
-Sólo una sombra más -dijo el espíritu.
Estaban ahora en otra escena y en otro lugar. Cerca de la chimenea estaba una
señora parecida a la de la visión anterior, sentada frente a su hija. En la
habitación había un ruido tumultuoso debido a los niños, que eran más de los que
Scrooge con su mente agitada podía contar. Entonces tocaron a la puerta y se
armó gran alboroto. Los niños llegaron a tiempo de felicitar al padre que
entraba cargado de regalos y juguetes de Navidad.
El dueño de la casa se sentó junto a su esposa.
-¡Sabe! -dijo el marido-. Esta tarde he visto a un viejo amigo tuyo.
-¿A quién?
-Adivínalo.
-¿Cómo puedo saberlo? Ah, ya sé -añadió riendo-. El señor Scrooge.
-Sí. Era el señor Scrooge. Pasé junto a la ventana de su oficina y le vi. Creo
que su socio está a punto de morir, y allí estaba él, solo. Me parece que solo
en el mundo.
- ¡Espíritu! -dijo Scrooge con voz quebrada-. Llévame de este lugar.
-Te dije que eran sombras de lo que ha pasado. No me censures por ello.
-¡Llévame de aquí! ¡No puedo soportarlo!
Scrooge luchó con el espíritu, que desapareció. Apenas tuvo tiempo de irse
tambaleando a la cama, cuando cayó en un profundo sueño.
Despertó a causa de un ronquido descomunal. Sintió que volvía a tener conciencia
de sí con el tiempo justo para un propósito determinado: celebrar una entrevista
con el segundo mensajero.
El reloj dio la una y Scrooge vio una luz. Aquello era más alarmante que una
docena de fantasmas. Empezó a pensar que el origen y secreto de aquella luz
fantasmal tenía que estar en la habitación vecina, de donde parecía brotar.
En el instante en que su mano se posó en la cerradura, una voz extraña le llamó
por su nombre y le ordenó que entrara. Obedeció.
La habitación había experimentado una transformación sorprendente. Las paredes y
el techo estaban tan llenos de verde que parecía por completo un bosque. Un
fuego subía por la chimenea como nunca aquella sombría piedra había conocido ni
en la época de Scrooge, ni de Marley. Amontonados sobre el suelo hasta formar
una especie de trono había aves de caza y de corral, pasteles y frutas. En
cómoda posición sobre este diván, se sentaba un jovial gigante que daba gloria
verlo.
-¡Entra! -exclamó el espectro-. ¡Entra a conocerme mejor, hombre!
Entró tímidamente y se colocó frente al espíritu. Ya no era el inflexible
Scrooge de otros tiempos y, aunque los ojos del espíritu eran claros y amables,
no le gustaba encontrarlos.
-Soy el espíritu de las Navidades presentes. ¡Mírame!
Scrooge lo hizo con la máxima reverencia.
-Nunca has visto nada como yo -exclamó el espíritu.
-No, nunca -contestó Scrooge-. Espíritu, conducidme donde queráis. Anoche salí a
la fuerza y aprendí una lección que ahora está dando el fruto.
-Toca mi vestidura.
Hizo lo que se le ordenaba y se agarró con fuerza. Todo se desvaneció al
instante y se encontraron en las calles de la ciudad, la mañana de Navidad.
La gente que quitaba la nieve de los tejados estaba jovial y feliz. Las tiendas
de aves se encontraban a medio abrir y las fruterías radiantes.
Las tiendas de ultramarinos, ¡oh, las tiendas de ultramarinos! casi cerradas,
pero ¡qué visiones se contemplaban a través de sus rendijas!
Quizás fue por el gusto que el buen espíritu tenía en desplegar su poder, o por
su propia naturaleza, o su simpatía hacia los hombres, lo que lo condujo
directamente a la casa del escribiente de Scrooge.
-¿Qué estará haciendo vuestro precioso padre? -preguntó la señora Cratchit-. ¿Y
vuestro hermano Tim? Las Navidades pasadas, Marta ya había llegado a casa a esta
hora.
- ¡ Aquí está Marta, madre!
