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Entrevista a Bryce

Entrevista a Bryce ENTREVISTA A ALFREDO BRYCE

Mª Luisa Páramo

Licenciada en Lingüística y Periodismo. Doctoranda del Dpto. de Filología Española III (CC Información UCM)

"Mi literatura nace de un empacho de asombro. El escritor es un ser sorprendido"

"La dificultad de expresar sentimientos conduce a la ruptura del párrafo, que está muy ligada también a la narrativa oral"

"Mi escritura es un proceso de recaptura mediante la memoria y de reelaboración mediante el oficio"

 on la publicación de Huerto cerrado, en 1968, se abría una nueva y sorprendente página en la literatura, sobre todo en la literatura que se escribe en español. En esa página, Alfredo Bryce Echenique ha ido trazando un personalísimo camino creativo que, partiendo de Perú, ha recorrido también otros continentes, a veces por las amplias avenidas de la memoria, a veces por los estrechos callejones del sentimiento, ahora yendo, luego regresando, teniendo siempre como única guía la propia sensibilidad y, como vehículo, ese estilo característico que hace creer a quien se deja llevar por él que es oyente de lo que lee.

Tras aquel primer libro de cuentos llegaron otros, pero llegaron también novelas, como Un mundo para Julius o ese memorable díptico en el que Martín Romaña navega por los mares de la imaginación y del sentimiento a bordo de un sillón Voltaire.

Bryce Echenique sigue escribiendo y se encuentra quizá en un momento de plena madurez literaria. El pasado 1995 ha sido para él un año muy fértil, sobre todo en el terreno editorial: el hito principal lo marca la publicación de su por ahora última novela No me esperen en abril (Anagrama); por otra parte, Espasa Calpe ha editado una antología de su narrativa bajo un título indudablemente cargado de sugerencias, Para que duela menos, interesante panorámica apoyada en un sólido estudio que, a modo de introducción, ha realizado el crítico Juan Ángel Juristo sobre la obra del escritor peruano; al acabar el año, aparecía además en el mercado el volumen Cuentos completos (Alfaguara), una recopilación de sus relatos y de otros textos muy característicos.

Resulta obvio decir, por tanto, que últimamente se ha hablado y se ha escrito mucho sobre la obra de Alfredo Bryce Echenique. Así que nuestra conversación en su casa de Madrid se planteó desde el principio como un abordaje a la figura del escritor y su proceso creativo, más que como repaso de sus ya numerosos libros publicados, desde la certeza, claro está, de que autor y obra no son fácilmente separables, y menos en este caso.

Acababa de volver a España después de pasar una temporada en los Estados Unidos como profesor invitado por la universidad de Yale. La charla se desarrolló sin prisa. Su actitud era a veces concentrada, hurtando la mirada apenas entrevista; otras veces divertida, con una risa más guasona que alegre. Su voz, pausada, fluyendo bajo la visera de un bigote muy poblado, parecía provenir de muy adentro.

- Hay quien escribe por necesidades de expresión y quien lo hace con el objetivo de vivir de la literatura; otros incluso ansían la fama y la inmortalidad. ¿Cuál es su caso?

- Uno escribe por necesidad. Lo hago porque me gusta, porque me encuentro cómodo en ello. Desde niño fui siendo conducido a la conciencia de que lo que deseaba era escribir, antes de desear ser escritor, y después fui asumiendo el oficio con todas sus consecuencias. Siento la necesidad de hacerlo, constantemente pienso en ello; en fin, es algo que está ligado totalmente a mí y ya una parte importantísima de mi vida es escribir. Le he dedicado muchos años e incluso mucho trabajo extraliterario. El hecho mismo de haberme venido a Europa y haber dado clase en colegios y universidades por aquí y por allá era probablemente porque no pensé nunca que la literatura era un oficio que me iba a dar de comer. Si eso lo he conseguido al cabo de los años, es un resultado pero no es una búsqueda. En cuanto a la gloria y la fama, no van mucho con mi carácter.

- ¿De qué se nutre? De la memoria, la imaginación, las musas, la literatura ajena, el buen oído...

