Llevaba esperando semanas a que llegara el día 11. Por diversos motivos, pero el principal porque era el día en el que me daban mi visa de Ingeniero en Japón, era el día en el que mi sueño se hacía realidad, el día en el que podía dejar de preocuparme de esa cuenta atrás en la que vivía desde que comencé a tramitar mis papeles.
Así que me levanté por la mañana temprano y fui a recoger mi tarjeta de extranjero registrado al ayuntamiento y de ahí me fui hasta la oficina de inmigración de Shinagawa.
Todo sin problemas, según lo planeado, incluso terminé antes de lo previsto y de camino a la oficina paré a encargar un par de cosas y pasé por un combini a comprar una botella de té.
En la empresa todo normal, los compañeros me felicitaron por la visa de ingeniero, planeamos el trabajo pendiente y comenzamos a trabajar, hasta pasada la hora de la comida.
Entonces el suelo comenzó a temblar.
Eso no es nuevo, esto es Tokyo, aquí tenemos temblores casi a diario así que no le dimos mayor importancia, alguien dijo “jishin [地震]” como si nada y seguimos trabajando.
Habitualmente duran de 10 a 30 segundos, pero este no paraba, al contrario, comenzaba a hacerse más y más y mas fuerte.
Mi oficina está en la sexta planta de un edificio viejo, y comenzaba a sentirme algo mareado, porque el suelo comenzaba a moverse. Y un sonido sordo, algo parecido a un “bum bum bum” comenzaba a elevarse.
Todos nos miramos sin saber muy bien que hacer… hasta que los monitores comenzaron a caerse y una de las estanterías cargadas de libros reventó.
Ahí me levanté, recogí mi cartera mi chaqueta, metí el portátil a la bolsa como pude y tiré para la puerta.
Vi que muchos de los compañeros se estaban levantando también tratando de sujetar las cosas, abriendo las ventanas y comenzando a moverse porque aquello no paraba, al contrario, comenzó a temblar de verdad.
Vi como todo comenzó a rodar por la oficina, vi a alguno de mis compañeros tropezando y cayendo al suelo y entonces cerré los ojos y pensé “esto es el fin”.
A partir de ahí no se muy bien que me pasó, pero algo cambió. Ya no tenía miedo, la adrenalina ya no fluía, estaba calmado y con la mente más despejada que nunca.
Comenzamos a salir todos de la oficina, en orden, ayudando a los que se caían, cogiendo todas las bolsas y chaquetas que me encontré de paso a la salida, y cogí mis zapatos y salí caminando hasta las escaleras en calcetines.
No era momento para calzarse.
Las escaleras estaban llenas de gente, pero todos bajábamos en orden. Nadie empujaba, y casi nadie hablaba. Si alguien se tropezaba lo ayudaban a levantarse y a continuar. Como si fueran máquinas engrasadas y funcionando perfectamente.
Así llegamos hasta la calle y nos refugiamos en un parque cercano, viendo como los edificios de al rededor se tambaleaban y como poco a poco el temblor cesaba.
Al cabo de un rato comencé a ser consciente de que estábamos todos bien, de que había pasado lo peor y de que podíamos contarlo.
Risas nerviosas, caras blancas y muchos daijobudesuka? (estas bien?) sonando por aquí y por allí.
Pero en general todos mirábamos al cielo, en silencio, tratando de digerir lo que habíamos pasado.
Los teléfonos no funcionaban, no había manera de saber si los amigos estaban bien. Todo el mundo intentaba llamar, pero era imposible.
El presidente de mi empresa tenía televisión en su móvil y comenzamos a escuchar las noticias. Algunas las entendía, otras me las traducían… pero no podía quedarme quieto. No podía ver la tele. No sabía que hacer.
Así pasaron los minutos, hasta que volvimos a subir, a la oficina.
Contra todo instinto humano, volví a subir al edificio del que a penas hacía unos minutos tuvimos que bajar corriendo pensando que aquello era el fin.
La oficina estaba completamente revuelta, así que comenzamos a ordenar las cosas lo mejor que pudimos.
Los servidores no estaban estropeados, pero se habían desconectado.
Yo recuerdo comenzar a apilar los libros que se habían caído mientras otro compañero comenzaba a secar con unas toallas agua que se había derramado de un humidificador.
Todos con el shock dibujado en nuestra cara, pero tratando de animarnos unos a otros. Encendiendo ordenadores y tratando de restaurar la calma. Cuando aquello comenzó a moverse otra vez.
Esta vez no hubo duda, todos nos levantamos y salimos otra vez por la puerta, bajando las escaleras y regresando al parque. Se escuchaban sirenas y vi varios helicópteros sobrevolar la zona.
Me fui a caminar un rato. Había encargado mi Hanko (un sello oficial que hace falta aquí para trámites burocráticos) hacía tan solo algunas horas, así que pensé en que tal vez ya lo habrían terminado, así que les dije eso mismo a los compañeros de la oficina (que se me quedaron mirando preocupados) y me fui a dar una vuelta hasta la tienda.
Saqué la cámara del bolsillo y me puse a hacer fotos, no se por qué. Tal vez por instinto o tal vez porque así mi mente se distraía en algo.
Llegué hasta la tienda donde había encargado mi Hanko y le pregunté al señor que me había atendido si habían terminado con mi Hanko.
