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Columna

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GRANADA
Los caprichos de Defensor del Pueblo
Enrique Múgica protagonizó durante su visita a Granada una serie de anécdotas y situaciones desconcertantes que evidenciaron una mala educación y su desinterés por la realidad social actual.

Cada uno se suicida como quiere y yo prefiero hacerlo así».  Con esta expresión tan rotunda contestó el Defensor del Pueblo Enrique Múgica Herzog a un comensal durante la cena coloquio en el club de Opinión que organiza la Asociación de la Prensa de Granada que le había preguntado su opinión sobre la Ley Antitabaco.  Y lo dijo con un gran puro en la mano en una zona del comedor del hotel donde se celebraba la cena y que improvisadamente se tuvo que habilitar para fumadores. Pero esa no fue la única anécdota desconcertante que el Defensor del Pueblo protagonizó durante su estancia en Granada.  Su visita estuvo sembrada de actuaciones en las que era difícil entender que esa persona había sido nombrada por el Parlamento español para defender a los ciudadanos de sus posibles problemas con la administración pública.  Otro de los comensales le hizo otra pregunta:  « ¿Está haciendo algo el Defensor del Pueblo sobre el dramático expediente de regulación de empleo en la Radio y Televisión Española?
 «  No sé los términos de esa regulación, así que no puedo opinar».  «Pero es que hay en peligro 3.000 puestos de trabajo y algo tendrá que decir el Defensor del Pueblo.  Y más sabiendo que han acudido a usted para que intervenga en este conflicto», le contestó el moderador del debate y presidente de la Asociación de la Prensa de Granada Antonio Mora.  «Le repito que no conozco los términos de esa regulación.  Y yo nunca opino si no conozco algo.  Además... yo que sé», dijo encogiéndose de hombros y pidiendo otra pregunta.  Lo que si parece que dejó claro durante el coloquio es que tiene 74 años, que le quedan cuatro para su mandato como Defensor del Pueblo y que ya hay pocas cosas que le interesen.

En el restaurante

Y es que Enrique Múgica no se portó como esa persona cargada de experiencia y sabiduría que todo el mundo esperaba, sino como alguien caprichoso y maleducado dispuesto a coger una rabieta si alguien le llevaba la contraria.  A mediodía, en un conocido y afamado restaurante de la capital, el Defensor del Pueblo llegó a rechazar hasta tres platos que los camareros le ofrecían.  Dijo que nada de la carta le gustaba y que prefería dos huevos fritos.  Para el vino fue más exquisito ya que pidió vino Viña Ardanza reserva.  Los cocineros y camareros sentían tal afrenta que estuvieron a punto de acudir al Defensor del Pueblo para defender su dignidad.  El único problema es que el Defensor del Pueblo era precisamente el cliente. 

Para buscarle un hotel fue toda otra odisea.  Prefería uno que tuviera

 

alfombra roja o moqueta.  «Bueno, para una noche...  Después de haber pasado tres años en la cárcel estoy acostumbrado a dormir donde sea», dijo tras rechazar también el segundo hotel y cuando ya se le estaba buscando un tercero.  En cuanto a los puros, varias personas tuvieron que movilizarse para encontrar aquellos que él quería. 

El Defensor del Pueblo había sido invitado por la Asociación de la Prensa de Granada para intervenir en su Club de Opinión.  Varios directivos lo acompañaron en todo momento en su estancia en la ciudad y procuraron hacérsela lo más agradable posible.  Pero no lo consiguieron. 

Despotricó de la exposición escultórica de Igor Mitoraj y ante un comentario del presidente de la Asociación de la Prensa sobre el tradicional conservadurismo granadino y sobre un pequeño sector de la población que había rechazado la ubicación de la muestra frente a la Basílica de las Angustias, manifestó no extrañarse de que esta ciudad hubiera matado a García Lorca. 

Los despropósitos verbales del Defensor del Pueblo culminaron cuando se le hizo entrega de la reproducción de una de las columnas de la Alhambra que representa la unión de las culturas árabe y cristiana.  «Este regalo irá a parar a mi museo particular de los horrores», le oyó decir uno de los comensales, haciendo gala reiteradamente de su ascendencia judía.

ANDRÉS CÁRDENAS.


 

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