- ¡Vaya! ¡Bendita seas, querida! ¡Qué tarde llegas!
-¡Ahí viene padre! -gritaron los pequeños-. ¡Escóndete Marta!
Entró el pequeño Bob, el padre, con Tiny Tim en los hombros. ¡ Pobre -Tiny Tim!
Llevaba una muleta pequeña y una armadura de Hierro sostenía sus piernas.
¡Vaya! ¿Dónde está nuestra Marta? -exclamó Bob Cratchit mirando por la
habitación.
-No viene -respondió la señora.
-¿No viene? -replicó Bob con un súbito oscurecimiento en su alegría.
A Marta no le gustó verlo triste, así que antes de tiempo, salió de su escondite
y le abrazó.
Luego todos ayudaron a preparar la cena, y por fin se pusieron los platos y se
rezó. Cuando se terminó la comida, se arregló el fuego y toda la familia se
colocó en torno al hogar. Bob sirvió el ponche.
-¡Felices Navidades a todos, queridos, que Dios nos bendiga! -dijo Tiny Tim.
Toda la familia lo coreó.
-Espíritu -dijo Scrooge con un interés no sentido antes-, dime sí Tiny Tim
vivirá.
-Veo en el pobre rincón de la chimenea un asiento vacío y una muleta guardada,
sin su propietario. Si las sombras permanecen inalteradas por el futuro, morirá.
-No, no -dijo Scrooge, No, buen espíritu; di que lo perdonen.
-¿Qué importa? Sí es que va a morir, es mejor que lo haga y así aliviará el
exceso de población.
Scrooge bajó la cabeza al escuchar sus propias palabras citadas por el espíritu,
y se sintió embargado de dolor y remordimiento. Bajó los ojos al suelo, pero los
levantó rápidamente al escuchar su propio nombre.
- ¡El señor Scrooge! -dijo Bob-. ¡Brindemos a la salud del patrón de la fiesta!
¡Sí, patrón de la fiesta -exclamó la señora Cratchit enrojeciendo-. Ya me
gustaría tenerlo aquí. Le diría algo de lo que pienso, para que lo festejase.
-¡Querida! ¡Los niños! ¡Es Navidad!
-Seguro que tenía que ser el día de Navidad cuando uno bebiese a la salud de un
hombre tan odioso, tacaño, duro y sin sentimientos como el señor Scrooge. Beberé
a su salud por ti y por el día que es, no por él. ¡Que viva muchos años!
Los niños brindaron con ella. Fue lo primero que se hizo sin cordialidad.
Scrooge era el ogro de la familia. La sola mención de su nombre arrojó sobre la
fiesta una sombra oscura que tardó cinco minutos en desaparecer.
Después el espectro llevó a Scrooge a muchos lugares, y en todos reinaba el
espíritu de Navidad.
De pronto se encontraron en la casa del sobrino de Scrooge. La esposa, sobrina
de Scrooge por casamiento, se reía de corazón, junto con los amigos allí
reunidos.
¡Ja, ja, ja !
-Dijo que las Navidades eran paparruchas -gritó el sobrino y además lo cree. Es
un vejestorio la mar de cómico, ésa es la verdad, y no es tan agradable como
podría ser. Pero esas fallas llevan consigo el castigo y no tengo nada que decir
en su contra.
-Estoy segura de que es muy rico, Fred.
-¿Y qué importa, querida? Su riqueza no le sirve de nada.
-No lo puedo soportar -observó la esposa.
-Pues yo sí -dijo el sobrino-. Lo siento por él. ¿Quién sufre con todos sus
caprichos? El mismo. Puede despreciar las Navidades hasta que muera, pero lo
desafío a que no las considere cada vez mejor si, año tras año, voy allí de buen
humor a decirle: "Tío Scrooge, ¿cómo está?" Si por eso le da por dejarle
cincuenta libras a su pobre escribiente, ya es algo.
Después del té, hicieron algo de música y al cabo de un rato jugaron a prendas.
El espectro dijo que tenían que marcharse.
¡Ahora hay un juego nuevo! -dijo Scrooge-. ¡Sólo media hora, espíritu!