- Yo creo que la memoria influye mucho en lo que escribo, es un proceso de recaptura mediante la memoria y de reelaboración mediante el oficio, el trabajo, la imaginación. No creo que deje nada a las musas, las musas son el trabajo y nada más. Y sí, en mi vida hay dos tipos de experiencia que se marcan en la literatura: la vital, la que me ha dado el ser quien soy y como soy, mis viajes, mi estancia en distintos países, mis recuerdos de Perú, mis recuerdos de Europa, los muchos años que llevo ya por aquí; y la otra experiencia, que yo creo que es muy importante, es la cultural, el hecho de haber sido durante mucho tiempo profesor universitario y haberme dedicado a la cultura latinoamericana, no solamente a la literaria, sino a la sociológica, a la política, etcétera. Y haber leído tanto. Es importantísima para mí la literatura; en los momentos en que escribo leo mucha novelística y literatura en general. La literatura de los demás me ha servido mucho, me ha estimulado. Una buena novela es un gran acicate para una persona que está escribiendo; tal vez lo sea para mí en particular, porque siempre he sido un escritor más intuitivo y emotivo que racional: necesito estímulos -que suelen venir de los libros, de la grandeza de la obra de otro- que me hagan sentir que también yo quiero escribir, que me justifiquen un poco. Nunca he sido demasiado profesional, en el sentido frío del término, necesito estímulos afectivos para escribir y llego a establecer relaciones muy afectivas con determinados libros. Hay escritores importantes a los que uno vuelve siempre: esta mañana estaba leyendo unas cosas de Stendhal, por ejemplo; este otoño que he pasado en Estados Unidos he leído mucho a Rabelais y a otros clásicos franceses y todo eso me espolea. Hay algunos estimulantes seguros, como Cervantes, pero también los hay imprevistos, porque de repente puede caer en tus manos una buena novela de algún joven, de algún amigo, y eso también es un estímulo.

- ¿Esta comunicación entre vida y literatura es abierta y total o hay algún filtro?

- Es una comunicación abierta: los libros que uno lee y le emocionan, uno los vive, es vivir la emotividad. Descubrir a un escritor como Céline o leer algunos cuentos de Hemingway son vivencias que trazan una especie de río profundo entre vida y obra. Definitivamente lo creo. No tengo una actitud racional y crítica ante la obra de otros, simplemente admirativa.

- ¿Se siente usted un personaje literario? Porque lo es, ¿no? Al menos anda alguno por ahí circulando con su nombre.

- Persona literaria, mejor que personaje literario. Sí, soy una persona que vive mucho la literatura, que vive con ella y para ella y de esa forma todo me alimenta, incluso las cosas más alejadas de los libros acaban siendo literarias para mí.

- ¿Qué importancia tienen para usted los lugares?

- ¿Los lugares? Depende: si hay amigos en ellos, tienen mucha importancia; si no hay amigos, normalmente los tacho del mapa para no volver más. A mí me interesa el paisaje humano. Cada día me doy más cuenta de hasta qué punto me molesta viajar a donde no se me ha perdido nada, a donde no hay nadie que me espere.

- ¿Hay algún lugar al que desee volver?

- Me gustaría mucho volver al Perú, a Lima, a mi ciudad, a la costa, porque el país de uno es también amigos y paisaje.

- ¿Entonces se sigue sintiendo peruano?

- Sí, claro que me siento peruano, es difícil dejar de sentirse peruano. Nunca se llega a ser otra cosa, ni se debe intentar.

- ¿Tiene usted voluntad de estilo? Ese estilo oral, como tantas veces se ha llamado, ¿es natural o está muy pulido para llegar a conseguir las metas que se propone?

- No sé si puedo hablar de voluntad de estilo. Llegué a este estilo escribiendo y leyendo. Muchas veces he explicado la deuda que tengo con Julio Cortázar y con algunos escritores más, pero sobre todo con Julio por el momento emotivo en que lo leí: acababa de terminar mi primer libro de cuentos, me sentía lleno de ciertas ataduras, con ciertos temores de infringir la regla, el academicismo, la sintaxis, la gramática, y Cortázar fue para mí una especie de ventarrón de libertad con su manera deshilachada, rota, de crear un párrafo, sobre todo en sus relatos, que es lo que yo leí en ese momento. Eso me llevó a redactar un cuento, "Con Jimmy, en Paracas", que no estaba en ese primer libro, Huerto cerrado, y con él reemplacé el segundo de los relatos que no me gustaba nada, ¡y en ese relato me encontré, encontré mi estilo! Luego ha ido proliferando de un libro a otro, extendiéndose o haciéndose más conciso dependiendo del tema, de la envergadura de la obra y de lo que uno pretenda en cada caso. Ese estilo con el tiempo sufre cambios, quizá porque se enaltece y se va casi hasta escapárseme de las manos -que es una de las cosas que más trabajo me cuestan, evitar que se me escape de las manos-, pero no es algo preconcebido. Yo no podría escribir de otra manera, aunque mis libros vayan teniendo variantes o sigan distintos derroteros de sentimientos, porque es un lenguaje muy afectivo el que creo al escribir. A veces reflexiono sobre este aspecto, o alguien me lo comenta, o leo algún artículo crítico sobre mí y tomo conciencia de ello, pero sobre esa toma de conciencia aún incide más trabajo, más escritura. Si mi estilo es oral, que lo es, la oralidad me cuesta mucho, porque no es grabación, es sensación de oralidad, de libertad de expresión, pero en el fondo es fruto de mucho trabajo, de mucha corrección. Y cada vez más.

