Se Ha Puesto el Sol por E. Owen
Prólogo :
Fairfield,
El suburbio de Sydney donde vivo,
Es el más cosmopolita de Australia,
Es un lugar de transición,
Que cientos de inmigrantes y refujiados
Que no tienen al inglés como su primer idioma,
Llaman su primer hogar
Cuando recién llegan
A este país...
Se ha puesto el sol,
Las luces de los pasillos
Y las de las entradas de los edificios
De departamentos
Que rodean a nuestro « town house »,
Automaticamente abren sus brillantes ojos
Para lanzar sus vívidos reflejos
(como flechas ardientes)
Hacia la oscuridad de la noche...
Simultáneamente,
Los vecinos del barrio
Cierran las persianas,
Prender las luces interiores
Y el televisor,
Y
Terminan de preparar la cena,
Actividades que marcan
El comienzo del fin
De otro día de trabajo
En un hogar típico
De este vecindario
Donde viven caras de muchos colores,
Donde los diarios aconteceres
Se comentan en muchas y distintas lenguas...
Viviendo en uno de los departamentos
Encontramos a una familia,
Probablemente de inmigrantes o refugiados,
Como casi el cien por ciento
De los que vivimos en esta parte de Sydney,
Que al final de un largo día
Se reune para cenar :
La hija mayor
(arrastrando los pies)
Pone la mesa
(todos los otros hermanos buscan,
al unísono,
« algo que hacer »
para no acudir en su ayuda)…
El padre,
Comodamente sentado,
Esperando ser servido,
Ejerciendo sus derechos
De jefe de hogar que su cultura
Por generaciones le ha dado,
Balanceando una taza vacía de café en una de sus manos,
Cansado después de un día pesado de trabajo
(limpiando oficinas y baños que otros,
que hablan bien inglés, han ensuciado),
Semi-dormido,
Con los ojos cerrados,
Finje ver y escuchar las noticias en la tele,
Las cuales son narradas en inglés,
Idioma que poco entiende,
No habla
Y aún menos quiere...
La madre,
Sirvienta de todos,
(manteniendo la tradición familiar),
Mostrando el cansancio acumulado
Por generaciones y
A través de su vida de casada
Sobre su espalda, sus hombros y su rostro,
Se afana con los últimos detalles
De la cena
(sin la ayuda ni la simpatía de nadie,
sólo con un poco de asistencia
de su hija mayor,
que nunca deja de arrastrar los pies)...
El perro regalón de la familia
Después de haber degustado
Su comida vespertina
Que fuera cocinada
En una fábrica
Con restos de carne de vaca,
Pollo, cordero y canguro
No útiles para el consumo humano,
Echado en su rincón favorito,
Bosteza,
Preparándose para dormir
Su cuadragésima siesta ...
Siguiendo la ya establecida rutina,
Terminan las noticias,
Alguien apaga el televisor,
Ese mismo alguien pone un CD
Con música suave de origen indefinido,
Venida de cualquier parte,
Todos se sientan
En sus asientos permanentemente reservados
Alrededor de la vieja mesa
Que la familia adquiriera
(de segunda o tercera mano)
En una de las tiendas baratas
(que ahora se han encarecido)
del Ejército de Salvación...
La familia come en silencio
El ya típico menú del día martes
Sin mayor entusiasmo:
Nadie felicita a nadie
O da las gracias
Por lo cocinado,
Nadie le habla a nadie
Acerca de nada.
Sólo se escuchan
Los ocasionales sonidos
Que hacen los cuchillos,
Los tenedores, las cucharas
Al rascar los platos,
Y los vasos
Al chocar con la jarra del agua
O
Una que otra boca
Mal educada,
Al masticar
(el hermano menor come
con los oídos
taponeados por la música
proveniente
de su toca CDs
heredado de su hermano mayor,
quien ahora tiene un « iPod »);
el mayor cena
con los ojos pegados
a un libro de texto
que poco comprende,
pero
que tiene que estudiar...
Una vez que el rito
Ha concluido,
Todos se ponen de pie
Y diciendo menos que nada,
Nuevamente
Sin darles las gracias a nadie,
Sin despedirse de nadie,
Se retiran a descansar…
La hermana mayor,
(que sigue arrastrando los pies),
Retira los platos,
Recoje el mantel,
Limpia la mesa.
Todo ésto
Mientras lanza algunos
Tímidos suspiros,
Cada uno acompañado
Por pequeñas pausas
Y breves pensamientos
De lo que su vida
Podría haber sido
Si no hubiera nacido la hija mayor,
Si hubiera nacido hombre :
Su cara es el retrato perfecto
De la resignación...
La madre y su hija mayor,
Grandes amigas,
Lavan todo lo que hay que lavar,
Todo lo que se ha ensuciado
Al cocinar y comer,
Mientras juntas suavemente tararean
En su idioma materno,
Como en un susurro,
El último éxito musical
En su país de origen
De hace quince años atrás
(El perro familiar
cerca de ellas revolotea,
esperando que le den
los pocos restos de comida
que en los platos
han quedado)...
Un par de horas después
De haber terminado la comida,
El silencio del departamento,
En cada dormitorio,
Se contamina con el ruido
De algunos bostezos,
De la suave música proveniente
De una radio de velador,
De los rasgueos inciertos de una guitarra
Desafinada y afónica,
Del quieto silábeo
Del hermano mayor
Que continúa leyendo
Con dificultad
Y sin mucho comprender
Su libro de texto,
Y uno que otro ronquido
(el hijo menor
trata de quedarse dormido
con los oídos
aún taponeados por la música
que escapa del viejo toca CDs)...
Hoy,
Como todos los días,
Nadie le contó nada a nadie,
Nadie le deseo a nadie
Unas buenas noches,
Nadie le dijo a nadie
Hasta mañana...
Cada miembro de la familia
Vive su vida :
Esta es una familia típica
Del siglo veintíuno en Fairfield,
Todos viven juntos,
Compartiendo el espacio
De un departamento,
Disfrutando de su soledad individual...
Epílogo :
A la mañana siguiente,
La misma historia se repite al desayuno...
Después,
Todos,
Menos la madre y la hija mayor,
Se marchan en distintas direcciones,
A lo largo y ancho de Sydney,
Caminando,
En sus coches
O
En el metro
(que aquí llamamos tren)
Para ir a estudiar o a trabajar,
Nuevamente
Sin despedirse,
Sin darle las gracias a nadie
O
Desearle a nadie un buen día...
Todos se alejan del departamento,
Soñando con el día
En que puedan vivir
(independientes de su familia)
Como viven los « gringos »,
Como viven los « verdaderos australianos »,
Como viven « los dueños del país »,
Como viven los que hablan inglés...
E. Owen
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