LA PLAZA DEL DIABLO
Yo no es que sea un hombre supersticioso, la verdad, solo soy un poeta con pocos recursos y tengo que aceptar cualquier trabajo, a saber, vivo de las supersticiones ajenas. Por eso acepte el trabajo -nunca bien retribuido- que consistía en pasearme por la plaza de diablo. En ella según me contaron habitaba un diablo que no dejaba a los vecinos en paz, sobre todo tenia preferencia por las damiselas, los vecinos no podía transitar por la plaza a partir de la media noche sin ser molestados por el diablo. Ya digo que yo no soy supersticioso. He de reconocer que mi caracterización de damisela era magistral. Tanto que al pasear por la plaza de aquella guisa y cuando el diablo, acertó, a tocarme una de mis pantorrillas quedo tan espantado, que desapareció en medio de una nube de azufre.
Así fue como libre aquel pueblo desdichado de la maldición. Bueno eso es lo que conté al alcalde para que me retribuyera. Aquella noche fue memorable para todos los vecinos. Yo no es que sea un hombre supersticioso.
©Carmen María Camacho Adarve
2 comentarios
carmen maria -
Abrazos.
Carmen María
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