- Llevando al extremo esa oralidad, ¿no le gustaría ser un cuentacuentos, o un juglar?

- Admiro la bondad de los cuentacuentos porque en realidad no dejan huella, sólo está el momento de alegría y de emoción que provocan en un auditorio. Yo he querido llevar ese homenaje y esa admiración a mi obra. Además, también me gusta contar un buen cuento oralmente en momentos determinados; antes lo hacía con mayor frecuencia, tal vez ahora no lo hago tanto porque con los años uno prefiere guardar sus energías para la escritura. Pero gozo con el espectáculo de la narrativa oral, hablada quiero decir, porque he tenido la suerte de conocer a narradores orales magistrales. La pena es que esa gente no deje nada escrito, porque es demasiado reducido el ámbito de los auditorios.

- La digresión, tan característica en su obra, ¿es un recurso narrativo o es un reflejo de una digresión vital y existencial?

- Las dos cosas. Es un recurso narrativo porque, en una literatura emotiva y sentimental como es la mía, la digresión es fundamental: la dificultad de expresar sentimientos conduce a la ruptura del párrafo, a que la frase entre por un lado del túnel y pretenda salir por otro lado que no existe, aunque luego vuelva al camino. El desorden de la sensibilidad y la emotividad está ligado a ese no terminar una cosa y empezar con otra, de ahí que haya escritores -yo no tanto, aunque lo podría hacer si reflexionara sobre ello- que acuden con frecuencia a signos como los puntos suspensivos. Dejar unas cosas sugeridas para entrar en otras y quizá después retomar aquéllas está muy ligado también a la narrativa oral, a esos cuentos que muchas veces no tienen ni principio ni final, y todo eso ha ido brotando en mis libros por la necesidad interna de contar tal y como yo soy. Uno de los aspectos más autobiográficos de mis libros es la sensibilidad y el placer que encuentro en la escritura.

-¿El género supone una atadura?

- No, nunca he sentido el género como atadura. Gómez de la Serna se topó con todos los géneros y ninguno, ejerció todos en uno, y a mí estas cosas me seducen. Hay géneros que no he trabajado porque no tiendo a la forma aquélla específica, pero en mi prosa hay aspectos teatrales y aparecen versos sin rima y sin medida, así que puedo decir que he tocado esos otros géneros. A mí particularmente más bien se me presenta el problema de la extensión en la narrativa. Siempre digo que estoy nostálgico del cuento porque me gusta escribirlos, por eso suelo alternar la novela y el libro de relatos, pero la necesidad de escribir historias largas me ha hecho romper esa alternancia y ahora estoy pensando en nuevas novelas.

- Pero éste era el turno del cuento, ¿no?

- Es probable que pronto vuelva a escribir cuentos porque requieren menos tiempo. Mi dedicación a la literatura es tan intensa que en cuanto tengo que atender un par de torpezas burocráticas ya no tengo ganas de escribir, me siento impuro para la literatura, contaminado por la sociedad y por las incomodidades de la realidad. Ahora quiero escribir un par de novelas -que no serán muy extensas, lo intuyo por los temas- y espero dejar una terminada y la otra tenerla al menos muy avanzada antes de un viaje de retorno a Perú que tengo pensado para pasar allí un tiempo largo. Espero no volverme loco el primer año de readaptación, que será atroz, que será kafkiano burocráticamente. Además, esta vez tengo que plantearme la mudanza; al venir a Europa me fue suficiente con una maleta, pero ahora tengo que levantar una casa y eso es algo que me quita el sueño. Pasará un año entre una cosa y otra y ahí aprovecharé para escribir cuentos, aunque sea con la mínima estabilidad. Tengo una carpeta llena de temas para narraciones cortas, incluso alguna iniciada, muchas notas, pero no estoy todavía en el momento de escribirlas. Es triste: pienso que algún día puedo ir a la carpeta y ver que todo eso se me ha enfriado.

