UNA VEZ SUBÍ AL TRANVÍA (articulo de opinión publicado en Diario Jaén)
Carmen María Camacho Adarve
Según he leído en la prensa: “Lo ha reconocido el alcalde, José Enrique Fernández de Moya: el de Jaén es “el tranvía a ninguna parte”. Lo que era un secreto a voces no ha hecho más que confirmarse: el sistema tranviario jiennense, paralizado desde mayo de 2011 antes de su estreno, seguirá en punto muerto, y lo más probable es que lo haga de modo indefinido a pesar de haberse invertido en él más de 100 millones de euros…
Ahora y antes pienso que fue una obra faraónica y lo que duele son, los cien millones de euros, que tanta falta nos hacen para aliviar un poco a Jaén, herida por el paro y los desahucios.
El tranvía en su último viaje se acercaba despacio y la gente aplaudía con emoción (en Jaén todo lo aplaudimos) Los mayores lagrimeaban empujados por nostalgias o por alguna otra cosa. Se compró en Francia a la empresa Alstom.
No sólo era el último viaje sino también la última oportunidad de grabar sentidos en la retina. Llegaba lo nuevo, lo incierto de los pasajeros. Entraron en los coches y acariciaba los pasamanos y los asientos. Lo que más llamó mi atención es que observaban todos los detalles internos de los vehículos como si hubiera sido la primera vez. Nunca habían subido a un tranvía de tan corta vida. Cuando partió el último viaje los pasajeros aullaban de alegría y tristeza.
Sentí que cada uno de los viajeros estaba dentro mismo del recuerdo. De algún modo querían grabar en su memoria todas las últimas imágenes de aquél inmenso símbolo que marcaba su pasado y su vivencia y, tal vez, nunca más volverían a ver. Los gobernantes de esa legislación vendieron humo (carísimo) a nuestros ojos de inocentes niños. Y los políticos de entonces quedaron impunes a ese horrendo despilfarro de millones de Euros.
Sin atender a los transbordos personales baje del el tranvía, caía la lluvia, sobre los hombros cansados los habitantes.
Por lo andenes baja la tristeza, toma en mi sorpresa la orfandad o en la piel de las aceitunas con las que tatuaron a un tranvía que nunca se estrenó. No crecen las ciudades cuando crece la lluvia Y me pregunto por qué sangra la luz en los hangares, las cocheras, porqué, la soledad, construye en las vías muertas su sordina, dónde, en qué frágil tempestad amurallada, desemboca el tiempo que aún no hemos perdido.
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