LA CASA DE LOS LOCOS
Todas las madrugadas, caminaba por la avenida envuelta en nubes de gardenias luego cruzaba la alameda y atravesaba un parque de acacias. Hasta llegar al número once de la calle República Argentina y tocaba el timbre de la casa de los locos con una gardenia prendida del pelo. Era Aurora la limpiadora; quitaba el polvo de la colección de muñecas de María, y de los soldaditos de plomo de Celedonio, y de las viejas fotografías de Andrés limpiaba los besos del cristal con un trapo humedecido de una fotografía enmarcada que colgaba de la pared donde una joven pareja de novios sonreía al fotógrafo. Barría los sueños cuerdos del pasillo y las pesadillas de las alcobas. Espantaba al enano que no dejaba de dar órdenes a Nicolás y que siempre llevaba sentado en su hombro derecho. A escobazos echaba por la escalera virutas de papel, papeles de caramelos, colillas, ceniza de cigarrillos, ensoñaciones. Guardaba la cordura de los locos en una maleta con llave en el hueco de la escalera.
©Carmen María Camacho Adarve
0 comentarios