Me dijo que sí, que justo lo había terminado segundos antes de que arrancara el temblor.
“Yo vengo de España, es la primera vez que siento un terremoto tan grande” le digo yo, tratando de darle algo de conversación mientras terminaba de darle los últimos toques a mi sello.
“Yo también” me dice. “Llevo viviendo toda la vida aquí y nunca había sentido uno tan grande”
Charlamos algo mas, le doy las gracias y me pide que me cuide.
Regreso con los compañeros, charlamos un rato sobre el nuevo Hanko, me cuentan algunas de las noticias y volvemos a mirar todos la pequeña pantalla.
Me canso, me voy a dar otra vuelta. No se que hacer. Mando mensajes a mis amigos, a todos aquellos que considero especiales aquí.
No hay respuesta, no puedo llamar. No hay internet… Solo impotencia y miedo.
Pasa casi media hora sin nuevos temblores, y regresamos a la oficina.
Todo esta otra vez en el suelo.
Recogemos las cosas, restauramos las conexiones, y puedo ver que mis amigos están bien.
Me siento mucho mejor.
Subo todo el trabajo del día a nuestro servidor, y chateo con amigos. Cancelamos la fiesta de cumpleaños que pensábamos hacer ese día (hace unas semanas fue mi 32 cumpleaños).
Mando mails a mis familiares y amigos en España, allí seguramente están durmiendo, pero cuando lean las noticias se preocuparán, y no quiero que nadie se preocupe.
Estoy bien.
Trato de trabajar sin conseguirlo, leo las líneas sin verlas, una y otra vez.
Me mantengo informado de lo que ocurre por Twitter y me niego a ver las imágenes de las olas devastando ciudades enteras de este país que he llegado a amar.
No es justo.
Al cabo de un rato llamo con Skype a casa, a mi madre.
Está nerviosa, ha estado tratando de llamarme y el teléfono está apagado. No imagino el mal rato que ha debido pasar.
La tranquilizo, la digo que estoy bien, que en Tokyo no ha pasado nada, que lo peor ha sido al norte y que yo estoy bien.
Bromeo con ella, y la digo que las noticias exageran, mientras siento otra réplica del temblor azotando el edificio. Esta mucho más pequeña.
No se por que, pero no siento miedo. Ella lo nota, se da cuenta de que mi voz no tiembla y se calma.
Todo está bien.
Al cabo de un rato salimos, yo he quedado con un amigo cerca de Shibuya para ir hasta Shimokita-zawa. Le digo que en 5 minutos llego, porque mi oficina esta al lado de la estación.
Pero salgo a la calle, y hay un mar de gente.
Los trenes no funcionan, Shibuya está colapsada, hay gente por todas partes.
Y aun así todos caminamos en orden. Tal vez mi paso es más acelerado que el de los demás. Pero nadie empuja a nadie, nadie grita.
Incluso diría que hay más silencio que de costumbre. Hay una sensación fría en el ambiente.
Tardo más de lo que pensaba pero encuentro a Antonio entre la multitud. Estamos bien, nos reímos y nos abrazamos. Sabemos que todos estamos bien, cada uno en una punta de la ciudad pero todos bien.
Vamos hasta Shimokita-zawa caminando. Las calles de Tokyo son un río de coches parados y de personas caminando.
Maletines, zapatos, trajes, corbatas, vestidos…. Todos con el gesto serio el paso firme y una calma sobrenatural.
Los trenes siguen sin funcionar, pero la ciudad sigue moviéndose. No hay caos, todos parecen saber que hacer.
Llegamos hasta su casa, tenemos conexión, nos conectamos a Twitter y tratamos de comenzar a informar de todo lo que está pasando.
Tenemos mails de cadenas de radio o de televisión que quieren entrevistarnos. Los followers en Twitter creciendo por momentos, mensajes por todos lados.
El mundo se despierta y se entera de la tragedia.
Pero estoy bien, y trato de calmar a todos. Me doy cuenta de la cantidad de amigos que tengo por todo el mundo y eso me hace sentir fuerte.
Sigo así hasta que recibo la noticia de que los trenes vuelven a funcionar. Así que voy para la estación. Comienzo a preocuparme por lo que me encontraré al llegar a mi piso.
No tengo mucho aquí, pero igualmente pienso en si habré cerrado el gas antes de salir. En si estará bien todo.
Llego a casa, y me planto ante la puerta del piso. Respiro profundo antes de abrir la puerta y me digo a mi mismo que todo va a estar bien. Abro la puerta y efectivamente está todo bien.
Solo se han caído un par de cosas, y el hornillo eléctrico que usaba para tostar pan se ha caído y se ha roto.
Por lo demás nada que lamentar.
Compruebo que tengo agua y luz y que la llave del gas está cerrada.
Estoy cansado para comprobar si tengo gas o no, y tampoco es seguro hacerlo.
Los temblores continúan a cada rato. En la calle no se notan tanto como en casa.
Preparo una mochila con dinero, mi pasaporte, ropa limpia y una botella de agua que he comprado de camino a casa y me acuesto agotado, con la ropa puesta y con la luz encendida.
Y en algún momento de la noche me quedo dormido
http://www.donderis.net/%E5%9C%B0%E9%9C%87-como-vivi-el-terremoto-de-tokyo/
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