ni una palabra..
CALLAR NO CONDUCE A NADA
Hay cosas que, espontáneamente, uno se resiste a decir. Yo diría que, si fuera posible, hasta evitaríamos pensarlos. «¡Es
mejor no hablar!» Así solemos decir cuando entre amigos la cosa ha llegado a ese punto en que no es fácil el acuerdo.
«De esto, ¡ni una palabra más!», se oye en la familia cuando la cuestión política enfrenta a las generaciones, o los que voyan por otro bando...
No pensar, ya es imposible. Al menos, preferiría una callar. Pero ya no debemos. El fardo se ha hecho demasiado pesado. Y
entre amigos, y en familia, una de dos: o nos queremos con lo que somos y sentimos, o se nos muere la amistad y se nos queda vacía la casa.
Hay que romper silencios. Es preciso denunciar -evitando todo juicio a las personas- dos tipos de silencio. Un silencio m ayor. Vivir situaciones duras.
«Sí. Es difícil que cambie en esto.»
no saben qué decir, qué contestar ante el espesor de muchas dudas y dolores; o te dan una palmada cariñosa, como quien te
acompaña en el sentimiento...
Ciertamente reconfortan gestos de repeto personal, de afecto y de amistad. Pero el peso de el dolor se queda clavado en
las mismas y más solas espaldas.
Silencio respetuoso
Soledad de la pobreza
y... silencio consecuente
Muchos silencios menores
Y mientras..., seguimos callando.
¿A quién se lo podemos decir -pensamos- sin convertirnos en centro de miradas, o comentarios bajo cuerda?
Este silencio de los menores,
no quiere decir silencio menor o menos importante,
en la situación que hoy viven muchos menores.
Romper el silencio.
Todos somos responsables de esta falta de luz ,
o por miedo,
o por falta de respeto,
a las situaciones y a las personas,
o por no escuchar toda la carga de presencia,
del Espíritu que pueden reflejar.
Unidos.
Está claro que el punto decisivo,
en esta batalla que nos ganan,
los que gobiernan el mundo.
Hacer de esto un asunto personal,
Es nuestra responsabilidad
Es un problema de todos
Problema colectivo
Y como tal debe ser tratado.
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