Muerte anunciada
(Dicen en los papeles)
Nadie sabía con certeza cuando dejo de respirar Manuel. En torno a las doce y cuarto de medio día alguien que pasaba por allí se dio cuenta que estaba muerto. Solo. Acostado en un banco de aluminio, entre el ir y venir de la gente. En el Gran Eje. Manuel se entrego a la muerte a sus sesenta y cinco años: Su cuerpo flaco, macilento, y sucio, cubierto con ropas oscuras desaliñadas. Rodeado por unas bolsas de plástico donde guardaba sus pertenencias. Su paraguas, su bastón, y algunos parientes lejanos.
La muerte de un excluido mas. Reservado y solitario a pesar de todos los que habían intentado salvarlo de su muerte anunciada.
Manuel de sesenta y cinco años, era u marginado. No un mendigo. No un pobre. Hubo un tiempo en el que trabajo y cotizo a la Sanidad Social. Tenía un piso en propiedad. –Cerca demasiado cerca del banco donde murió- contaba con una paga del Estado que le habría salvado para vivir con dignidad. No estaba en sus cabales uno de los males que padeció era Síndrome de Diógenes: Acumulaba toda clase de basura kilos de porquería en su casa tanta como su fragilidad le permitía recoger de las calles. Sus vecinos de bloque lo habían denunciado en varias ocasiones. Por tener la vivienda llena de basura. La ultima denuncia la pusieron en noviembre, cuenta los vecinos, que le había prendido fuego a objetos que acumulaba… y es que según esta escrito en la denuncia a Manuel le cortaron la luz y el agua. Cuando tenía frío encendía hogueras para calentarse dentro de la vivienda y en la calle. Los agentes de la policia Municipal, se personaron por orden judicial, varias veces en el domicilio de Manuel para ordenarle que depusiera su aptitud. Operarios del Ayuntamiento limpiaron y desinfectaron el piso. Sacaron dos camiones llenos de basura.
Desde entonces dejo su vivienda y se echo a vivir a la calle. Fue cuando empezamos a verlo husmear en los contenedores y en las bolsas de basura o paseando en el Gran Eje en la calle donde ha muerto. Arrastrando su cojera, su artrosis, -sabes me decía- “es la reuma que me mata”. No mendigaba ni causaba problemas a la gente. Su forma de ser era la de un hombre tranquilo: De baja estatura, muy delgado, el pelo ralo, color marrón, de ojos negros y vivarachos, con una perilla puntiaguda. Arrastraba su cojera apoyado en su bastón –nuevo-, “es por la reuma ya sabes el sol me hace bien a los huesos”. Nunca iba bebido con nadie se metía. Ni mendigaba ni era pobre. Algunos vecinos le bajaban comida ya que rehusaba el dinero. Otras veces pasaba el día sentado en el portal del bloque de pisos donde vivo (su banco esta sin inquilino frente al portal).
Mis vecinos también se quejaban del mal olor que desprendía Manuel, y llamaban unas veces a los agentes otras a la ambulancia. Varias horas después lo devolvían a su banco. ¿No se puede hacer nada por ese hombre?, -me decían- ya no es el mal olor ya es que se va a morir en a calle. Asuntos sociales ni lo atendía ni hacia caso de él por más que llamásemos para que lo recogieran de la calle.
-Pero hombre, ¿Por qué no se va con ellos? -le preguntábamos- Seguramente lo atenderán, ¿no ves que estás enfermo? Y sacaba de los bolsillos de su raída cazadora un fajo de billetes -¡cojéelos¡- que tu eres joven y te hace mas falta, ¿Que por qué vives en la calle?. Manuel
-Estoy esperando a mi hermano.
- ¿Quieres que lo llame por teléfono?
-¡no que va! –Me respondía- “¿pa qué te vas a molestar si ya mismo viene a por mi?”.
Subía a casa y una vez mas llamábamos los vecinos a la policia. Venían, lo miraban, le registraban las bolsas, hablaban con Manuel, lo dejaban sentado en su banco. “No podemos hacer nada”, si no quiere acompañarnos así están las leyes tiene que venir de forma voluntaria. “No hay sitio para los enfermos mentales” lamentamos mucho esta situación y se marchaban.
Compraba sus cosas en las tiendas y las pagaba sin meterse con nadie. Cada cierto tiempo, cuando ya estaba muy sucia su ropa, adquiria otras en las tiendas de todo a cien, se desnudaba allí mismo, y salía con la nueva puesta.
Ayer a las ocho de la mañana agentes de la policía sacaron a Manuel, aun vivo, de un cajero automático. Había pasado la noche resguardado del frío allí horas después el local olía a pies y a heces. El olor de la exclusión social. Los policías lo acompañaron de nuevo a su banco donde paso sus últimos días de vida.
-¿Manuel otra vez no te has ido con ellos?
- Buenos días,no he querido -me respodió- mientras encedia un cigarrillo.
-¿y como estas esta mañana de tus achaques?.
-Voy tirando ahora me pondre un rato al sol ve con Dios y ten un buen día.
Esas fueron las últimas palabras que cruce con él minutos más tarde lo encontré sin vida.
No quiso irse. A los diez minutos de esta conversación, la gente se dio cuenta de que había muerto.
Tenía un comportamiento tranquilo. Y esa paz que asombraba. Murió en soledad. Sobre el frío aluminio del banco. Tumbado con la cabeza recostada sobre el brazo de piedra fría.
El concejal de asuntos sociales; ha declarado en la prensa que puso el asunto en manos de los forenses para que “emitieran informes que diga si este hombre podía decidir pos si mismo o si tenían que ser sus sobrinos o las instituciones las que intervinieran”. Nadie lo hizo.
Es la imagen de la modernidad: Grandes avenidas, parques, zonas de ocio, aparcamientos subterráneos, carreteras, millones invertidos en ciudades del siglo veintiuno. ¿Hay derecho a que un ser humano muera de frío como un perro abandonado en una gran avenida?, ¿se pude volver la cara a la locura?, ¿a la indigencia? En esta ciudad pequeña más de cincuenta personas viven en la calle. No. No es ético. Si hay soluciones: Se pueden crear centros para enfermos mentales dignos. En España cuando nos encontramos con alguna persona que vive en la calle con problemas mentales es muy difícil conseguir ayuda, no hay recursos en este País, para ellos solo hay centros privados ya que supone un coste muy alto.
¿Cómo se llega a esta situación? A vivir en la calle; la violencia sufrida en la juventud y en la infancia, el abandono de los familiares, de las instituciones, la bebida, las drogas, un desengaño amoroso, un divorcio, depresiones, perdida de seres queridos.
“Ese que vive en la calle” ¡es un vago! Quiere vivir de ese modo es su elección personal. ¡Que trabaje que tiene dos buenas manos!
Problemas que surgieron en u momento en el que no tenia el apoyo de nadie, ni sociedad, ni familia, ni amigos. El final es vivir en la calle lo sangrante morir en la calle también.
Seamos todos conscientes no estamos libres ninguno de nosotros de un final dantesco e inhumano.
Los que miran hacia otro lado un día cualquiera les pagara la vida con la misma moneda. Esta historia de miseria humana debe servirnos de reflexión sobre estas circunstancias, que venimos denunciando desde hace mucho tiempo.
Manuel falleció como consecuencia de una parada cardiaca presuntamente debida al frío.
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