Esta es la historia de Julio José López
Hace mucho tiempo. Pueden ser más de treinta años. Y Julio José López llena una maleta. De cartón rojo, rústica y desgastada, el interior está repleto de anotaciones, letras emborronadas y hojas desparejas, reunidas por azar y escritas bajo la urgencia de la memoria: papel de envolver de estraza, hojas de cuaderno, extractos de cuentas bancarias, recibos, servilletas, formularios escritos del lado de atrás. Algo une sin embargo la diversidad de las hojas: todas están llenas hasta el borde del papel. No hay espacios en blanco en esta maleta dibujada con una cuidadosa y elemental caligrafía de albañil. La memoria le salta encima como un gato pardo y trata de aprovecharse del espacio hasta su mínima expresión. Todo debe ser escrito, todo debe ser contado. El tono de la maleta no es el de un diario íntimo, sino el de un manual de instrucciones; cada hoja describe hechos con una aparente y técnica lejanía de un inacabable discurso. Fui secuestrado aquí, el sitio tenía un determinado espacio, el sol salía por este lado, la puerta estaba a determinados pasos. Ella me dijo exactamente esta cosa. Escuché justo estos disparos. Llevaba este modelo de pantalón y su voz sonaba de tal modo. Si las neuronas tuvieran pequeñas cámaras de seguridad y pudieran hacer tomas paseando por el cerebro, lo que veríamos sería eso: una región de la memoria de Julio José López en la que luchó contra el olvido al punto de recordar los detalles más pequeños. Se podría pensar que la mejor manera de superar el temor al monstruo es mirarlo de cerca y a los ojos. No lo sé. Haría falta haber bajado a todos los círculos del Infierno para llegar a conclusiones. Durante los días del juicio contra su hermana mayor, acusada por Julio José López, a saber: malversación y acopio indebido e inmoral de la herencia familiar, Laura, la mujer, los parientes y los hijos de López, descubrieron la maleta roja con tapas de cartón duro. Nunca habían escuchado esas historias: para ellos, Julio José López era Tito, familiar, o Papá, y de ningún modo un perseguidor de recuerdos tormentosos. ¿Los guardo para mantenerlos lejos del horror? ¿Pensó que no tenía derecho a pedirles que miraran al monstruo a los ojos?, vete a saber por qué.
©Carmen María Camacho Adarve
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