Era el juego de "Sí o no", en el que el sobrino de Scrooge tenía que pensar algo
y los demás debían averiguar qué era; él sólo podía contestar sí o no según
correspondiese. Así fue quedando claro que pensaba en un animal, vivo, bastante
desagradable, salvaje, que a veces gruñía y a veces hablaba, vivía en Londres,
no le exhibían, no era caballo, asno, vaca, perro, gato ni oso. A cada nueva
pregunta, el sobrino estallaba en carcajadas. Por último, su cuñada exclamó:
¡Lo descubrí, ya sé lo que es! ¡Tu tío Scrooge!
Y así era. Algunos objetaron que la respuesta a "¿Es un oso?", debía haber sido
afirmativa.
-Sería de desagradecidos -dijo Fred- no beber a su salud, así que ¡A la salud de
tío Scrooge! ¡Felices Navidades para el viejo, donde quiera que esté!
Tan alegre y ligero de corazón se había ido volviendo Scrooge, que habría
devuelto el brindis si el espectro le hubiese concedido tiempo. Pero la escena
se desvaneció y otra vez él y el espíritu continuaron sus viajes.
Scrooge se dió cuenta de que el pelo del espíritu estaba gris.
-¿Son tan cortas vuestras vidas?
-Mi vida sobre la tierra es muy breve. Termina esta noche.
- ¡Esta noche! Se acerca el momento, pero veo algo raro, que no os pertenece,
saliendo de vuestras vestiduras.
De los pliegues de su ropa, sacó dos niños, desgraciados, espantosos,
miserables.
-¡Espíritu! ¿Son tuyos?
-Son del hombre. Este muchacho es la ignorancia. Esta muchacha es la necesidad.
-¿No tienen refugio alguno? ¿Ni recursos? -preguntó Scrooge.
-¿No hay prisiones? -replicó el espíritu dirigiéndose a él con sus mismas
palabras-. ¿No hay asilos?
La campana dio las doce.
Scrooge miró a su alrededor buscando al espectro y ya no lo vio, pero al alzar
la vista contempló un fantasma de aspecto solemne, envuelto en ropajes y
encapuchado, que venía hacia él como la niebla al ras del suelo.
El fantasma se acercaba lenta, grave y silenciosamente. Su presencia misteriosa
abrumaba a Scrooge con un terror impresionante,
-¿Estoy en presencia del espectro de las Navidades que han de venir?
Los pliegues de la parte superior del atavío del espíritu, descendieron durante
un instante, como sí hubiese inclinado la cabeza. Esa fue la única respuesta.
¡Espíritu del futuro, os temo más que a los otros¡ Pero como se que vuestro
propósito es hacerme bien, y espero vivir para ser hombre diferente del que fui,
me encuentro preparado de corazón para recibir vuestra compañía. ¡Guiadme!
No hubo respuesta. La mano del espectro señaló al frente. Scrooge le siguió.
El espíritu se detuvo frente a un pequeño grupo de hombres de negocios. Scrooge
se acercó para escuchar la conversación.
No -decía un hombre, No sé mucho al respecto. Sólo que ha muerto.
-¿Cuándo fue? -preguntó otro.
-Creo que anoche. Yo pensé que nunca moriría.
-¿Qué ha hecho con su dinero?
-A mí no me lo dejó. Eso es todo lo que sé.
Esta gracia fue recibida con una carcajada general.
El grupo se separó y se unieron a otros grupos. Scrooge conocía a aquellas
personas y miró al espíritu buscando una explicación. El fantasma señaló a dos
personas y Scrooge se dispuso a escuchar.
¡Bien! -decía uno, Por fin el diablo cogió lo suyo, ¿eh?
-Eso me han dicho -replicó el otro, Hace frío, ¿verdad?
Ni una palabra más. Scrooge estuvo a punto de sorprenderse de que el espíritu
concediese importancia a conversaciones tan triviales, pero no dudando de que
tendrían un significado para su propio interés, resolvió observar con cuidado lo
que oyese y pudiera ver.
