Sanar el mal de ojo
Arranca con la fresca sombra, adormideras
que guarden en su cáliz –enredadas— las calenturas;
los paños calientes, tisanas, dolamas, aceite de oliva,
el saco —carbonilla de infancia—, recógelo en cajita de plata;
las ascuas del brasero de hojalata –oxidada—,
bajo tu pupitre de la escuela. Dos por una dos, tres por una tres,
dos por cuatro ocho.
Haz con el espurreo un hatillo, préndelo
las trenzas de tu pelo,
de cuando chica,
que guardó, en un cajón la chacha Concha.
Arranca el romero, el del monte.
Y en la pared ponlo, delante
de la lumbre. Que se lleve lo malo
y traiga lo bueno, pronto.
Que las naranjas colgada en hileras
no mienta: de diez en diez,
haz sitio a toda esperanza.
Abre la puerta, niña,
y súbete a la palma
que está a la puerta que antes fuera
la casa de tu abuela.
Quédate quieta, en luna nueva.
No vuelvas a robar,
versos de aquel huerto.
Ya no sirven
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