Mariíta
Mariíta
Mariíta no debería llamarse de éste modo. Para mi concepto debería llamarse Mariota, o Marianota, o Marigrandota. Porqué el diminutivo de un nombre a una descomunal mujer. Si, porque ella es grande, muy grande.
Mide cerca de dos metros de alto y de ancha, casi , uno con cincuenta centímetros.
Cuando camina con su paso elefantino debería tener en cada nalga, un aviso como el de los camiones: el de anchilarga.
No me explico el porqué de Mariíta con semejante tamaño de mujer.
Será Mariíta por el tono de su voz. Melifluo, cuando habla con el cuidado de un gato ronroneado. Pero es chillona y estridente y logra emitir una entonación extra alta, una voz que puede romper platos y copas en una vitrina a cincuenta metros de distancia, tan solo con uno de sus chillidos escalofriantes.
Su esposo es un hombre menudo, es todo lo contrario a ella, es su antitesis; es pequeño, esmirriado, flaco, enjuto, y con una entonación de voz muy grave. Ambos contrastan entre sí como aceite y vinagre.
Se conocieron cuando ella aún, era por supuesto alta, pero delgada, estaba en la línea como dicen, no le importó que él fuese un hombre pequeño, quedo cautivada con su voz, que la dominaba casi hasta el hipnotismo. Y….. Por su voluminosa billetera.
Ella blanca, él moreno.
Ella alta, él bajito.
Ella chillona, estridente.
Él serio, austero y hasta pichirre y con una voz de trueno
Ella voluminosa grande, gorda, escandalosa.
Le encantan las fiestas, es la primera en organizar programas y paseos, siempre la primera en reír, la primera en llegar a las reuniones y parrandas. Su debilidad es el champán y el vino blanco del Rhin, lo que la hace más locuaz e impertinente en sus disertaciones y chismorreos.
Y así andan los dos parados en este mundo
Cuando ella le habla en sus enojos y discusiones, da la impresión que le cascara, y casi lo hace, pero muy al interior de él, sale un chorro de voz, su única defensa y ella se aquieta, convirtiéndose en un clásico gatito.
Cuando habla por teléfono con esa vocecita parece ser una niña que le ha robado el aparato a su madre, y se anuncia es: Mariíta quiero que me pases a fulanito…..
A ella le gusta mucho el arte en todos sus conceptos.
Le gusta pintar y es fanática de kandinsky, colorea por doquier con sus pinceladas cromáticas tratando de imitar a su pintor favorito. Y muchas de sus pinturas parecen haber sida hechas por el movimiento de la cola estrafalaria de un alegre can.
Canta con su voz de niña gritona, chilla a viva voz los altos de un aria, y hace vibrar sillas y mesas de las habitaciones de sus vecinos, que salen corriendo con el temor de haberse iniciado un terremoto, o creyendo que el marido trataba de asesinarla apretando su cuello. Así que cuando canta es toda una sirena de ambulancia en un apretado tráfico al mediodía.
Escribe; hace versos. Es toda una poeta de céfiros vuelos y allí no anda tan mal. Su poesía es sonora, suave, tierna, apasionada, refleja su hermoso ser interior lleno de espiritualidad.
Toca instrumentos musicales. Le gustan la guitarra y el piano sus bártulos favoritos, y cuando la toca, ésta de repente se transforma, se convierte en un pequeño instrumento en su voluminoso ser, parece que se perdiera entre los recovecos de su cuerpo. El traste se pierde en su mano y no sé como puede mover los dedos con agilidad para poder proyectar delicadas notas, cuando las manazas ahogan tan delicado instrumento.
Y cuando toca el piano solo una mano basta para abarcar dos octavas, chapurrea las notas en un solfeo delicado, dándole quejumbroso sonido a su pieza favorita.
Pero a pesar de todo, la extraña pareja se quiere, él trata de complacerla en todo, mejor dicho, en casi todos sus caprichos, y van de la mano juntos por las calles viendo vitrinas y comercios. Ella con su paso elefantino y el con su traje negro y los ves alejarse por la vereda en los atardeceres, y observas como ella eclipsa con su cuerpo al de él y a lo lejos pareciera que ella caminara sola acompañada de su paraguas.
Nota: Los personajes de esta comedia son ficticios, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.
© Rubén Patrizi
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