- ¿Qué es la lengua para usted? ¿Un simple material de trabajo?, ¿una amiga?, ¿una enemiga?

- Para un escritor es una amiga y una enemiga. El escritor tiene que pelearse con ella mientras va creando la suya propia dentro de esa otra que es común a todo un mundo, llámese en este caso español o hispanoamericano, porque es la misma lengua, y en ello estamos. Yo escribo literatura en lengua castellana y no voy a hacer nunca literatura en ningún otro idioma. Es también el útil de trabajo, es la herramienta, y unas veces se utiliza mejor y otras peor. Hay que jugar con ella, luchar con ella, estirarla, pero son una maravilla sus posibilidades.

- ¿No hay mucho inglés en sus obras?

- Es algo autobiográfico, vivencial. Yo he tenido una formación anglosajona que se suma a las canciones que he escuchado, el cine que he visto -sin subtítulos, por supuesto- y la literatura que he leído y a la que vuelvo cada cierto tiempo. Esto se tiene que reflejar en una literatura emotiva, es inevitable: si quiero hacer una literatura que esté mezclada de vida, tengo que poner en ella lo que es la vida para mí.

- ¿Verbo, sustantivo, adjetivo?

- ¿Con cuál me llevo mejor? Nunca me lo había planteado así, pero me enteré por un estudio lingüístico que alguien hizo sobre mí que no hay nadie que adverbialice más los adjetivos, los sustantivos y lo que encuentre por delante.

- ¿Qué diferencias ha podido percibir entre literatura y periodismo?

- La diferencia está en el encargo: que me pidan un artículo sobre tal tema no es lo mismo que escribir lo que me apetece y luego ver dónde lo publico. Sé que hay una diferencia pero yo no he sabido estar a la altura de esa diferencia: mi periodismo ha sido muy literario y, en la medida en que lo ha sido, me he encontrado a gusto al escribirlo. Hay artículos escritos por mí de la nada, podríamos decir, que me encantan, y otros sesudos y concienzudos de los cuales me he aburrido; he querido cumplir con mi deber, estar a la altura del compromiso, pero no ha sido igual el resultado. Porque yo, si estoy a gusto, tiendo a extenderme y, claro, si me dicen tantos folios, cuatro o seis, ya le están poniendo una traba a mi manera de escribir.

- Los críticos hablan de extrañamiento al referirse a la actitud ante la vida que muestra en su literatura. ¿Qué le extraña de la vida?

- ¡Uf! Me extraña todo casi. Mi literatura nace de un empacho de asombro, es la única forma que tengo de darle respuesta a la angustia, al miedo, al aburrimiento que me produce la realidad. A veces veo las cosas con un temor que no se justifica. El escritor es un hombre sorprendido.

- ¿Y el humor es una defensa?

- Puede serlo. En la medida en que me hace soportar las cosas con menos amargura, con menos cólera o con menos temor, sí, es un paraguas o un pararrayos vital. De todas formas, está ligado a mi persona, no puedo escribir sin reírme un poco.

- ¿Y el amor?

- El amor es un motivo de sorpresa. He querido mucho en la vida. Mis amigos lo saben.

- Habla usted de amor, de afecto; ¿no se cree, sin embargo, el ombligo del mundo?

- ¡El ombligo del mundo es el Cuzco! No, mi actitud sentimental no me lleva a querer ser el centro de las cosas, sino a estar en el centro de ellas.

- ¿Qué es lo que más valora de su herencia familiar?

- El humor. Vengo de una familia que se ha reído mucho siempre y eso me ha marcado. Nunca hemos tenido una buena relación con la realidad, somos gente un poco sobrepasada por los acontecimientos y reaccionamos mediante el humor. Las reuniones de la familia de mi madre son increíblemente graciosas.

- ¿Se ve Perú mejor desde fuera?

