Luz de otoño
Su olor y sus mañanas de sol, su ocio de tierra,
de atardecer de invierno, su frío y sus
hogueras,
su escarcha y sus estrellas brillando.
Y no hago nada
más que seguir viviendo, sufrir,
saber que hay pasos
que vuelven por lo hondo de un camino a
estas horas.
(Mientras -mientras mis ojos sueñan otras distancias-
aún perdura un sol tinto de anemia en las fachadas).
Saber que hay horas tuyas (con un perro escarbando).
Saber que hay niños tuyos,
que hay piedras luminosas,
realidad de barrancos, de tesos agrietados,
y nieve, y pedacitos de cristal en los surcos,
y troncos de arbolillos,
y una hilera de chopos
sin hojas -como un poco de niebla
amoratándose-,
y laderas con pinos,
y el suelo entre las secas raíces de los pinos,
y un arroyo y su agua casi negra,
a la sombra del peñascal musgoso.
¡Cuántos sitios vividos
!
¡Cuántos rincones tuyos, uno a uno, doliéndome,
haciéndome sufrir de veras, ser un poco
más libre ,
más de tapial y encinas cerca del cementerio,
más del mes de diciembre,
de otra vida (otros días holgados) y sus
muertos!
Aunque no esté en el campo,
sufro por cada sitio donde estar para siempre,
por cada instante suyo,
cada trozo de humilde vereda entre retamas,
cada tapia y sus manchas de humedad en el
tiempo
cada encina y sus ramas cerca del cementerio...
© Carmen María Camacho Adarve
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