Abandonaron el bullicio y entraron en una parte oscura de la ciudad. Al fondo
había una tienda sombría donde se compraban desperdicios y cosas usadas. Sentado
en medio de las mercancías se hallaba un bribón de casi setenta años.
Scrooge y el fantasma llegaron en el preciso instante en que una mujer, con un
envoltorio, entraba furtivamente a la tienda. Pero apenas hubo entrado, cuando
otra mujer con una carga similar lo hizo también; y ésta fue seguida
inmediatamente por un hombre.
-Nos hemos reunido aquí los tres sin ponernos de acuerdo -dijo la primera que
entró.
-No os podríais haber reunido en sitio mejor -dijo el viejo traficante.
-Pues, muy bien -exclamó la mujer-. ¿A quién se hace mal por la pérdida de unas
pocas cosas como estas? Supongo que al muerto, no. Si ese viejo avaro hubiese
querido conservarlas después de su muerte ¿por qué no fue como los demás durante
su vida? Si así hubiese sido, habría tenido a alguien que cuidase de él cuando
la muerte lo golpeó, en vez de estar tumbado solo, exhalando el último suspiro.
-Esa es la verdad más grande que jamás se ha dicho. Esa es su sentencia.
-Abre ese envoltorio, viejo, y dime lo que vale.
No era mucho. Un sello, un par de gemelos, un broche de poco valor. La otra
mujer traía sábanas, toallas, alguna ropa y algunas botas. En el último
envoltorio había unas cortinas de cama.
¡No me vas a decir que las quitaste mientras él estaba allí tumbado! -dijo el
viejo.
-Claro que sí. ¿Por qué no? Me figuro que no cogería frío sin ellas.
Scrooge escuchaba horrorizado esta conversación.
-Espíritu -dijo Scrooge temblando de pies a cabeza-. Ya veo. El caso de este
pobre hombre podría ser el mío. Mi vida ahora camina hacia ese final. ¡Cielo
santo! ¿Qué es esto?
La escena había cambiado y ahora se encontraban casi tocando una cama, desnuda y
sin cortinas. Una pálida luz caía sobre la cama, y en ella, saqueado y
despojado, sin que nadie lo velase, yacía el cuerpo de un hombre cubierto hasta
la cabeza con una sábana andrajosa.
Scrooge miró hacia el fantasma. Su mano apuntaba hacia la cabeza del muerto.
-Te comprendo -exclamó Scrooge-, y lo haría sí pudiese. Pero no puedo, espíritu.
¡No puedo! ¡Vámonos! Mejor muéstrame a quien sienta emoción por la muerte de
este hombre.
El fantasma mostró una habitación en donde una señora esperaba a su marido que
en ese momento llegaba a la casa. Cuando, tras largo silencio, ella le preguntó
por las noticias, él pareció no saber qué contestar.
-¿Estamos totalmente arruinados? -preguntó ella para ayudarle.
-No, todavía hay esperanza, Carolina.
-Sí él cede -dijo ella- la hay. Si ha ocurrido tal milagro, no hay nada que no
tenga esperanza.
-No ha cedido. Ha muerto.
Ella se llenó de gratitud al escuchar esto. La muerte de aquel hombre había
producido una casa más feliz.
-Enséñame algo de ternura relacionada con la muerte -pidió Scrooge al espíritu.
El espectro le condujo a la casa de Bob Cratchit.
Bob hablaba de la amabilidad extraordinaria del sobrino del señor Scrooge.
-El me dijo: "Lo siento muchísimo por su buena esposa. Sí le puedo ser de alguna
utilidad, me dijo dándome su tarjeta, ahí es donde vivo, por favor, venga a
verme". Y fue realmente encantador, no por lo que pudiera hacer por nosotros
sino por lo amable que se mostró. Daba la impresión de haber conocido a nuestro
Tiny Tim y haberlo sentido con nosotros.
-Estoy segura de que es una buena persona -dijo la señora Cratchit.
-Ninguno de nosotros olvidará al pequeño Tiny Tim ¿verdad?
-Nunca, padre -exclamaron todos.
-Espectro -dijo Scrooge-, algo me dice que estamos a punto de separarnos. Lo sé,
pero ignoro cómo será. Decidme ¿Quién era el hombre a quien vimos muerto?
