ARTICULO DE OPINIÓN POR CARMEN MARÍA CAMACHO REVISTA D´ESTUDIS DE LA VIOLÈNCIA Nùm. 7 - 1ER TRIMESTRE 2009 www.icev.cat
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Nùm. 7 - 1ER TRIMESTRE 2009
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Esclavitud infantil
Carmen María Camacho
Narradora y poeta.
Trabajos publicados en distintitos medios de comunicación, relato finalista en el
concurso por la igualdad de sexos Nadie pertenece a nadie, Titulo del relato
nomeolvides, Relato blanco y negro finalista en la editorial nuevo ser buenos aires,
relatos publicados en periódico Ideal (España), en Atina Chile, redactora de Mundo
Cultural Hispano, pagina personal de relatos y cuentos, bitácora personal, fotoblog en
HoyCinena del grupo Vocento El Reino Azul. Libro digital de poesía "poemas para la libertad" editado por publicatuslibros.com
http://carmencamachoadarve.blogia.com/
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Millones de niños trabajan como esclavos en el mundo. Cada minuto son más los
menores que trabajan por un mísero sueldo para ayudar a la precaria economía
familiar. Las cifras en Asia superan los 100 millones de niños explotados en África la
situación es similar.
Las causas, las encontramos en la pobreza extrema, analfabetismo y hábitos
sociales convirtiendo el trabajo de la infancia en uno de las lacras principales del
siglo XXI. Tailandia, Indonesia, China, India, Haití, Filipinas y Egipto encabezan el
ranking de países con un mayor índice de explotación infantil.
.
El sector textil, representa más de la mitad de las exportaciones de los países
asiáticos, emplea a millones de niños con sueldos equivalentes a un tercio del salario
base de un adulto. La mayor parte del material deportivo del mundo –pelotas de
fútbol, zapatillas, ropa, se producen con el trabajo de niños pakistaníes, las
plantaciones de plátanos de Centroamérica, las de azúcar de Brasil, emplean a
menores para cortar o cavar y los saris indios, los elaboran “artesanalmente” niños
que trabajan desde los cinco años, ganan diez rupias como mucho y sufren riesgos
laborales, amenazas y abusos.
Prostitución, pornografía infantil, venta de niñas y agencias de viajes que preparan
turnes con oferta sexual de menores incluida. Mas los cerca de ochenta millones de
pequeños que trabajan en las ciudades, recogen basuras, hacen de “animales de
carga” o empleados domésticos y los pequeños que viven en la calle sujetos a la
violencia, alcohol y drogas.
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Según la organización “Save the children”, actualmente hay unos 218 millones de
niños trabajadores en el mundo, con edades comprendidas entre los 5 y los 17 años.
Unos 126 millones, realizan trabajos peligrosos y unos 8 millones y medio están
atrapados en las peores formas de trabajo ilegal, degradante y peligroso, en
condiciones consideradas como esclavitud.
Alrededor de 40 millones de niños y niñas son sirvientes domésticos en todo el
mundo. De hecho, el trabajo doméstico es la primera ocupación para las niñas
trabajadoras de menos de 16 años. Algo que, en muchas ocasiones, se lleva a cabo de
manera clandestina.
La principal novedad del informe es que la esclavitud infantil en tareas domésticas no
sólo se lleva a cabo en países de América, Asia, África o Europa del Este. En lugares
como Francia o Reino Unido se obliga a “niñas africanas a trabajar como esclavas
domésticas”.12 y 17 años fabrican entre 12 y 17 años fabrican juguetes en
condiciones
La esclavitud infantil en China
Trabajan entre 14 y 18 horas. Tienen 15 minutos para comer y cuatro horas para
dormir en cuchitriles situados en las mismas fábricas. Al anochecer, las trabajadoras
son registradas para comprobar que no han robado nada. Con puertas de metal y
barrotes en las ventanas, estos talleres son como un cuartel militar. Así es como los
chinos son competitivos.
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Montar, empaquetar, montar, empaquetar, montar, empaquetar,... Las 600 jóvenes
trabajan como robots, sin levantar la mirada, darse un respiro o hablar entre ellas.
