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El Secreto de mi Éxito

El Secreto  de mi Éxito El secreto de mi éxito

Por Charles Darwin

El origen de las especies es, sin lugar a dudas, la obra capital de mi vida. Desde el principio disfrutó de un tremendo éxito. La primera y corta edición integrada por 2250 ejemplares se vendió en su totalidad el mismo día de la publicación, y una segunda edición de 3000 ejemplares poco después. Hasta la fecha (1876) se han vendido en Inglaterra 16.000 ejemplares. Puede considerarse una gran venta. Ha sido traducido a prácticamente todos los idiomas europeos, incluso a lenguas como el español, el bohemio, el polaco y el ruso. Según la señorita Bird, ha sido traducido también al japonés y es objeto allí de numerosos estudios. ¡Incluso ha aparecido un ensayo en hebreo sobre el libro, en el que se demuestra que la teoría estaba ya presente en el Antiguo Testamento! Las reseñas fueron asimismo muy numerosas. Durante un tiempo coleccioné todo lo que aparecía sobre el Origen y sobre mis libros relacionados: la cantidad asciende (excluyendo reseñas en periódicos) a 275, pero al cabo de un tiempo dejé correr el intento, desesperado. Han aparecido posteriormente muchos ensayos y libros; y en Alemania aparece cada uno o dos años un catálogo o bibliografía sobre "darwinismo".

El éxito del Origen podría, creo, atribuirse en gran parte al hecho de haber escrito mucho antes dos borradores condensados y que finalmente resumiera un manuscrito mucho más extenso, que en sí mismo era ya un resumen. Gracias a ello fui capaz de seleccionar los datos y conclusiones más notables. Por otro lado, durante muchos años había seguido una regla de oro, a saber, que siempre que me topaba con una nueva observación o hecho contrario a mis resultados generales, redactaba un informe al respecto sin falta y enseguida. Porque por experiencia descubrí que tales hechos e ideas eran mucho más propensos a caer en el olvido que los favorables. Gracias a esta costumbre, surgieron pocas objeciones a mis puntos de vista que no hubiese como mínimo advertido e intentado responder.

Se ha dicho a veces que el éxito del Origen vino a demostrar "que el tema estaba en el ambiente" o "que la mente del hombre estaba preparada para ello". No creo que esto sea estrictamente cierto, pues ocasionalmente no se lo pareció a unos cuantos naturalistas y nunca di con uno que pareciese dudar de la permanencia de las especies. Ni siquiera Lyell y Hooker, pese a que me escuchaban con interés, parecían estar de acuerdo. Intenté una o dos veces explicar a hombres competentes lo que entendía como selección natural, pero fracasé notablemente. Lo que creo que fue estrictamente cierto es que los naturalistas tenían almacenados en su cabeza innumerables hechos bien observados y listos para ocupar su debido lugar en cuanto cualquier teoría que los acomodase quedara suficientemente explicada. Otro elemento del éxito del libro fue su tamaño moderado. Esto se lo debo a la aparición del ensayo del señor Wallace, pues de haberlo publicado en la escala en que lo empecé a escribir en 1856, el libro habría sido cuatro o cinco veces mayor que el Origen y muy pocos habrían tenido la paciencia necesaria para leerlo.

Gané mucho al retrasar la publicación desde 1839, cuando la teoría estaba ya claramente concebida, hasta 1859. No perdí nada con ello, pues me importaba muy poco que la gente atribuyera más originalidad a Wallace o a mí, y no cabe duda de que su ensayo facilitó la recepción de la teoría. Me anticipé sólo en un punto importante –de lo cual mi vanidad me ha hecho siempre arrepentirme–, a saber, en que recurrí al período Glacial para explicar la presencia de idénticas especies vegetales y de algunos animales en lejanas cumbres montañosas y en las regiones árticas. Esta perspectiva me fascinó hasta tal punto que escribí sobre ella in extenso, y creo que fue leída por Hooker unos años antes de que E. Forbes publicara su celebrada memoria sobre el tema. En los escasos puntos en que diferíamos, creo aún que yo llevaba la razón. Jamás, por supuesto, he hecho referencia por escrito a haber desarrollado independientemente este punto de vista. Esto me lleva a destacar que mis críticos me han tratado casi siempre con honestidad. De todas formas, yo he hecho caso omiso de aquellos sin conocimientos científicos. Mis puntos de vista han sido a menudo tergiversados de forma grosera, cruelmente contrariados y ridiculizados, pero creo que, por lo general, siempre se ha hecho con buena fe. No me cabe duda de que, en conjunto, mi obra se ha visto alabada con exceso. Me alegro de haber evitado controversias. Sé que esto se lo debo a Lyell, quien muchos años atrás, y en referencia a mis trabajos geológicos, me aconsejó encarecidamente que nunca me involucrara en controversias, ya que rara vez servían de nada y provocaban una triste pérdida de tiempo y humor.

Mis costumbres son metódicas, lo que ha resultado muy útil para mi línea de trabajo en concreto. Y en último lugar, he tenido la gran suerte de no tener que ganarme el pan. Incluso la enfermedad, pese a haber aniquilado varios años de mi vida, me ha evitado las distracciones de la vida social y la diversión.

Por lo tanto, mi éxito como hombre de ciencia, haya sido el que haya sido, ha venido determinado, según puedo entender, por unas cualidades y condiciones mentales complejas y variadas. De entre ellas, las más importantes han sido el amor por la ciencia, la ilimitada paciencia para reflexionar largamente sobre cualquier tema, la laboriosidad en la observación y la recolección de datos, y una buena cantidad de inventiva así como de sentido común. Con las moderadas habilidades que poseo, resulta realmente sorprendente que haya influido de un modo tan considerable en las creencias de los científicos sobre algunos importantes puntos.


Charles Darwin


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