SECCIÓN: PRÉSTAMO INTERBIBLIOTECARIO (TEXTOS AJENOS)
Mírame y no me toques
que soy frágil de sueños.
Javier Egea
Yo era muy pequeña cuando mi hermano vino al mundo. Recuerdo que mi madre me contaba que nació el día 29 de abril de 1952 y decía que era un niño muy blanquito. Tenía el pelo rubio muy rizado y sus ojos eran oscuros. Parecía muy despierto e inquieto y, según ella, cuando me acercaban a su capacho siempre se sonreía. Le pusieron de nombre Francisco Javier, pero cuando comenzaba a hablar y le preguntaban como se llamaba, él respondía Fanquisquete. A partir de entonces familiarmente le llamábamos Quisquete. Había entrado a formar parte de mi familia que era muy numerosa, ocupando el sexto lugar y desde muy pequeño demostraba que era muy especial. Muy pronto su cuna fue ocupada por una nueva hermana. Sólo habían pasado dos años del nacimiento de esa hermana, cuando ella murió repentinamente. Entonces conoció lo que era la tristeza al ver las lágrimas y los sollozos de nuestros padres. Poco tiempo después una mañana temprano se levantó silenciosamente y, adentrándose en la consulta de nuestro padre, cogió un tubo de pastillas rojas muy pequeñitas y creyendo que eran caramelos se las tomó todas. Este accidente que le pudo costar la vida, ya que lo mantuvo tres días durmiendo, quedó como algo inolvidable en él.
Pienso que estos acontecimientos desafortunados fueron causa de su carácter infantil que, tímido y misterioso, dio paso a una adolescencia que parecía adelantada a su edad. Se convirtió en un muchacho melancólico que se sentía incomprendido. Se aislaba constantemente refugiándose en la lectura y, en ella, encontró el medio para esquivar la melancolía. Así descubrió la poesía que daba sentido a su vida. Comenzó a escribir poemas que a mí, personalmente, me parecían desgarradoramente tristes. Siendo aún muy joven la pérdida de nuestros padres, en poco espacio de tiempo, le afectó mucho ocasionándole continuas depresiones que le llevaron a sentirse muy solo. Poco a poco se hizo adicto al alcohol que deterioró su personalidad y su estado físico. En esos momentos su desinterés por él mismo y por lo que le rodeaba era evidente. Como consecuencia de este hábito la depresión y la soledad fueron sus compañeras con mucha frecuencia. A pesar de tantos contratiempos su lucidez, y su amor por la poesía, le permitieron escribir varios libros con los que consiguió importantes premios que lo destacaron como un poeta brillante.
Pero no todos los recuerdos que tengo de mi hermano son tristes. Hubo muchas épocas en nuestra infancia que fuimos muy felices. (…)
Siguieron pasando los años y fueron muchos los periodos de tiempo en los que la alegría de Quisquete ganaba a la tristeza. Pero cuando mi hermano acababa de cumplir cuarenta y siete años su alma volvió a estar herida de desilusión. Por eso, quizá convencido de que malversaba su vida en un mundo que ya no tenía sentido para él, sintió la necesidad de volver a soñar. A finales de Julio de 1999 un amanecer, mientras el humo de su cigarrillo se elevaba haciendo círculos, el hombre misterioso le visitó de nuevo y le invitó a reanudar el viaje. En ese momento el aire se detuvo. Sonó un disparo y él quedó en silencio para siempre. Quisquete se marchó.
Quizás algún día, igual que cuando éramos niños, podremos pasear entre las amapolas y me contarás tus sueños.
http://blogs.larioja.com/tiempos/2006/10/26/recordando-mi-hermano-mari-carmen-egea/
Javier Egea, Un día feliz. Álbum, (edición a cargo de Javier Benítez, Mariano Maresca y Alfonso Salazar), Granada: Asociación cultural del Diente de Oro, 2004, páginas 73-85. Este libro es el primer número de la colección La isleta del Moro.
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