Todas han llegado del campo tratando de salir de la pobreza y aquí están, montando y
empaquetando muñecos de plástico, entre 14 y 18 horas al día, 15 minutos para
comer, permisos reducidos para ir al servicio y cuatro horas para dormir en los
cuchitriles situados en la última planta de la fábrica.
La ruidosa sirena anuncia el nuevo día mucho antes de que amanezca. Las
empleadas saltan de la cama, se ponen las batas y forman en línea antes de correr
escaleras abajo hacia sus puestos. La gigantesca nave está situada en las afueras de
Shenzhen, la ciudad más moderna del sur de China, rodeada de otros almacenes
parecidos, más o menos grandes, algunos con más de 5.000 empleadas.
En China se las conoce como dagongmei o chicas trabajadoras. Jóvenes y
adolescentes dispuestas a producir, producir sin descanso los jefes descuentan la
comida y lo que llaman “gastos de alojamiento”. Las cientos de miles de factorías de
mano de obra barata repartidas por todo el país son la otra cara de ese made in China
que ha invadido las tiendas de todo el mundo, desde los artículos de las tiendas de
Todo a un euro a las lavadoras o la ropa de marca. Las fábricas son su casa, su
familia, su celda.
Cada trabajadora es registrada al finalizar la jornada para comprobar que no se ha
llevado ninguna unidad de los juguetes, llaveros, gorras o cualquier otra cosa que
estén fabricando dentro del sinfín de productos elaborados a precio de saldo.
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Si quebrantan las reglas internas o no rinden al nivel esperado, un sistema de
penalizaciones permite a los jefes reducir el sueldo o los ocho días de vacaciones que
se conceden al año.
Miles de empresas estadounidenses y europeas -entre ellas medio centenar de
españolas-subcontratan fábricas chinas similares a esta para llevar sus productos a
Occidente al mejor precio. “Si no fuera así, no sería rentable y nos iríamos a otro
país”, reconoce un empresario estadounidense que mantiene cerca de 40 talleres en
el delta del río de la Perla, donde trabajan seis millones de niños.
En la entrada de la factoría de Jiaozhou, en la provincia de Shandong, se puede leer
su famoso lema: “Just Do It” (Simple-mente, hazlo). Dentro, 1.500 jóvenes, siempre
menores de 25 años, trabajan 12 horas al día, según el NLC. Se trata de una pequeña
parte de los más de 100.000 chinos que fabrican prendas deportivas en todo el país, a
los que hay que sumar 70.000 personas en Indonesia y 45.000 en Vietnam. “Con su
puerta de metal y sus barrotes en las ventanas, la fábrica se parece más a un cuartel
militar que a una factoría”, asegura en su informe NLC, que describe como “papel
mojado” los códigos de conducta creados por las multinacionales.
Pero son las fábricas de productos Todo a un euro, gestionadas y explotadas por
empresas chinas y otras por empresarios extranjeros, las que peores condiciones
tienen. La presión para abaratar los precios es mayor y detrás del negocio suelen
estar compañías desconocidas que no tienen que cuidar su nombre. El lema es
producir mucho, barato y rápido.
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La situación en China es especialmente desesperante para las víctimas de los abusos
porque el gobierno comunista mantiene la ilegalización de sindicatos y asociaciones de
trabajadores. “Aquellos que tratan de unirse para defender los derechos de los
trabajadores son encarcelados.
Las dagongmei, abandonadas a su suerte y sin nadie que las defienda, trabajan hasta
que sus cuerpos aguantan y después regresan a sus pueblos con lo puesto. El perfil de
la “chicas trabajadoras” de China es casi siempre el mismo: jóvenes de entre 14 y 25
años, sin estudios secundarios y dispuestas a enviar más de la mitad de su sueldo a
sus pueblos de origen. Muchas, cada vez más, terminan dejando las factorías para
prostituirse. “Es mejor que trabajar en la fábrica”, dicen las muchachas que ya han
dado el paso y ofrecen sus cuerpos abiertamente en las calles del centro de
Shenzhen.
No se sabe hasta qué punto el pueblo chino está pagando con sudor y con lágrimas
que la ropa, los electrodomésticos o los juguetes que compran los occidentales se
vendan lo más barato posible. Así suena la matraca incesante de la ley del made in
China: montar, empaquetar, montar, empaquetar.
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