El espectro de las Navidades futuras lo llevó a los lugares de negocios.
-Esta plazuela es donde yo trabajo -dijo Scrooge, Dejadme contemplar cómo seré
en el futuro.
El espíritu señaló hacia otro lugar. Scrooge corrió y se asomó por la ventana de
su oficina, pero había otra persona en su lugar; el espectro seguía apuntando
hacia otro lugar. Scrooge le acompaño hasta que llegaron a una verja de hierro.
Un cementerio. Así que allí yacía bajo tierra aquel desgraciado cuyo nombre iba
a conocer ahora.
El espíritu estaba entre las tumbas y señaló una.
-Antes de aproximarme, contestadme una pregunta: ¿Son estas las sombras de lo
que será, o sólo de lo que puede ser?
El espíritu seguía inmóvil como siempre.
Scrooge se aproximó temblando y leyó sobre la losa su propio nombre:
¿Soy yo el hombre que yacía en aquella cama? -gritó Scrooge, cayendo de
rodillas.
El dedo fue de la tumba a él y de él a la tumba.
-¡No, espíritu! -gritó agarrando sus vestiduras-. ¡Escúchame! No soy el hombre
que fui. ¿Por qué me mostráis esto si estoy más allá de toda esperanza?
Por primera vez, la mano pareció temblar.
-¡Buen espíritu! -dijo Scrooge de rodillas ante él-. ¡Vuestra naturaleza
intercede por mí y me compadece! ¡Aseguradme que puedo cambiar las sombras que
me habéis mostrado, cambiando de vida!
La mano bondadosa tembló.
-¡Honraré las Navidades en mi corazón y trataré de festejarlas durante todo el
año! ¡Oh, decidme que puedo borrar la escritura de esta losa!
Alzando las manos en súplica postrera para cambiar su destino, vio un cambio en
la capucha y el vestido del espíritu, que se encogía, se derrumbaba, y que
finalmente se convertía en un barrote de la cama.
¡Sí! Y el barrote de la cama era el suyo. La cama era la suya. La habitación era
la suya. Y lo mejor y más feliz de todo era que el tiempo que tenía por delante
para enmendarse era el suyo.
-¡Oh, Jacobo Marley! ¡Alabemos al cielo y a la época de Navidad por esto!
Estaba tan excitado y tan resplandeciente de buenas intenciones, que su voz
entrecortada apenas le respondía.
-¡No sé qué hacer! -exclamaba riendo y gritando al mismo tiempo-. Estoy tan
ligero como una pluma, tan feliz como un ángel, tan contento como un escolar.
Tan aturdido como un borracho. ¡Felices Navidades a todos! ¡Un Feliz Año Nuevo a
todo el mundo! ¡Ea, hola! ¡Todo está perfectamente, todo ha sucedido, todo es
verdad! ¡Ja, ja, ja!
Realmente para un hombre que ha estado sin practicar durante tantos años, fue
una carcajada espléndida.
-No sé a qué día del mes estamos -dijo Scrooge-. No sé cuanto tiempo he estado
entre los espíritus. No sé nada. Soy un niño, no importa. No me preocupa.
Preferiría ser un niño.
Corrió hacia la ventana, la abrió y sacó la cabeza.
-¿Qué día es hoy? -gritó Scrooge llamando a un muchacho.
-¿Cómo? ¿Hoy? ¡Vaya! Hoy es Navidad.
-El día de Navidad -se dijo Scrooge-. No lo he perdido.
-¿Conoces la tienda de aves? -inquirió Scrooge dirigiéndose al muchacho.
-Supongo que sí -replicó el muchacho.
-¡Muchacho inteligente! ¿Sabes si han vendido el pavo premiado que tenían
colgado?
-Está colgado allí ahora.
-¿Sí? Vete a comprarlo. Si vienes con el tendero te daré un chelín. Si estás
aquí con él antes de cinco minutos, te daré media corona.
El muchacho partió como una bala.
-Se lo mandaré a casa de Bob Cratchit -decía Scrooge en voz baja.
Cuando trajeron el pavo le dio al tendero la dirección de Cratchit.