- Habría que comparar la respuesta de un peruano que esté dentro con la de otro que esté fuera. Uno que vive allí diría ahora que está en el quinto cielo; y yo, que estoy fuera, me pregunto si tanta ilusión corresponde a la realidad. Después del horror la gente ha necesitado sentirse viva, no tener miedo a salir a la calle y eso se ha plasmado en un régimen autoritario, eficaz en muchas cosas. Los peruanos están viviendo una sensación maravillosa de posguerra, no les gustan los ruidos estridentes, les traen malos recuerdos. Hace unos meses estuve allí y asistí a una escena curiosa: unos niños hicieron estallar unos petardos y eso provocó una enorme ansiedad entre las personas que estaban cerca; a mí sólo me molestaron por el ruido, pero a ellos les traían evocaciones dolorosas. Entiendo que esto ocurra después de haber sufrido pavor. Hoy muchos peruanos pueden decir que están viviendo en el país de la bonanza y del neoliberalismo, pero la miseria que uno ve desde fuera -y cuando vas allí lo sigues viendo desde fuera porque no conectas con la sensibilidad de la gente- a mí me da miedo. Desde luego yo no lo veo tan bien como lo ven ellos, pero llega un momento en que digo que, si están tan contentos de todo y las cosas les parecen tan positivas, a lo mejor es que es cierto. Pero no. Anoche terminé de leer un libro sobre el Perú que me dejó muy preocupado: allí todos están con la ilusión de plantearse como modelo los llamados "tigres asiáticos" y este libro estudiaba la economía de esos países; las diferencias son tan notables que creo que ese sueño de llegar a ser un tigre puede acabar en la realidad de ser un tigre de papel. Es algo muy peligroso.

- Volvamos aquí. ¿Se puede escribir en Madrid y sobre Madrid?

- He escrito bastante en Madrid y sobre Madrid. Es una ciudad que me está dejando marcas literarias, marcas susceptibles de ser llevadas a la literatura; eso es indudable. Luego es una ciudad donde ha habido siempre mucha tertulia, aunque yo a esto no soy muy afín porque nunca he sido de un grupo sino que me he querido mantener abierto a muchos grupos y explotar con inteligencia y con cariño mi imagen de extranjero. Esto es algo que aprendí en Francia, era una forma de no mezclarme en aquellas cosas que me iban a hacer daño o que me iban a aburrir. Aquí me muevo entre amigos que a veces tienen que ver con la literatura y mucho, porque la leen, la hacen, la comentan, la critican, o que son totalmente ajenos a este mundo, pero para mí tienen la misma importancia desde el punto de vista de la experiencia literaria: una cosa es la experiencia cultural y otra la vivencial, aunque luego se mezclan, por supuesto.

- ¿Disfruta usted su trabajo de profesor?

- Ahora ya en pequeñas dosis. Disfruté mucho durante muchos años, pero mis últimos cursos de profesor en Francia no fueron muy afortunados, a pesar de tener el mejor grupo de colegas que uno pueda soñar. Después he vuelto en pequeñas dosis, como digo. He estado en la universidad de Austin, en Texas, y ahí sí, la amistad, la enseñanza, todo se mezcló de forma preciosa; luego en Puerto Rico ocurrió así nuevamente y ahora otra vez en Yale. Pero claro, si acepté ir a esos lugares era porque me acercaban a una tonelada de amigos o porque me permitían aislarme para escribir, y así fue: La última mudanza de Felipe Carrillo la escribí la mitad en Cuba y la mitad en Austin; ahora en Yale he empezado un libro nuevo, he leído mucho, he tenido alumnos muy buenos que me han querido mucho y yo he tenido otra vez esa relación que hace que mi trabajo como profesor sea positivo, no sólo para ellos sino para mí, es decir, una relación en la que veo que hay placer, en la que se intercambia algo más que el frío dictado de una clase. Mi fama en Francia era la de un antiprofesor, mis clases empezaban antes y terminaban después, es decir, la hora de clase no era necesariamente lo más importante, y eso es probable que me hubiera afectado en el último periodo en Montpellier.

- ¿Significa algo para usted ser un escritor de final de milenio?

- Imagino lo que puede ser decirle a una niña en el año 2001 ó 2002, oye, si vas a Nueva York tráeme música de mediados del siglo pasado: algo muy chocante. Pero soy un escritor de la segunda mitad del siglo XX, para bien o para mal. La idea del fin de milenio, sin embargo, es como Navidad o Año Nuevo, sólo algo desasosegante, interminable y aburrido. Decididamente, para mí no significa nada. Yo soy bastante más prosaico.

Mª Luisa Páramo

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