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TEMAS BLOG OFICIAL DE LA POETA Y ESCRITORA andaluza Carmen Camacho ©2017

Las inscripciones en los libros

Las inscripciones en los libros

Importa que mi lector se imagine un libro. Un libro cualquiera que haya pasado por sus manos a lo largo de su vida. Es probable, si los avatares de la lectura así lo quisieran, que en un momento, seducido por una frase, admirado por una sentencia, sorprendido por un juego de palabras, asombrado por un giro inusual, ese lector haya echado mano de la primera birome, lápiz o fibra a su alcance y haya delimitado aquel fragmento del texto, incluso es posible que, dejándose llevar por un inusitado entusiasmo hiciera asomar una flecha hacia los márgenes blancos y allí mismo, sin que nadie lo esperara ni se lo pidiera, expresara su propio juicio al respecto. Pues bien, sólo en ese preciso momento el lector se ha adueñado legítimamente del libro.

No le pregunten al mar por qué los ojos de una mujer de ojos negros son tan extraños y perdidos
Subrayado de Los subterráneos de Jack Kerouac (2001)

Es fama que los monjes copistas de la Edad Media solían dejar asentados en los márgenes de sus códices leyendas tan poco célebres como “que calor hace hoy en la abadía” o “no cesa de llover en el patio del monasterio”. Condenados a la copia mecánica del saber ajeno, no encontraban otro salvoconducto para liberar sus inquietudes, por insignificantes que fueran. Hoy día, lejos de los claustros monacales, leemos lo que queremos y, a veces, hasta queremos lo que nos es dado leer. Las inscripciones en los libros suelen ser una muestra de ese cariño, un tributo secreto que el lector le rinde al autor y su obra. De ese modo, todos los subrayados cayendo al unísono como palitos chinos al final del libro deberían sonar tal como los aplausos que premian un gran espectáculo. Claro que esto no anula el caso contrario, cuando la línea señala el propósito de amonestar, de hacer notar la falta, de elevar el reto o mejor aún, inicia una acalorada discusión con el autor. Tanto es así que en el fervor del debate muchas veces nos vemos doblando la esquina del margen para proseguir con nuestra argumentación.

Blef. Capote me aburre: se pasa todo el tiempo tratando de demostrar lo bueno que es.Nota al margen en Un árbol de noche de Truman Capote


Hay libros cuya lectura se nos hace casi imposible si nos deniegan la posibilidad de subrayarlos. Libros con los que sentimos la imperiosa necesidad de involucrarnos, de discutirlos, de comentarlos y, por qué no, ego de vanos lectores, de completarlos. A veces escribir es una forma de leer.

Qué buena fórmula: “pensar con el rabillo del cerebro”. Aquello que sólo se insinúa en la mente sin terminar de desenvolverse.
Nota en Diario Argentino, de Witold Gombrowicz

De chico, en casa de mis abuelos, solía ojear un libro que enseñaba a tratar a los libros según el ejemplo del niño malo y el niño bueno: el niño malo ensuciaba los libros mientras que el niño bueno los preservaba impolutos, el niño malo rompía los libros, el niño bueno los protegía, el niño malo, horror de los horrores, escribía los libros, el niño bueno los conservaba inmaculados. Sólo de muy grande aprendí que no hay mayor tributo para un libro que ensuciarlo cuando lo posamos sobre mesas grasosas, ajarlo en plan de trasladarlo por todos lados, mancharlo con restos de diversas comidas y, claro, el mayor de los honores, escribirlo y subrayarlo.

Leer a Charles Bukowski es como un “polvo rápido”: se disfruta y se olvida.Nota al pie de Musica para Cañerías de Charles Bukowski (1998)

Esas inscripciones, por otra parte, nos aportan pistas sobre los lectores que fuimos: mediante el simple expediente de extraer un libro de la biblioteca podemos aproximarnos a la forma en que leíamos tres años atrás, desentrañar cuáles eran nuestros intereses de entonces, qué nos sorprendía y nos despertaba admiración en un libro. A través de las inscripciones en los libros podemos encontrar nuestra antigua subjetividad cristalizada como un insecto en una gota de ámbar.

Todo al revés para Benesdra: final feliz en la novela y trágico en la vida.
Nota al final de El Traductor de Salvador Benesdra (2004)

Y que me perdonen, pero sé que hay lectores, incluso amigos míos, que pretenden conservar sus volúmenes como si su biblioteca fuera un estante de las librerías Jenny. Sólo quisiera saber ¿Qué los detiene? ¿Cómo se las ingenian para reprimir ese irrefrenable deseo de marcar y acotar al margen? ¿Y en virtud de qué? ¿A quién tributan ese sacrificio inútil? ¿Al objeto libro en su estéril materialidad significante? ¿Al autor en virtud de un compromiso tácito de no intromisión con su texto? Yo, por mi parte, casi no puedo concebir leer un ejemplar sin anotarlo. El libro, en cambio, donde tracé con claridad las coordenadas de mis preferencias, el libro donde subrayé defectos y virtudes, el libro donde pude señalar citas a otros libros o conexiones con obras pretéritas que sólo existieron en mi imaginación, el libro donde discutí las tesis del autor, donde mi dicha y mi desengaño pudieron plasmarse en el espacio abierto de los márgenes. Ese libro es mío para siempre.

No olvidar lo feliz que fui al leer esto (mediodía frío y soleado en la estación Belgrano R. envuelto en mi abrigo de piel de camello) ¡Gracias J.R.W.!
Nota al pie de “Llorenç Riber” en La sinagoga de los iconoclastas de J.R. Willcock (1999)

 

 

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