La sonrisa con que dijo esto, la sonrisa con que pagó el pavo, la sonrisa con
que recompensó al muchacho, solamente fueron superadas por la sonrisa con que se
sentó otra vez en su silla y rió entre dientes hasta llorar.
Se vistió con sus mejores galas y por fin salió a la calle.
Caminando con las manos a la espalda miraba a todos con una sonrisa encantadora.
Tenía un aspecto tan irremisiblemente agradable que tres o cuatro individuos le
dijeron:
-Buenos días, señor. Felices Navidades.
No había andado mucho, cuando vio que venía en su dirección el caballero que
había llegado a su oficina el día anterior y había dicho: "¿Tengo el placer de
dirigirme al señor Scrooge o al señor Marley?". Sabía qué era lo que tenía que
hacer, y lo hizo.
-Querido señor -dijo Scrooge al caballero-. Permítame pedirle perdón; y que
tenga la bondad de...
Y aquí Scrooge susurró algo a su oído.
-¡Dios me valga! -exclamó el caballero-. Mi querido señor Scrooge, ¿habla usted
en serio?
-Sí, por favor. Van incluidos muchos atrasos, se lo aseguro. ¿Quiere venir a
verme?
-¡Claro que sí! -exclamó el caballero.
-Gracias -dijo Scrooge-. Le quedo muy agradecido. Dios lo bendiga.
Por la tarde dirigió sus pasos hacia la casa de su sobrino.
-¿Está el señor en casa, querida? -preguntó a la muchacha.
-Sí, señor. Está en el comedor, con la señora.
-Gracias.
Abrió con cuidado y asomó la cabeza por la puerta.
-!Fred! -dijo Scrooge.
-¡Dios me valga! ¿Quién es? -exclamó Fred.
-Soy yo, tu tío Scrooge. He venido a comer. ¿Me dejas entrar, Fred?
¡Dejarle entrar! Milagro que no le arrancase el brazo. En cinco minutos se
encontraba con toda comodidad.
Realmente fue una fiesta maravillosa, ¡una felicidad ma-ravi-llo-sa!
Pero a la mañana siguiente estaba temprano en la oficina.
El reloj dio las nueve. Bob sin aparecer.
Scrooge se sentó con su puerta abierta de par en par, a fin de poder verle
entrar en su cuchitril.
Se retrasó dieciocho minutos y medio.
-¡Hola! -gruñó Scrooge, con su voz acostumbrada, imitándola lo mejor que pudo-.
¿Qué quiere decir el venir a esta hora?
Lo siento mucho, señor. Llego con retraso.
-¿Sí? Sí. Creo que sí. Venga por aquí, señor, por favor.
-Sólo es una vez a año, señor -suplicó Bob- no se volverá a repetir. Estuvimos
festejando la Navidad, señor.
-Ahora le voy a decir algo, amigo mío -dijo Scrooge-. No voy a aguantar esta
clase de cosas más tiempo. Y por lo tanto -continuó saltando del taburete-, por
lo tanto, le voy a subir el sueldo.
Bob temblaba.
-¡Felices Navidades, Bob! -dijo Scrooge con una seriedad que no podía
confundirse, mientras le daba palmadas en la espalda-. ¡Le subiré el sueldo, y
trataré de ayudar a su batalladora familia; hablaremos de su problema esta misma
tarde sobre un jarro navideño de humeante ponche!
Scrooge hizo más que ser fiel a su palabra. Lo hizo todo e infinitamente más. Y
para Tiny Tim, que no murió, fue un segundo padre.
Se convirtió en un amigo tan bueno, un jefe tan bueno, un hombre tan bueno, como
jamás pudo conocer la buena y vieja ciudad.
No tuvo ninguna otra relación con los espíritus, y siempre se dijo de él que si
algún hombre vivo, sabía cómo celebrar bien las Navidades, ese era él.
¡Que eso se pueda decir verdaderamente de nosotros, de todos nosotros!
Y así como decía el pequeño Tiny Tim, que Dios nos bendiga a todos.
CHARLES DICKENS
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Francisco Javier Illán Vivas -